Una tarde calurosa, me encontraba en una colina con una vista a la frontera entre Siria e Israel. Mi familia se había mudado recientemente a Jerusalén, donde estaría enseñando durante un año en el Centro de Jerusalén de BYU.
Mientras bajábamos la colina, hablamos de cómo algunos Santos de los Últimos Días le restan importancia a la crucifixión de Cristo. En ese entonces no lo sabía, pero aquella conversación me llevaría a un proceso de descubrimiento que cambiaría para siempre mi forma de pensar y sentir sobre la expiación del Salvador.
Quiero compartir algunas de las preguntas que hice y las respuestas que encontré.
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1. ¿Qué enseñan las Escrituras y los líderes de la Iglesia sobre el lugar donde Cristo expió nuestros pecados?
Mi amigo Anthony Sweat, que también es profesor en BYU, y yo recientemente les hicimos a unos 800 miembros adultos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días la siguiente pregunta:
“¿En dónde dirían que Jesucristo expió nuestros pecados?”
A. En el jardín de Getsemaní
B. En la cruz del Calvario
C. Equitativamente en el Getsemaní y en el Calvario
¿Cómo responderías esta pregunta? La mayoría de los encuestados, el 58%, eligió solo Getsemaní, el 40% eligió el Getsemaní y el Calvario, y el 2% eligió solo el Calvario.
Aunque la mayoría de las personas en esta encuesta se centró en el jardín de Getsemaní, las Escrituras y los profetas modernos enfatizan más el sacrificio de Cristo en el Calvario. Si bien al menos dos poderosos pasajes de las Escrituras enseñan que Cristo sufrió por nuestros pecados en Getsemaní, más de 50 versículos vinculan específicamente la muerte de Cristo con nuestra salvación.
Por ejemplo, al comienzo del Libro de Mormón, Nefi testificó que Cristo fue “muerto por los pecados del mundo”, y cuando Jesús se apareció a los nefitas, dijo: “Mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz; y que… pudiese atraer a mí mismo a todos los hombres” (1 Nefi 11: 33, 3 Nefi 27: 14, cursiva agregada).
José Smith y los líderes de la Iglesia moderna han enseñado colectivamente acerca de la naturaleza salvadora de la muerte de Cristo con mucha más frecuencia que Sus sufrimientos en Getsemaní.
Lo que es más significativo para mí es el énfasis personal del Salvador en el Calvario. En una ocasión, Él habla directamente de lo que sucedió en el Getsemaní, por otro lado, Cristo personalmente se refiere a Su muerte en más de 20 veces. En otras palabras, Él mismo enfatiza Su crucifixión.
Esto no significa que Su experiencia en el Getsemaní no sea importante; significa que nos beneficiaremos más al enfocarnos en el Calvario que en el pasado.
Observemos también que Jesucristo mismo definió personalmente Su crucifixión como Su mayor acto de amor. Algunas personas pasan por alto la crucifixión de Cristo porque desean centrarse exclusivamente en “el Cristo viviente”.
Creemos en el Cristo viviente, también creemos en el Cristo amoroso, y Él manifestó Su amor en la cruz. Si comprendemos más plenamente la muerte del Salvador, sentiremos cada vez más Su amor y seremos capaces de compartirlo con los demás.
2. ¿Por qué no usamos la cruz como un símbolo?
Si le preguntaras a un miembro de la Iglesia por qué nuestras capillas no tienen cruces, probablemente te dirá: “Porque adoramos al Cristo viviente”, haciendo eco de una declaración hecha por el presidente Gordon B. Hinckley en 1975. Si bien eso es cierto, hay factores adicionales que debemos considerar.
Primero, desde una perspectiva histórica, cuando José Smith organizó la Iglesia en 1830, las iglesias protestantes no usaban cruces en su arquitectura y las iglesias católicas eran relativamente escasas. En otras palabras, José Smith no decidió que la cruz fuera mala; solo que no formaba parte de su entorno cultural.
Las cruces se convirtieron en una característica común en las iglesias cristianas en Estados Unidos entre 1840 y 1870, un período de tiempo en el que la Iglesia estuvo mayormente centrada en Utah.
Otra evidencia de este período de tiempo indica que el símbolo de la cruz no era un tema tabú en la Iglesia. Y aunque la Iglesia ha optado institucionalmente por no enfatizar la cruz en su arquitectura, ningún líder de la Iglesia ha prohibido públicamente llevar o exhibir cruces. En otras palabras, el significado del símbolo visual de la cruz es más cultural que doctrinal.
Casi todos los cristianos creen que Cristo murió por nuestros pecados. Para muchos, la cruz representa su fe en Jesucristo y el ver la cruz como una representación exclusiva de un Cristo muerto puede herir los sentimientos de los demás.
Eric Huntsman, profesor de escrituras antiguas de la Universidad Brigham Young, relató la siguiente historia:
“Recuerdo una ocasión en la que me sorprendí mucho cuando… una amiga presbiteriana me corrigió cuando le dije que los [Santos de los Últimos Días] preferíamos adorar a un Cristo viviente que a un Cristo muerto.
Ella me respondió que también creía lo mismo. La cruz les recuerda a los protestantes que Jesús murió por sus pecados, pero que estaba vacía porque Él había resucitado y ya no se encontraba en ella.
Su respuesta me reprendió al darme cuenta de que así como no apreciamos que otros caractericen erróneamente nuestras creencias, tampoco debemos presumir de entender o tergiversar las creencias y prácticas de las demás personas”.
Cuando miramos la historia del simbolismo de la cruz, vemos que a lo largo de los siglos de cristianismo, e incluso a lo largo de las décadas en la Iglesia, el simbolismo de la cruz ha significado diferentes cosas para diferentes personas. El apóstol Pablo escribió que se glorió “en la cruz” y dijo: “La palabra de la cruz… es poder de Dios” (Gálatas 6:14, 1 Corintios 1:18).
Hoy en día, algunos pueden optar por usar o exhibir imágenes de la cruz o la crucifixión para recordar o enseñar a sus hijos el amor de Cristo por ellos, mostrando Su sacrificio expiatorio.
Otros prefieren evitar las imágenes relacionadas con la muerte de Cristo y, a cambio, se centran en otros símbolos que les recuerdan la expiación del Salvador.
De cualquier forma, en lugar de juzgar las acciones de los demás, todos podemos atesorar la doctrina de que Jesucristo fue, en Sus propias palabras, “crucificado por los pecados del mundo” (Doctrina y Convenios 53: 2).
3. ¿Es malo mirar imágenes de la crucifixión de Cristo?
Cuando mis hijos eran más pequeños, en ocasiones miraba el Libro de obras de arte del Evangelio con ellos. Uno de mis hijos siempre estuvo interesado en la imagen de la crucifixión de Cristo, sin embargo, yo me sentía incómodo con eso y trataba de pasarlo por alto. Creo que muchos Santos de los Últimos Días tienden a evitar la imagen de Cristo crucificado.
Me sorprendió saber que los profetas antiguos y el Salvador mismo nos han dado el mandamiento de contemplar esta imagen.
Mormón le escribió a su hijo Moroni: “Que los padecimientos y muerte [de Cristo]… reposen en tu mente para siempre” (Moroni 9:25, cursiva agregada). De manera similar, Jacob escribió: “Quisiera Dios que persuadiéramos a todos [a que]…creyeran en Cristo y contemplaran su muerte, y sufrieran su cruz”. (Jacob 1: 8, énfasis agregado).
Estas palabras de los profetas del Libro de Mormón se vuelven aún más impactantes cuando consideramos lo que Jesucristo ha revelado directamente en nuestros días. En Doctrina y Convenios 6: 36, el Salvador dice: “Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis”.
Inmediatamente después de decirnos esto, Jesús mandó: “Mirad (que significa “fijad vuestros ojos en) las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies” (DyC 6: 37).
En nuestros días, el Cristo viviente nos ha invitado personalmente a fijar nuestros ojos en las heridas de Su crucifixión. Esto no significa que debamos mirar constantemente las imágenes de la muerte del Salvador, sino que podamos meditar en ellas.
Ver a Cristo en la cruz puede evocar sentimientos de tristeza en los que aman a Jesús; sin embargo, también puede brindar sentimientos de paz, gozo y esperanza al recordar “el triunfo y la gloria del Cordero, que fue muerto” (DyC 76: 39).
El presidente James E. Faust enseñó:
“Cualquier aumento en nuestro entendimiento del sacrificio expiatorio [de Jesucristo] nos acerca a Él”.
Entender mejor cualquier aspecto de la expiación del Salvador, incluida Su crucifixión, puede fortalecer nuestra relación con Él.
El preciado don de nuestro Redentor en el Gólgota, que Él mismo definió como Su mayor acto de amor, es uno que podemos atesorar en nuestros corazones.
Fuente: ldsliving.com