“¿Dónde está Dios en esta crisis de coronavirus?” Él está allí, está al tanto de nosotros y quiere ayudarnos. Siempre ha estado allí y nunca se ha ido.
El otro día me desperté a las 2:45, no podía dormir. Me levanté y salí de mi habitación para no despertar a mi esposa.
Tomé mi teléfono, revisé mi aplicación de LinkedIn y encontré una hermosa publicación compartida por mi maravillosa amiga Lorena Acosta. Su publicación llevaba un mensaje muy poderoso acompañando de un un increíble video que me impulsó a escribir este artículo en lugar de regresar a mi cama.
En su publicación, Lorena compartió lo siguiente:
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“Queremos hacer valer nuestro ‘derecho’ a decidir si permitimos o no dejar vivir a alguien más, pero ahora nos damos cuenta de que ni siquiera podemos decidir por nuestra propia VIDA en un planeta que decidió que DIOS no existe sin haberlo buscado…”
Es esa última frase, “un planeta que decidió que DIOS no existe sin haberlo buscado”, fue la que me impactó y me llevó a escribir este artículo.
Muchos en este mundo han aceptado la idea de que Dios está muerto o que a Él no le importa lo que está sucediendo en nuestras vidas. Han proyectado la imagen de Dios como un padre desinteresado y, al hacerlo intentaron, justificar su lógica de ignorarlo o rechazarlo del todo.
“Él no se preocupa por mí, entonces ¿por qué debería preocuparme por él?”.
No puedo hablar por los demás, solo por mí mismo.
No conozco al Dios muerto que muchos en el mundo han aceptado. No conozco al Dios muerto que muchos han proyectado y rechazado decididamente.
En palabras de Henry Wadsworth Longfellow, el Dios que conozco “no está muerto ni dormido”. El Dios que conozco está completamente despierto y plenamente al tanto de nosotros. Él es nuestro amoroso Padre y quiere que seamos felices y prosperemos. Él hace todo lo que hace con ese objetivo en mente.
¿Por qué Dios permite tanto sufrimiento?
Si ese fuera el caso, muchos podrían preguntarse: “¿Dónde está Dios en la actual crisis de coronavirus? ¿Cómo pudo permitir que esto sucediera? ¿Cómo pudo permitir que ocurriera tanto sufrimiento?
Debido a que Dios nos ama, nos ha dado la increíble capacidad de elegir. Tenía que hacerlo para que nosotros pudiéramos crecer y ser felices. Tenía que hacerlo para que pudiéramos conocer lo amargo para verdaderamente apreciar lo dulce (DyC 29: 39).
Del mismo modo que nuestros músculos deben tener la oposición del ejercicio para poder fortalecerse, también debemos tener la capacidad de elegir, lo que nos permite enfrentar la oposición que ejercita nuestras almas para que podamos fortalecernos espiritual, mental y emocionalmente.
Con esa capacidad de elegir, tenemos la libertad de escoger hacer lo que queramos. Sin embargo, algo importante que debemos recordar es que si bien tenemos la capacidad de elegir lo que hacemos, no tenemos la capacidad de elegir las consecuencias de nuestras elecciones.
¿Cómo sabemos qué elegir para obtener los mejores resultados posibles?
Para ayudarnos, Dios nos ha dado nuestra conciencia, o la luz de Cristo que está dentro de cada uno de nosotros, que nos ayuda a conocer la diferencia entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto.
Lo más importante, así como nuestros amorosos padres en la tierra establecen reglas y límites específicos para la seguridad y el bienestar de sus hijos, Dios nos ha dado límites que debemos vivir (es decir, mandamientos) y nos ha prometido que nos bendecirá y prosperará siempre y cuando nos quedemos dentro de esos límites.
Leemos en las Escrituras que Cristo enseñó solo aquellas cosas que había escuchado del Padre. Cristo enseñó: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14: 15). El apóstol Pablo enseñó, como leemos en 1 Corintios 2: 9:
“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman”.
Desafortunadamente, vivimos en una época en la que cada vez más personas adoptan la idea de que los mandamientos de Dios son demasiado restrictivos, nos atan y nos impiden experimentar la verdadera “libertad” que deseamos y merecemos.
Muchos incluso han aceptado la descarada mentira de que los mandamientos de Dios son crueles porque son impuestos e inmutables y que no nos permiten hacer lo que queramos hacer cuando queramos hacerlo.
Los mandamientos son como las cuerdas de cometa
De hecho, todo lo contrario es cierto. Si bien es cierto que los mandamientos de Dios nos atan, no es de una manera restrictiva, sino más bien de una manera que nos mantiene firmes.
Así como la cuerda de una cometa le da estabilidad a la comete y permite que esta se eleve hacia el cielo y permanezca volando, así también los mandamientos de Dios nos mantienen atados a un terreno sólido y sin cambios y, cuando los mantenemos, nos permiten volar de una manera que nunca hubiéramos pensado posible si es que no hubiéramos estado con Dios.
Sin embargo, ¿qué pasa si la cuerda de la cometa se rompe? Sabemos lo que sucede. La cometa podrá volar más alto por un tiempo, dando la ilusión de una mayor libertad, pero luego se estrellará con fuerza, con la posibilidad de que se dañe sin alguna posibilidad de ser reparada.
Lo mismo es cierto con los mandamientos de Dios. Cuando cortamos esas cuerdas y seguimos la corriente de hacer lo que pensamos o sentimos que es correcto en este momento, podemos experimentar la ilusión de tener libertad por un tiempo, pero luego nos estrellaremos con fuerza y podremos sufrir graves daños físicos, mentales, emocionales y espirituales.
¿Hemos alcanzado ese estado como planeta? Pienso que sí. Muchas de las crisis que experimentamos son el resultado de la cosecha de consecuencias que Dios nos permite tener de acuerdo con nuestras elecciones con la esperanza de que a medida que caigamos, volvamos a Él y busquemos la ayuda que Él tan desesperadamente quiere darnos.
Así como la cometa que se estrella necesita de nuestra intervención para se reparada, y quizá volar de nuevo, también necesitamos la intervención de Dios para repararnos y, quizá, volar de nuevo, volar como Él desea que lo hagamos.
Ahora, volviendo a la pregunta, “¿Dónde está Dios en esta crisis de coronavirus?”
Él está allí, está al tanto de nosotros y quiere ayudarnos. Siempre ha estado allí y nunca se ha ido.
Más bien, somos nosotros los que nos hemos alejado de Él.
Depende de nosotros volvernos a Dios y buscar Su ayuda. Él espera pacientemente que lo hagamos, porque no obligará a ningún hombre a volverse hacia Él.
Sin embargo, algo importante que debemos recordar es que así como no podemos esperar perder peso de la noche a la mañana cuando hemos abusado de nuestros cuerpos durante años, tampoco podemos esperar reparar una relación dañada con Dios en un día.
Si nos hemos alejado de Dios durante mucho tiempo, cuando las cosas parecían haber estado bien y sentíamos que no lo “necesitábamos”, ¿podemos esperar volvernos a Él ahora, en un momento de crisis, y tener nuestra relación con Él reparada al instante? No, nos llevará tiempo.
Él nos escuchará y nos bendecirá a medida que ejerzamos mucha humildad, junto con un sincero arrepentimiento por las cosas que hemos hecho que dañaron nuestra relación con Él en primer lugar, pero eso llevará tiempo.
Dios necesitará saber que nuestros deseos y nuestras acciones son verdaderamente sinceros, no solo promesas del momento hechas en tiempos de desesperación.
Debido a Cristo y Su sacrificio por nosotros, podemos arrepentirnos. Podemos estar seguros de que al hacerlo con toda sinceridad, con la intención de volver a armonizar nuestras vidas con los mandamientos de Cristo y de Dios, las entrañables misericordias de Dios se extenderán hacia nosotros.
Él nos consolará, nos sostendrá, nos elevará y nos instruirá, por Su gracia, para elevar y bendecir a otros.
Estando con Él, podemos estar seguros de que superaremos cualquier crisis y saldremos mejores y más fuertes que antes por haberlas atravesado.
Por mi parte, sé que estas cosas son ciertas.
Este artículo fue escrito originalmente por Randall McNeely y fue publicado originalmente por ldsblogs.com bajo el título “God Is Not Dead, nor Doth He Sleep”