Tuve la bendición de servir como obispo en un barrio de jóvenes adultos casados. ¡Me encantaron los ánimos de los jóvenes de ese barrio!
La mayor parte de los miembros eran estudiantes que se encontraban constantemente bajo mucha presión, tenían trabajos de medio tiempo y buscaban pasar tiempo con sus familias. Ellos siempre sentían que estaban fallando.
Recuerdo haber visto un patrón repetitivo durante las entrevistas de recomendación para el templo de aquellos jóvenes adultos estresados.
Antes de comenzar con las preguntas oficiales, generalmente les preguntaba cómo era su relación con el Padre Celestial. Y casi siempre suspiraban. “Bueno, yo sé que Él me ama y lo amo. Pero sé que está decepcionado de mí. No tengo tiempo para estudiar las Escrituras y meditar como solía hacerlo”. Siempre parecían estar desanimados.
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Satanás ama las mentiras. Y quizás su mentira favorita es decirnos que somos espíritus que han fracasado, que nuestro Padre Celestial está decepcionado de nosotros y que estamos descuidando al Dios que nos da la vida.
Y, de seguro, están incluidos también algunos pecados y defectos en esa lista. Avergonzados, evitamos los ojos de Dios. Satanás sabe que no podemos acercarnos a los cielos cuando nos sentimos abatidos.
Siempre he desafiado a los miembros de ese barrio sobre los puntos de vista que tienen de Dios.
“Vamos a hacer una evaluación. Estás estudiando para prepararte para una vida en la que ayudarás a los demás y cuidarás de tu familia. Trabajas arduamente para mantener a tu familia. Te esfuerzas por pasar tiempo con tu cónyuge. No duermes lo suficiente. Deseas tener tiempo para tu Padre Celestial, pero te sientes abrumado y no puedes estudiar las Escrituras como lo hacías cuando eras misionero. ¿Correcto?”.
Ellos asentían con la cabeza. Entonces, les ofrecía un punto de vista diferente.
“Nuestro Padre Celestial te ama más que a nadie en el universo. Te ama con todo su corazón. Él te apoya en tu esfuerzo por cumplir con tus compromisos. Y te extraña. Quiere hablar contigo y estar contigo. Pero sabe que estás bajo mucha presión. Él sabe lo duro que trabajas.
¿Crees que podrías cantar un himno mientras te diriges a clases? ¿Crees que podrías escuchar un discurso de una conferencia mientras trabajas? ¿Crees que podrías decirle lo que está pasando en tu vida mientras regresas a casa? No te está pidiendo que hagas un tiempo específico como cuando eras misionero. Pero anhela hablar contigo. ¿Podrías encontrar nuevas formas de mantenerte en contacto con Él mientras haces todo lo que estás haciendo ahora?”
Normalmente veo esperanza en sus rostros. Sí. Sienten que podrían tener un tiempo para volver a conectarse con su Padre Celestial.
Una amiga me contó una historia sobre una clase de la Sociedad de Socorro en la que las hermanas hablaron sobre cosas que las alejan de Cristo. Las respuestas comunes fueron: las distracciones del mundo, estar demasiado ocupadas, el orgullo, poner otras cosas primero, la pereza.
Entonces una hermana dijo con valentía:
“A veces, simplemente no oro porque siento que no estoy haciendo las cosas como debería. Sé lo que debería estar haciendo, pero no lo hago. A veces siento que a Él no le gustaría hablarme porque yo no lo puse en primer lugar”.
Muchas hermanas estuvieron de acuerdo, y este es un problema común.
Quizás la mentira favorita de Satanás es que el Padre está decepcionado de nosotros porque somos espiritualmente ociosos. Así que tratamos de evitarlo e incluso evitar pensar en Él para no sentirnos culpables. Lo sacamos de nuestras vidas.
Dios no nos hace sentir culpables. Satanás trabaja con la culpa. Dios nos hace invitaciones. De hecho, la verdad favorita de Dios es que estamos grabados en Su corazón y Él está feliz de pasar tiempo con nosotros.
Él comprende nuestros desafíos y está feliz con las acciones sencillas que realizamos para acercarnos a Él. Desea pasar tiempo con nosotros, incluso cuando estamos distraídos o realizando las tareas del día a día.
Aunque haya pasado un tiempo desde nuestra última conversación con Él, somos tan bienvenidos como el hijo pródigo que regresa a casa.
“Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello y le besó”. -Lucas 15:20
Los estudiantes universitarios de hoy no inventaron un estilo de vida con exceso de trabajo. Nefi también se sintió muy abrumado por las exigencias de su vida. Y Nefi lidió con el mismo tipo de vergüenza que nosotros experimentamos en la actualidad. Medita en el salmo de 2 Nefi 4.
“Sin embargo, a pesar de la gran bondad del Señor al mostrarme sus grandes y maravillosas obras, mi corazón exclama: ¡Oh, miserable hombre que soy! Sí, mi corazón se entristece a causa de mi carne. Mi alma se aflige a causa de mis iniquidades.
Me veo circundado a causa de las tentaciones y pecados que tan fácilmente me asedian.
Y cuando deseo regocijarme, mi corazón gime a causa de mis pecados; no obstante, sé en quién he confiado”. -2 Nefi 4: 17-19
Él no es un pecador cualquiera, ¡él era Nefi! Se sintió como un fracaso. Puede que no haya estado en la universidad ni tenía un trabajo, pero estaba construyendo un barco, tenía que cazar y siempre tenía que darle fin a las peleas en su familia. Y como tú y yo, sintió que era un fracaso espiritual.
¿Cómo salimos del estancamiento espiritual? ¿Cómo pasamos del letargo espiritual al gozo del alma? Medita en las palabras de Nefi:
“No obstante, sé en quién he confiado”.
En lugar de seguir pensando en sus propios fracasos espirituales, Nefi se volvió hacia Aquel que nos sana. Sabía en quién confiaba. El resto del capítulo está lleno de alegría. Por ejemplo:
“Mi Dios ha sido mi apoyo; él me ha guiado por entre mis aflicciones en el desierto; y me ha preservado sobre las aguas del gran mar.
Me ha llenado con su amor hasta consumir mi carne. Ha confundido a mis enemigos hasta hacerlos temblar delante de mí.
He aquí, él ha oído mi clamor durante el día, y me ha dado conocimiento en visiones durante la noche”. -2 Nefi 4: 20-23
Cuando nos enfocamos menos en lo que está mal en nosotros y más en la perfección de Jesucristo, todo cambia.
Y el mismo principio se aplica para aquellos que son pecadores obstinados. Piensa en Alma hijo. Destruyó la Iglesia. Estaba entre los pecadores más viles. Condujo a muchos de los hijos de Dios a la destrucción.
Al ver su estado de miseria, Alma se entregó totalmente a la gracia de Cristo:
“Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!”. -Alma 36:18
Creo que Alma le estaba diciendo a Dios en su terrible percepción: “Destrúyeme si es necesario. Sálvame si es posible porque no puedo soportar este dolor ni un segundo más”.
Cuando Alma se entregó a Dios, Él lo recibió. El hombre cuya alma estaba plagada de un horror indescriptible ante la idea de presentarse ante Dios (Alma 36:14) de repente se sintió muy diferente:
“Sí, me pareció ver —así como nuestro padre Lehi vio— a Dios sentado en su trono, rodeado de innumerables concursos de ángeles en actitud de estar cantando y alabando a su Dios; sí, y mi alma anheló estar allí”. -Alma 36:22
Los dolores de un alma destruida han sido reemplazados por un alma llena de alegría. “No puede haber cosa tan intensa y dulce como lo fue mi gozo” (Alma 36:21).
Esa es la transformación.
A diferencia de Alma, Nefi ya meditaba en las Escrituras. Hacía un verdadero esfuerzo espiritual, pero no era suficiente. Fue solo después de cambiar su enfoque de lo que estaba mal en él a lo que estaba bien con Dios que pudo encontrar gozo.
Alma ni siquiera estudiaba las Escrituras. Su transformación se produjo porque reflexionó sobre lo que su padre le había enseñado “concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo”. Volvió toda su atención a Jesucristo.
Esto no quiere decir que el estudio de las Escrituras no sea importante. Las escrituras son vitales. Son cartas de amor de los cielos. Las escrituras son solo palabras hasta que las usamos para ver a Dios. No son las escrituras, sino el autor quien nos salva. No son las palabras, sino la Palabra la que nos santifica.
Entonces, ¿qué debemos hacer para ser dignos de Su influencia en nuestras vidas? Necesitamos volvernos a Él con todo el propósito de nuestro corazón. Necesitamos dejar atrás lo que nos carga y ser llenos de Él. Eso es humildad.
Con frecuencia no entendemos lo que es la humildad. La sociedad piensa en la humildad como timidez y debilidad. Dios lo define como la voluntad de reconocer la fuente del poder.
“Por lo tanto, cuán grande es la importancia de dar a conocer estas cosas a los habitantes de la tierra, para que sepan que ninguna carne puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías, quien da su vida, según la carne, y la vuelve a tomar por el poder del Espíritu, para efectuar la resurrección de los muertos, siendo el primero que ha de resucitar”. -2 Nefi 2: 8
Su nombre es el único por el cual podemos salvarnos. Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
A veces pensamos que nuestros fracasos pueden frustrar las bendiciones de Dios o cambiar cuánto nos ama. Podemos negarnos a aceptar Sus dones o elegir no aceptar Su amor.
Sin embargo, como Nefi o Alma, cuando nos volvemos a Él con el deseo en nuestros corazones, los cielos se abren para nosotros. La verdad y la bondad fluyen a nuestras vidas.
“¿Qué poder hay que detenga los cielos? Tan inútil le sería al hombre extender su débil brazo para contener el río Misuri en su curso decretado, o volverlo hacia atrás, como evitar que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días”. -DyC 121: 33
¡Qué promesa! ¡Dios está decidido a derramar SU conocimiento sobre nosotros!
Como enseñó el élder Neal Maxwell: “¡Para aquellos que tienen ojos para ver y oídos para oír, está claro que el Padre y el Hijo están revelando los secretos del universo!”
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. -Mateo 7: 7
Dios realmente quiere conectarse con nosotros y bendecirnos. Satanás quiere evitar esta conexión. Su herramienta favorita para desanimar a los fieles es la vergüenza.
Debido a que nuestros esfuerzos son imperfectos y a que cometemos muchos errores, nos sentimos tentados a creer que nuestro Padre Celestial no quiere comunicarse con nosotros. Y esto es mentira.
Dios quiere bendecirnos. Como observó el hermano Tad Callister:
“Todas las facultades de Dios, todas Sus inclinaciones están equilibradas y comprometidas a bendecir a la menor provocación. ¡Oh, cuánto ama Dios ser misericordioso y bendecir a Sus hijos! Quizás este sea Su mayor gozo. Es la cualidad inherente lo que lo impulsa con vigilancia implacable a salvar a Sus hijos”. “2000 Infinite Atonement”, p. 313, Deseret Book)
¿Y cuál es la provocación que atraerá Sus bendiciones? Clamar a Él. Aun cuando atravesamos nuestro desierto personal, el Padre quiere permanecer en contacto con nosotros.
Quiere ser parte de nuestras vidas. Quiere que invoquemos Su nombre y reconozcamos nuestra dependencia a Él. Dios nos aceptará como somos. No está frustrado con nosotros. Nunca habrá un momento en el que Él no quiera vernos, escucharnos, levantarnos y abrazarnos.
Fuente: Meridian Magazine