Este artículo fue publicado en 2022, pero lo vuelvo a compartir a solicitud de nuestros lectores. Espero que les ayude en su formación como padres. Debo destacar que los consejos también aplica entre otros miembros de la familia.
Puede que al leer el título estés pensando inmediatamente: Es imposible no gritar. ¡Muchas veces mis hijos están fuera de los límites!
Independientemente de cómo sean nuestros hijos, podemos replantearnos lo de gritar.
Un terrible daño para tus hijos
Un tono de voz elevado perjudica las emociones y compromete el desarrollo social de los niños.
En teoría, el autocontrol de los padres es indispensable para el éxito de la educación de los hijos. En la práctica, no es tan sencillo. A menudo, cuando entran en razón, estos mismos adultos que pretenden una postura firme y contenida se sorprenden gritando a los niños.
El arrepentimiento es casi siempre inmediato.
Si tiene la costumbre de gritar a sus hijos, tienes que saber que el daño es irreversible, no sólo a nivel de las emociones y la relación entre padres e hijos, sino que afecta gravemente al desarrollo neurológico del niño.
“Por mucho que les pidamos perdón por perder la cabeza y les mostremos cariño, el daño ya está hecho”, asegura la psicóloga Piedad Gonzáles Hurtado.
Los continuos gritos “tienen su repercusión en el cerebro humano y en el desarrollo neurológico del niño, ya que el acto de gritar tiene una finalidad muy concreta en todas las especies, que es alertar de un peligro.
Nuestro sistema de alarma se activa y libera cortisol, la hormona del estrés, que tiene el propósito de permitir las condiciones físicas y biológicas necesarias para huir o luchar”.
Cuando los gritos forman parte de la vida cotidiana, la liberación excesiva y permanente de cortisol afecta directamente a la formación del cerebro del niño. El hipocampo -una estructura cerebral relacionada con las emociones y la memoria- tendrá un tamaño menor.
“El cuerpo calloso, el punto de unión entre los dos hemisferios cerebrales, también recibe menos flujo sanguíneo, lo que afecta a su equilibrio emocional, a su capacidad de atención y a otros procesos cognitivos”, explica Gonzáles.
“Es posible modificar conductas que reconocemos que son perjudiciales para nuestros hijos”, garantiza la psicóloga.
Ella recomienda aplicar estrategias claras, como permanecer alerta, mantener la calma y hacer una pausa para reflexionar antes de reaccionar ante alguna travesura, así como buscar distracciones, canalizando la energía de la ira en alguna actividad productiva.
Pero si el problema persiste y los gritos son un patrón habitual de relación con los hijos, es muy importante buscar ayuda psicológica.
No es necesario gritar para que tus hijos te escuchen
Muchas madres y padres confiesan que sólo pueden “captar” la atención del niño con un tono de voz alto, como si realmente pudiera escuchar a sus padres. Para los expertos, el error comienza precisamente en esta creencia: que es necesario gritar para ser escuchado.
“En realidad, no es necesario que grites. El niño tiene un oído normal y puede responderle con un tono de voz normal. Cuanto más grites, más se alterará. El niño está emocionalmente sacudido”, explica Esther Cristina Pereira, psicopedagoga y directora de la Escuela Atuação, en Curitiba.
Es cierto que los niños suelen dejar todo lo que están haciendo cuando sus padres empiezan a gritar. Pero esto sucede porque se paralizan, temiendo una reacción aún más agresiva por parte de los adultos, y no porque hayan comprendido realmente el contexto de la situación.
Por lo tanto, el tono de voz elevado no aporta resultados positivos y constructivos, sino todo lo contrario.
Si se fomenta este comportamiento en casa, el niño aprende que es gritando como se alcanzan los objetivos. Comienza a reproducir esta actitud en otros entornos sociales, como en la escuela, con los amigos y los profesores.
“La familia es la primera experiencia de socialización de los niños. Cuando gritas, les enseñas que la falta de respeto, el descontrol y el autoritarismo son actitudes correctas”, comenta Cristina Lorga, psicóloga infantil del Instituto de Terapia Sistémica.
Este mal ejemplo puede llegar a comprometer la interacción social haciendo que otros niños eviten el contacto con el que trata de imponerse de forma autoritaria ante sus amigos, ya sea en la escuela o en otros entornos de socialización.
Para Esther Pereira, el camino es siempre mantener la calma, aunque sea algo difícil para los adultos.
“Los padres deben dirigir su mirada al niño y ponerse a su nivel para que sus miradas se encuentren. El niño es extremadamente perceptivo y es capaz de entender el mensaje de los padres”, argumenta la psicopedagoga.
Remordimiento
Chris Cysneiros forma parte del grupo de madres que, en un momento determinado de la vida, perdieron el control sobre su propio tono de voz con su hija.
Luiza, de tres años, se asustó con los primeros gritos de su madre y no pudo entender el motivo del descontrol. Al igual que otros niños, dejó de hacer todo lo que hacía por el miedo a la reacción de su madre, y no por el enojo que se llevaba.
El arrepentimiento de Chris llegó en el mismo momento.
“Después de todo, cuando ya había gritado, me sentí fatal, porque sabía que podía ir por otro camino. Sabía que podría haber contado hasta mil, hablando con normalidad y explicando lo que estaba mal, por qué y la forma correcta de comportarse. Me sentí la peor madre del mundo”, recuerda.
La situación puede volverse aún más confusa para el niño justo cuando los padres se arrepienten de los gritos. En pocos segundos, pueden pasar por los extremos de la ira y la tristeza, provocados por la culpa. El gran problema es que los niños pueden distinguir estos sentimientos en sus padres.
“La madre se siente culpable, intenta redimirse y ese niño también se siente culpable, sin saber si tenía razón o no, porque el adulto no fue lo suficientemente claro. Acaba sintiéndose responsable de ese sentimiento de tristeza de los adultos, que deberían ser sus protectores”, enseña Cristina Lorga.
No es un camino de rosas, pero el diálogo es posible
Los especialistas también nos recuerdan que los gritos son una forma de agresión emocional, tan grave como un castigo físico como una paliza, por ejemplo. En los niños más sensibles, las palabras y el tono de voz alterado de los padres pueden doler más que el castigo físico.
Independientemente de los casos, cualquier castigo abusivo hace que los pequeños se sientan humillados y menospreciados por sus padres.
Tras los frustrados y lamentables intentos con Luiza, Chris eligió el camino del diálogo. Aunque es más difícil y agotador, así se siente más cerca de su hija, por fin en sintonía.
“Confieso que no es un camino de rosas. A veces tengo que repetirle lo mismo varias veces. Mira, pregunta, habla y me muestra su punto de vista. Es muy placentero saber que confía en mí y que poco a poco va creciendo y aprendiendo a entender los límites”, explica la madre.
Corrige con el Espíritu Santo
“Deja la ira y abandona el enojo; no te enfades, porque sólo conduce al mal”. Salmo 37:8
Además de todo el daño que pueden causar los gritos, debemos recordar que los gritos expulsan al Espíritu Santo de nuestro hogar.
El presidente Thomas S. Monson en su discurso “Domina tu temperamento” nos enseñó:
“Si queremos tener un buen espíritu en todo momento, debemos contenernos y no enfadarnos”.
De acuerdo con las escrituras, hay una frase que dice:
“La ira no resuelve nada. No construye nada, pero puede destruirlo todo”. [1]
El Apóstol Pablo pregunta, en Efesios capítulo 4, versículo 26 en la Traducción de José Smith:
“¿Podéis enfadaros y no pecar? Que no se ponga el sol sobre tu ira”. Y entonces nos surge la pregunta: ¿Es posible sentir el Espíritu del Padre Celestial cuando estamos enfadados? No conozco ninguna situación en la que eso ocurra.
En 3 Nefi, en el Libro de Mormón, leemos:
“No habrá peleas entre vosotros ….
Porque de cierto, de cierto os digo que el que tiene espíritu de contienda no es mío, sino del diablo, que es el padre de las contiendas, y que introduce la ira en el corazón de los hombres para que contiendan unos con otros.
He aquí, no es mi doctrina, traer la ira en los corazones de los hombres, uno contra el otro; pero esta es mi doctrina, que estas cosas deben cesar”.
Enfadarse es ceder a la influencia de Satanás. Nadie puede hacernos enfadar. Nos enfadamos por decisión propia. Si queremos tener un buen espíritu en todo momento, tenemos que decidir contenernos y no enfadarnos. La ira es el instrumento de Satanás y es destructiva de muchas maneras. [2]
La letra del himno escrito por el élder Charles W. Penrose, que formó parte del Cuórum de los Doce y de la Primera Presidencia a principios del siglo XX, dice
Domina tu temperamento,
Domina tu temperamento impulsivo
Sin embotar la emoción.
Que la sabiduría
Controle tu acción.
Domina tu temperamento.
La calma aclara la visión,
Mientras hierve la emoción
Ciega al hombre más sabio
Y destruye toda razón clara.
Tomemos la decisión consciente, siempre que sea necesario, de no enfadarnos y no decir las palabras duras y agresivas que podemos estar tentados a decir.
Referencias:
[1] Lawrence Douglas Wilder, citado en “Early Hardships Shaped Candidates”, Deseret News, 7 de diciembre de 1991, p. A2
[2] Domina tu Temperamento, presidente Thomas S. Monson. Conferencia General, octubre de 2009
Fuente: maisfe.org