“La culpa y la vergüenza suelen confundirse, pero son en realidad completamente diferentes. ¿Cómo podemos aprender de ellas y no dejar que nos abrumen?”
Una vez durante el verano, tomé un libro titulado “Los Dones de la Imperfección: Líbrate de quién crees que deberías ser y abraza a quien realmente eres” de la Doctora Brené Brown. Ella es una investigadora de renombre mundial especializada en el tema de la vergüenza y es autora del libro “Atreviéndose enormemente”.
Yo no estaba convencida de que otro ser humano pudiera mirar dentro de mi alma hasta que leí la Tabla de Contenidos: “ansiedad, perfeccionismo, miedo, comparación y dudas sobre uno mismo”, esas palabras me lanzaron una mirada parecida a la de una bibliotecaria te manda guardar silencio.
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Ese libro era para mí.
Quizás la parte más impactante de “Los Dones de la Imperfección” fue la descripción de la culpa y la vergüenza que realizó Brené Brown. A menudo usamos esas palabras indistintamente o las juntamos como Laman y Lemuel, pero por la manera en que nos impactan no podría ser más que diferentes.
La Culpa
La culpa es la sensación que surge cuando hacemos algo mal. A pesar de la incomodidad que trae, la culpa es un sentimiento que nos ayuda. Nos empuja a hacer cambios positivos en nuestras vidas. Brené Brown escribió: “Cuando vemos que las personas se disculpan, hacen las paces o reemplazan las conductas negativas por otras más positivas, es porque la culpa suele ser quien lo motivó.”
El Espíritu a menudo nos impulsa a arrepentirnos debido a la culpa y eso ¡es algo bueno! Significa que estamos viviendo de tal manera que todavía somos sensibles a los susurros del Espíritu. Como dijo el Elder Bednar: “La culpa es para nuestro espíritu lo que el dolor es para nuestro cuerpo: una advertencia de peligro y una protección contra daño adicional.” (Creemos en ser castos)
Si prestamos atención a esa advertencia con el arrepentimiento y la restitución, los sentimientos de culpabilidad disminuyen:
“Y mi alma tuvo hambre; y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos. Y vino a mí una voz, diciendo: Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido. Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mi culpa fue expurgada.” (Enós 1:4-6)
¡La culpa es buena! Viene de Dios y sirve como un recordatorio para hacer lo justo y ser mejores.
Sin embargo, a veces, después de que nos hemos arrepentido por completo, se presenta otro sentimiento. Parece susurrarnos que no hemos hecho lo suficiente, que no somos suficientes, y que nunca lo seremos. El pecado y el pecador comienzan a verse igual, y en lugar de incitarnos a cambiar, aquel sentimiento nos impulsa a auto-despreciarnos. Ya no estamos acampando en territorio de la culpa, hemos pasado a la vergüenza.
La Vergüenza
Brown define la vergüenza como un “sentimiento intensamente doloroso o la experiencia de creer que somos imperfectos e indignos de amor y pertenencia.” La vergüenza se alimenta del miedo, el temor de que si compartimos nuestras historias seremos aislados o ridiculizados.
¿Alguna vez te has murmurado a ti mismo cuán flojo, pecaminoso, gordo o torpe eres? Este es tu cerebro en modo vergüenza. La vergüenza es la madre de la auto-conversación negativa; rara vez hablamos con otros de la misma manera en que nos hablamos a nosotros mismos. Entonces, la próxima vez que te murmures cosas vergonzosas, imagínate diciéndole esas cosas a alguien más. (Énfasis en imaginar, no quieres perder a tus amigos)
La gente siente vergüenza por su educación, ingresos, cuerpo, estado civil, etc. Ni siquiera tenemos que pecar para sentir vergüenza, esta puede aparecer en cualquier lugar y en cualquier momento y, a menudo, aparece en declaraciones como estas:
- ¿Qué pensará la gente de mí?
- No puedes contarle a nadie sobre__________
- Sólo cuando eres (más bonita, más delgada, más trabajadora, más justa, más humilde), puedes amarte a ti misma.
- ¿Qué te hace pensar que eres tan especial?
Quizá uno de los mejores ejemplos sobre la vergüenza que se me ocurre, proviene de un discurso del Elder Holland, “Lo Mejor Aún Está Por Venir”, publicada en la edición de enero del 2010 por la revista Liahona:
“Una vez me contaron de un joven que durante muchos años fue objeto de más o menos todo tipo de bromas en su escuela; tenía algunas desventajas, por lo que era fácil para sus compañeros burlarse de él. Más adelante se mudó a otro lugar y terminó por alistarse en el ejército donde tuvo buenas experiencias al obtener una educación y, en general, al alejarse del pasado. Sobre todo, como muchos otros militares, descubrió la belleza y la majestad de la Iglesia, se reactivó y se sintió feliz.
Después de varios años, regresó al pueblo de su niñez. La mayoría de los de su generación se habían ido de allí, pero no todos. Al parecer, cuando volvió siendo hombre de éxito y nacido de nuevo, aún existía entre las personas el mismo prejuicio anterior, esperando su regreso. Para la gente de su pueblo natal, él todavía era “aquel fulano, ¿se acuerdan? El tipo que tenía aquellos problemas, aquella idiosincrasia y rarezas, y que hizo esto y lo otro. ¡Y cómo nos reíamos!”
Poco a poco, el esfuerzo que este hombre había hecho, similar al de Pablo, de dejar lo que quedaba atrás y asir el premio que Dios había puesto ante él, fue disminuyendo gradualmente hasta que al fin murió de la manera en que había vivido durante su niñez y adolescencia, haciendo un giro completo: otra vez inactivo y desdichado y objeto de un nuevo repertorio de bromas. Sin embargo, había pasado en su madurez por aquel momento resplandeciente y hermoso en que le había sido posible elevarse sobre su pasado y verdaderamente ver quién era y lo que podía llegar a ser. Lo lamentable, lo triste es que estuviera una vez más rodeado de un grupo de “esposas de Lot”, personas que consideraron su pasado más interesante que su futuro, y que se las arreglaron para arrebatarle aquello para lo cual Cristo lo había asido. Y murió triste, aunque no realmente por su propia culpa.”
La vergüenza desecha cualquier bien que tengamos y cualquier deseo por mejorar. No debería sorprenderle a nadie que la vergüenza sea una estrategia común de Satanás y si proviene de Satanás, podemos saber con certeza que no nos ayudará a progresar.
¿Qué Podemos Hacer?
Malas noticias: La vergüenza no va a desaparecer. La Doctora Brown nos dice que la vergüenza “es universal y una de las emociones humanas primitivas que experimentamos.” No podemos dejar de sentir vergüenza, porque si lo intentamos, entonces fracasamos, nos avergonzaremos de nuestra vergüenza y quedaremos atrapados en un vórtice de vergüenza sin fin. No tenemos tiempo para eso: tenemos bocas que alimentar, llamamientos por magnificar, programas de cocina por mirar.
Buenas noticias: Hay algunas cosas que podemos hacer para evitar que se interpongan en nuestro camino.
- Reconocerla: Presta atención cuando tú u otros se sientan avergonzados. Así mismo, presta atención a cómo podrías estar perpetuando la vergüenza.
En el video a continuación, Elizabeth habla sobre su adicción a la pornografía. En la iglesia, sus maestras decían: “Bien, yo sé que ninguna de ustedes mira pornografía. Ustedes son todas buenas chicas, pero igual tengo que dar esta lección.” Sus maestras no pretendían causar daño, pero sus palabras sólo hicieron que Elizabeth se sintiera más avergonzada, lo cual implicaba que las “chicas buenas” no miran pornografía.
Aquí hay algunos otros lugares donde he visto a la vergüenza trabajar:
- Llegar a casa de la misión antes de tiempo.
- No ir a una misión.
- Ser soltero.
- No parecer lo suficiente “Mormón”.
- Elegir una carrera menos lucrativa.
- Ser un padre que se queda en casa.
- No ser un padre que se queda en casa.
- Estar divorciado.
- Tener un niño rebelde.
- No tener hijos.
- No saber la doctrina.
- Luchar con una enfermedad mental.
No es posible que desaparezca la vergüenza de una sola vez, pero reconocer su presencia es el primer paso para evitar que esta se convierta en una bola de nieve en nuestras vidas.
- Hablar sobre ello: Brown dice que cuanto más hablemos sobre la vergüenza, menos poder tendrá sobre nosotros. También dice que “las conversaciones honestas sobre la vergüenza pueden cambiar la forma en que vivimos, amamos, criamos, trabajamos y entablamos relaciones.” ¿Qué estás esperando? Habla sobre la vergüenza con tu cónyuge, tus hijos, tus padres, tus amigos y tu barrio.
Yo iré primero:
Al final de mi adolescencia y a comienzos de mis veinti-tantos, aprender idiomas extranjeros fue mi pasión, aprendí español y árabe, y en mi misión, aprendí japonés. Sin embargo, cuando llegué a mi casa de la misión, no tenía la misma pasión por los idiomas y por último, mi agenda no tenía espacio para eso. Durante mucho tiempo, me sentí mal por no estar siguiendo con esa habilidad porque sentía que estaba desperdiciando un talento que Dios me había dado. Sentí que no estaba viviendo de acuerdo a mi potencial.
Llevé este peso hasta hace muy poco cuando finalmente se lo conté a un amigo. Él me ayudó a darme cuenta de que no necesitaba sentirme avergonzada. Había aprovechado el talento estudiando español y árabe, y que el aprender esos idiomas me ayudó a aprender japonés, lo que me ayudó mucho en mi misión. Aunque ahora no estoy estudiando ningún idioma, he estado cultivando otras habilidades, expandiendo otros talentos dados por Dios.
Una conversación de diez minutos me salvó de días, meses e incluso años de auto vergüenza. La vergüenza prospera en nuestro silencio, pero rápidamente se marchita con nuestras palabras. Si no hablamos, la vergüenza lo hará por nosotros.
- Comprender tu valor ante Dios: Combatir la vergüenza se vuelve mucho más fácil cuando buscamos comprender nuestro valor individual. La presidenta General de la Primaria, Joy D. Jones, hace la distinción entre valor y dignidad:
“El valor espiritual significa valorarnos a nosotros mismos de la misma manera en la que el Padre Celestial nos valora, no como el mundo lo hace… Por otro lado, la dignidad se alcanza mediante la obediencia. Si pecamos, seremos menos dignos, ¡pero nunca tendremos menos valor! Seguimos arrepintiéndonos y procurando ser como Jesús sin que se altere nuestro valor.” (Un Valor Inconmensurable)
Nuestra dignidad puede cambiar porque somos humanos. Pero nuestro valor estará por siempre intacto porque somos hijos de Nuestro Padre Celestial.
”Este artículo fue escrito originalmente por Anessa Rogers fue publicado por mormonhub.com el título: “Shame, Guilt, and Why You Need to Know the Difference”