Me sentí tan culpable por no disfrutar de la maternidad tanto como esperaba.
Me encanta ser madre y tener una conexión especial con mis hijos. Algunos de mis momentos favoritos como madre han ocurrido cuando mis hijos han encontrado consuelo rápidamente con tan solo sentarse en mi regazo y recibir un abrazo de mi parte.
Pero la maternidad fue un ajuste difícil para mí. Después de que nació mi primer bebé, me sentí en conflicto debido a las muchas emociones que tenía. Extrañaba a mi esposo mientras terminaba la universidad y trabajaba muchas horas.
Extrañaba la vida social de la secundaria desde que me gradué. Extrañaba ver a mis amigos, disfrutar de mis pasatiempos, aprender y sentir el desafío de mis asignaciones.
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Mi rutina ahora estaba dictada por los hábitos alimenticios y de sueño de mi bebé. Traté de aprovechar al máximo sus siestas para ducharme, hacer las tareas del hogar, sacar las cuentas y hacer un millón de otras cosas que estaban retrasadas.
Dieciocho meses después, nació nuestro segundo bebé. Mi esposo y yo lo amamos de inmediato y estábamos agradecidos de tener otro hijo, pero en medio de ese momento de felicidad, sentí que algo andaba mal.
Lloraba varias veces al día. Incluso me disculpaba con mis hijos por estar demasiado triste y agotada para jugar con ellos. Me sentí culpable de no disfrutar de esos momentos.
Empecé a aislarme y me sentí más sola que nunca.
Sentirse sin esperanza
La primera vez que tuve un pensamiento suicida, me tomó por sorpresa y me asusté. No quería causarle a nadie tristeza o dolor, pero me encontré planeando cómo podría alejarme de la soledad y la desesperanza que sentía en ese momento.
Pensé que todo el mundo estaría mejor sin mí. Estaba convencida de que no tenía el amor incondicional y desinteresado que parecían tener otras madres. Ya no me sentía como yo misma. La única opción que pude ver fue rendirme.
Mi amado esposo vio mi sufrimiento y no me dejó sola en mi dolor. Se sentó conmigo y me abrazó.
Me animó a hablar con nuestro obispo y al principio me resistí porque me sentía débil y humillada por no sentir la felicidad que esperaba.
Otras madres parecían prosperar con la alegría de la maternidad, y yo, por el contrario, no sentí alegría alguna.
Sin embargo, el miedo a tener más pensamientos suicidas y no poder resistirlos me motivó a finalmente hablar con mi obispo.
Tenía fe en que el Padre Celestial sabía exactamente lo que necesitaba y que si confiaba en Él, me mostraría cómo encontrar gozo nuevamente (Doctrina y Convenios 84: 82-83).
Nuestro obispo era médico y su perspectiva adicional me ayudó a encontrar lo que era correcto para mí en mi camino hacia la sanación.
Me enseñó sobre la depresión posparto y me recomendó que hablara con un terapeuta y buscara consejo sobre cómo tomar antidepresivos.
Mi obispo también me ayudó a comprender el poder sanador de la oración, las bendiciones del sacerdocio, la Santa Cena y la expiación del Salvador.
Y luego me dio consejos sobre cómo mantener mi salud mental: tomar aire fresco, hacer ejercicio con regularidad y dedicar tiempo a hacer algo que amaba.
Usar todas las herramientas de sanación
Después de meses de seguir sus consejos y guía, vi un cambio dramático en mi salud mental.
Sí, todavía pasaba las noches cuidando a mi bebé y esforzándome por entretener a mi otro hijo durante el día.
En ocasiones todavía me sentía sola, pero los cambios en mi rutina me dieron lo que necesitaba para lidiar con las pruebas a medida que se presentaban.
Sentí un aumento en mi confianza. Tenía energías renovadas para llevar a mis hijos a caminar y pude disfrutar del sol.
Trabajé con mi médico para eventualmente detener la medicación y las sesiones de terapia porque tenía todas las herramientas que necesitaba para seguir adelante.
Aprendí a priorizar el cuidado de mis necesidades físicas, mentales y espirituales. Ahora tenía mis reservas para cuidar de mi familia y ayudar a quienes necesitaban una mano amiga tanto como yo.
Ahora comprendo que es completamente normal experimentar una variedad de emociones como madre. Cada día es agotador, alegre, gratificante y, a veces, frustrante.
Un sistema de apoyo
Si sientes tristeza y ansiedad que no parecen desaparecer, busca ayuda.
No estas sola.
Tienes personas que te quieren y que te apoyarán en esta nueva etapa de tu vida. Una vez que aprendí a no sentirme culpable por no amar todos los aspectos de la maternidad, disfruté mucho más los buenos momentos.
Se necesita esfuerzo para hacer tiempo para las amistades y los pasatiempos, sin embargo, al hacer tiempo para mí, he podido convertirme en una madre mucho más feliz.
Pude ser la madre comprensiva, amorosa y cariñosa que siempre quise ser porque reconocí que soy más feliz cuando me enfoco en mi crecimiento personal, así como en el bienestar de mis hijos.
Estoy agradecida de tener un esposo comprensivo, un obispo inspirado, un médico atento y un amoroso Padre Celestial que me ayudó a encontrar la sanación.
Sé que con la guía de nuestro Padre Celestial y Jesucristo, podemos ser sanados de nuestros sufrimientos, dolores e imperfecciones (2 Nefi 4:20).
Podemos ser fortalecidos por Su perfecto amor por nosotros, porque ellos saben quiénes somos y en quiénes podemos llegar a convertirnos con Su ayuda.
Fuente: churchofjesuschrist.org