Existe una pregunta que causa intriga a la humanidad: ¿Por qué a las personas buenas les va mal y a las personas malas les va bien?
¿Quién no ha visto a un político corrupto o un ejecutivo deshonesto hacerse rico a costa del pueblo, contratar a los mejores abogados, pagar cuantiosos sobornos y recuperar su libertad?
¿Quién no ha visto el ejemplo de un padre de familia honesto que salió perjudicado por negarse a hacer algo ilegal?
Cualquiera, al ver estas injusticias, se preguntaría por qué a la gente buena le va mal mientras que a la gente mala le va bien. El deseo de justicia es parte de cualquier buena persona.
Esta pregunta siempre ha acompañado a la humanidad y no es solo un problema de nuestros días. Leemos en el Antiguo Testamento esa misma queja al Señor:
“Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. Y, ¿qué aprovecha que guardemos su ley y que andemos afligidos delante de Jehová de los ejércitos?
Decimos, pues, ahora: Bienaventurados los soberbios; sí, los que hacen lo malo son prosperados; sí, tientan a Dios y escapan.
Entonces los que temían a Jehová hablaron, cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito un libro de memorias delante de él para los que temen a Jehová y para los que piensan en su nombre”. (Malaquías 3: 14-16)
No nos faltan ejemplos de personas malas a las que les va bien y personas buenas a las que les va mal.
Ejemplos de las escrituras
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Quiero usar el ejemplo de una persona que actuó mal y, aparentemente, le fue bien.
David era un buen hombre, fiel a Dios. Por tanto, fue bendecido por Él y se convirtió en rey. Sin embargo, mientras era rey, cometió adulterio con Betsabé.
Con la finalidad de ocultar su pecado, hizo un plan para matar a Urías, un hombre justo.
Por otro lado, a José, hijo de Jacob, le fue mal por actuar bien y eso sucedió muchas veces. Al contar su sueño, fue criticado por su familia. Al buscar a sus hermanos, fue vendido como esclavo. Al escapar de la mujer de Potifar, fue acusado de un crimen que no cometió y pasó de ser esclavo a prisionero.
Además, en la cárcel, después de ver un sueño, fue olvidado por la persona a la que ayudó.
David, que cometió adulterio y mató a un hombre inocente, continuó como rey, y José, que no quiso cometer adulterio, fue a la cárcel. ¿Acaso eso no es injusto?
Sin embargo, los caminos del Señor son más grandes que los nuestros (Isaías 55: 8-9).
José fue a la cárcel y pasó muchos años de su vida sufriendo a causa de sus justas decisiones. Pero, la historia de José no llegó a su fin ni tampoco la nuestra.
No contemplemos la vida terrenal como el total de nuestra existencia
El presidente Spencer W. Kimball enseñó:
“Si contemplamos la vida terrenal como el total de nuestra existencia, entonces el dolor, el pesar, el fracaso y la vida truncada serían una calamidad.
Pero, si la vemos como un proceso eterno, que se extiende desde nuestro pasado preterrenal hasta el futuro de la eternidad después de la muerte, entonces podemos poner en la debida perspectiva todos sus sucesos.
¿No hay, acaso, sabiduría en el hecho de darnos pruebas Él para que nos elevemos por encima de ellas, responsabilidades para que cumplamos metas, trabajo para que fortalezcamos los músculos, pesares para probar nuestra alma?”
Las consecuencias de los actos de los injustos
Déjame contarte un poco sobre lo que le pasó a David. Su pecado salió a la luz y fue castigado. El profeta Natán dijo:
“Por lo cual ahora la espada no se apartará jamás de tu casa, por cuanto me menospreciaste y tomaste la esposa de Urías, el heteo, para que fuese tu esposa. Así ha dicho Jehová: He aquí, yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa”. (2 Samuel 12: 10-11)
Esas palabras se cumplieron literalmente. Amnón, un heredero, abusó de su hermana y el padre no pudo decir nada porque cometió un pecado similar.
Ese hijo fue asesinado por otro hermano, Absalón, que huyó después de eso.
Tras la conciliación, Absalón planeó una insurgencia contra el rey, tomó el trono de su padre y contaminó a las concubinas de David.
Contra los deseos de David, un líder malvado asesinó a su hijo después de una guerra.
Vino desgracia tras desgracia a la vida de este hombre que alguna vez fue un hombre justo y temeroso de Dios. David perdió la luz que había recibido y cometió muchos errores.
Estos errores afectaron su vida, su familia y su nación. En cuanto al estado de su alma, pasó toda su vida buscando el perdón y atormentado por el serio pecado que cometió.
Se le prometió que sería redimido de la tumba más profunda (Salmo 86: 12-13). No obstante, perdió varias de sus bendiciones, incluida la exaltación en el reino de Dios (DyC 132: 39).
Con respecto al estado actual de David, el presidente Joseph Fielding Smith dijo:
“David cometió un crimen terrible y, por el resto de su vida, buscó el perdón.
Algunos de los Salmos retratan la angustia de su alma; sin embargo, David todavía está pagando por su pecado.
No resucitó en la resurrección de Jesucristo. Pedro declaró que su cuerpo aún permanecía en la tumba, y el profeta José Smith declaró que, ‘David buscó sinceramente el arrepentimiento de la mano de Dios, con lágrimas, por el asesinato de Urías. Sin embargo, sólo pudo atravesar el infierno: se le prometió que su alma no quedaría allí para siempre.
Pregunto nuevamente: ¿Quién desea pasar un tiempo en el infierno con el enemigo, antes de ser limpiado del pecado?” (Respuestas a las preguntas del Evangelio, tomo 1, pág. 74)
Las consecuencias de los actos de los justos
¿Qué sucedió con José? Gracias a su obediencia, el Señor lo hizo prosperar.
José interpretó el sueño del faraón. Salvó a millones de personas del hambre e hizo de Egipto una nación inmensamente poderosa. Se convirtió en el hombre más poderoso de Egipto y ¡en esa época, del mundo! Justo después del faraón.
Gracias a él, su familia fue preservada. Toda la casa de Israel lo honra hasta el día de hoy.
Sus hermanos fueron humildes y sometidos a él hasta el final, aunque José no quiso dominar a sus hermanos ni a su padre.
José es recordado hoy como uno de los hombres más justos y leales a Dios, a pesar de las injusticias. Es honrado por toda la casa de Israel.
No dudo que se encuentre entre los grandes y nobles que han pasado por esta Tierra, felices de permanecer fieles al Señor que ha demostrado amar. Su destino eterno debe ser glorioso.
Entonces, al final, ¿a los malos les va bien y a los buenos les va mal? No, eso nunca sucederá.
Al final, los justos serán recompensados y los injustos sufrirán.
Cuando nos afligen estos problemas, “el Señor escucha”. Más adelante, leemos:
“Hay un libro de memorias delante de él para los que temen a Jehová y para los que piensan en su nombre. Y serán especial tesoro para mí, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo integre mis joyas; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve”. (Malaquías 3: 16-17)
Esas palabras me consuelan. El Señor nunca nos abandonará.
Por encima de todos los ejemplos, coloco el de Jesucristo. El mayor de todos vino y sufrió. Él pagó por mis pecados, por los tuyos y por los de toda la humanidad. Sufrió por aquello que no merecía porque nos amaba.
Es Él quien dice que seremos Suyos. Él nos trata como a niños amados.
El que eligió sufrir nuestras mismas aflicciones para que no estuviéramos solos. Por Él, la muerte no es el fin. El infierno no será soberano. Debido a Su sufrimiento, todos nuestros dolores llegarán un día a un final feliz.
Esta es la Iglesia de los finales felices, Su Iglesia, que es la autora de nuestro gozo.
Puede que a la gente buena no le vaya bien ahora. Sin embargo, al final, todo estará bien para ellos.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Esdras Kutomi y fue publicado en Mais Fe con el título “Por que pessoas boas se dão mal e pessoas más se dão bem?”