¿Cómo podemos saber si nuestros sentimientos son advertencias reales o impresiones del Espíritu Santo o si simplemente nos estamos basando en nuestros propios deseos?
Los tres conceptos son también válidos para la oración. Necesitamos estar en una posición en donde Dios nos pueda enviar revelación, pero también debemos aprender a reconocer las respuestas a nuestras oraciones cuando llegan de maneras inesperadas. Y, finalmente, si ignoramos la guía del Señor cuando nos la da, nuestra falta de respuesta puede ser la respuesta a nuestra pregunta: “¿Por qué Dios no me está respondiendo?”
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Silenciando el ruido emocional
A menudo en nuestras vidas experimentamos algo parecido, como cuando nuestra familia se prepara para salir a unas largas vacaciones. Todo está empacado y cargado en el vehículo. Los niños han sido enviados al baño por última vez mientras que mamá y papá revisan la casa (¡de nuevo!) para verificar que todas las ventanas y puertas estén cerradas. Finalmente, con todo el mundo metido en el auto, la familia se aleja con un gran suspiro de alivio.
Luego, a unos 10 minutos en el camino, de repente alguien (a menudo la mamá) se da cuenta de algo y dice: “¿Dejé la plancha encendida?” (O la estufa, el horno u otra cosa igualmente crucial). estamos bastante seguros de que no lo hicimos, pero no del todo, y nos preguntamos si tal vez ese es el Espíritu que nos dice que dejamos atrás una situación peligrosa. Entonces damos la vuelta y regresamos. Y cuando volvemos a la casa y revisamos la plancha, no sólo encontramos que no estaba encendida, ¡sino que recordamos que la revisamos dos veces antes de irnos!
Entonces, ¿cómo podemos saber si este tipo de sentimientos son advertencias reales o impresiones del Espíritu Santo o si simplemente son nuestra propia tendencia natural a alarmarnos y preocuparnos? Y si es nuestra propia tendencia a preocuparnos, ¿por qué el Señor no establece un sistema para que podamos distinguir claramente entre la revelación verdadera y nuestra propia emoción? Por desgracia, esa no es una opción. Recuerda lo que dijo el Presidente Boyd K. Packer sobre las falsas revelaciones:
“Nuestra parte espiritual y la parte emocional están tan estrechamente vinculados, que es posible confundir un impulso emocional con algo espiritual.”
Es seguro suponer que podríamos darle vuelta a esa oración y decir: “También es es posible confundir una verdadera inspiración espiritual con nuestro propio impulso emocional.”
Este es uno de los aspectos secundarios de la naturaleza única de la voz del Señor. Por lo general, su voz no es reconocida fácilmente. Cuando se trata de obtener respuestas a nuestras oraciones, una de las preguntas que hacemos con mayor frecuencia es: “¿Cómo puedo saber si ese fue el Señor o si sólo fui yo?”
Aquí hay tres formas en que nuestras emociones pueden confundirnos en nuestra revelación personal:
1. Queremos algo con tantas ganas que tendemos a dominar nuestros pensamientos y sentimientos, lo cual nos dificultará cuando tengamos que doblegar nuestra voluntad a la Suya o dificultará el reconocer la voz del Señor cuando nos hable.
2. Creemos que tener sentimientos fuertes demuestra que estos sentimientos provienen de nuestro Padre Celestial.
3. Nos volvemos egocéntricos y egoístas, poniendo nuestras necesidades, deseos y prioridades por delante de los de los demás, a veces incluyendo a Dios, y esto amortigua nuestros sentidos espirituales.
Dominando nuestros deseos
Todos hemos visto niños pequeños suplicarles a sus padres que compren algo en una tienda que les llamó la atención. Esa cosa es la mejor y más deseable del mundo para ellos, y si no la tienen, simplemente saben que seguramente morirán en el acto. Pero si los padres se mantienen firmes y dicen que no, los niños logran sobrevivir milagrosamente, y en un minuto o dos verán algo más, y la escena se repetirá. Sólo que esta vez, realmente es ‘lo mejor de lo todo’ para ellos y ‘en serio’ morirán si no lo consiguen.
Desafortunadamente, como adultos, no siempre superamos este comportamiento. Nosotros también podemos desear algo con muchas ganas que hacemos que nuestros propios deseos predominen en lugar de lo que el Señor quiere para nosotros.
Considera algunos ejemplos de “adultos” con este comportamiento:
· Tenemos enormes deudas en las tarjetas de crédito porque vemos algo, lo queremos y lo compramos.
· Una pareja deja de gastar dinero en una clase edificante, diciendo que no tienen el dinero. Dos semanas después se van de compras al centro comercial.
· Un hijo le da una bendición a su padre, que sufre de cáncer terminal. El hijo le promete al padre que vivirá por varios años más. En menos de una semana, el padre fallece.
· Un misionero insiste en que se va a ir a casa. Cuando se le pregunta qué hará cuando regrese, responde que no tiene ningún objetivo o plan.
· Un cónyuge casado en el templo siente una gran atracción por alguien que no es su cónyuge y afirma que el Espíritu lo está guiando para que abandone su matrimonio y comience una nueva relación.
· Una pareja joven casada siente una fuerte motivación espiritual para comenzar a crecer como su familia, pero después de hablarlo, deciden que no están preparados financiera o profesionalmente para tener hijos y que no va de acuerdo con sus planes.
Los ‘fuertes’ sentimientos no son suficientes
No es raro escuchar a las personas testificar que recibieron una respuesta a sus oraciones y que saben que fue de Dios porque “lo sintieron con mucha emoción”. Aquí, también, debemos de tener cuidado.
Sin lugar a dudas, hay momentos en que la revelación llega de formas dramáticas. Pero establecer sentimientos fuertes como la prueba de si nuestros sentimientos y pensamientos provienen del Señor puede ser muy problemático. Podemos tener sentimientos fuertes sobre todo tipo de cosas que no son necesariamente buenas.
Por ejemplo, un hombre joven, presionando a su novia para ir más allá en la intimidad física de lo que ella se siente cómoda, y grita con exasperación cuando ella le dice que se detenga, “¡Esto se siente muy bien! ¡No puede estar mal!”. Piensa con qué frecuencia los fuertes sentimientos de atracción o avaricia o fervor religioso pueden llevar a la inmoralidad, el divorcio, el crimen e incluso grandes desgracias hechas supuestamente en nombre de Dios.
Jesús le advirtió a los Doce la noche antes de su muerte que llegaría el tiempo cuando “cualquiera que os mate pensará que rinde servicio a Dios.” (Juan 16:2).
Aquí hay algunos sabios consejos del Presidente Henry B. Eyring:
“Yo he tenido respuestas a mis oraciones, respuestas que han sido más claras cuando lo que yo quería ha quedado eclipsado por la irresistible necesidad de conocer la voluntad de Dios. Es entonces cuando la respuesta de nuestro amoroso Padre Celestial se recibe en nuestra mente a través de la voz apacible y delicada, y se escribe en el corazón.”
Eliminando el egoísmo
Un denominador común en ambos temas que hemos discutido hasta ahora es el egoísmo.
¿Por qué un misionero sin problemas de salud u otras dificultades relevantes decide regresar a casa antes de tiempo cuando no tiene planes o metas específicos? Porque sus necesidades y deseos personales de comodidad tienen prioridad sobre todo lo demás.
¿Por qué un joven presiona a una chica para que exprese su afecto físico más de lo que ella desea? Bueno, a pesar de lo que él dice, ¡no es su amor por ella lo que lo motiva!
Observemos que en algunos de estos ejemplos, no estamos hablando de grandes pecados. Muchas veces, los casos de egoísmo no son razones obvias para no recibir respuestas a las oraciones. No estamos hablando de personas extremadamente inicuas aquí.
Sin embargo, puede ser un gran problema si nuestra primera preocupación y compromiso es para nuestra propia comodidad, tranquilidad, deseos y prioridades, gustos y aversiones. Esta actitud puede crear un tremendo ruido espiritual en nuestros corazones. Y cuando ocurre una crisis en nuestras vidas, o suplicamos por la ayuda de Dios, podemos terminar llorando, diciendo: “Oh Dios, ¿por qué no me estás respondiendo?”
Poner nuestros deseos por encima de las necesidades de los demás, especialmente cuando nuestras necesidades son impulsadas por el egoísmo, es otra fuente de interferencia en el ajuste de nuestras vidas, y por lo tanto podría ser una de las razones por las que no recibimos respuestas a nuestras oraciones.
Jesús nos dio lo que a menudo se llama la Regla de Oro, que directamente contrarresta el concepto de egoísmo:
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas.” (Mateo 7:12).
José Smith dijo:
“No sólo se debe sepultar todo sentimiento egoísta, sino aniquilarse.”
Y un profeta moderno, Gordon B. Hinckley, lo expresó de esta manera:
“Mi ruego es que si queremos gozo en nuestros corazones, si queremos el Espíritu del Señor en nuestras vidas, nos olvidemos de nosotros mismos y sirvamos. Pongamos en segundo plano nuestros intereses personales y egoístas y pongámonos al servicio de los demás.”
Al comenzar nuestro estudio de cómo Dios obra con nosotros a medida que oramos, debemos tener en cuenta este consejo del presidente Russell M. Nelson:
“Reconozco que, a veces, algunas de nuestras más fervientes oraciones quedan al parecer sin respuesta. Nos preguntamos: “¿Por qué?”. ¡Sé lo que se siente! Conozco los temores y las lágrimas de esos momentos. Pero también sé que nuestras oraciones nunca son desoídas, que nuestra fe nunca pierde su valor. Sé que la visión de nuestro omnisciente Padre Celestial es infinitamente más amplia que la nuestra.
En tanto nosotros sabemos de nuestros problemas y dolores mortales, Él sabe de nuestro progreso y potencial inmortales. Si oramos para conocer Su voluntad y someternos a ella con paciencia y con valentía, la sanidad celestial tendrá lugar a Su propia manera y a Su tiempo.”
Este artículo fue escrito originalmente por Gerald N. Lund y es un extracto del libro “Why sin’t God Answering me?” Y fue publicado por ldsliving.com bajo el título de “3 Ways Our Own Desires Can Be Confused With Revelation (+ How to Tell the Difference)”