Si Dios existe, no entiendo porque le pasan cosas malas a la gente buena, ¿por qué?
Esta es una pregunta difícil para la mayoría de las personas y nos afecta a todos tarde o temprano.
Puede que la hayamos hecho por nosotros mismos o por otras personas que parecen ser inocentes, pero que, sin embargo, están sufriendo.
Podemos preguntarnos cómo un Dios que nos ama puede vernos sufrir en lugar de intervenir y ayudarnos.
Aquí te compartiremos algunos puntos importantes que podemos recordar para cuando nosotros u otros seres queridos pasen por momentos de tribulación.
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Dios no ve las cosas como nosotros las vemos
Tenía un amigo que era doctor cuya familia realmente luchaba con la pregunta de por qué los niños tenían que sufrir y morir. Es importante recordar que Dios generalmente no ve la muerte como nosotros la vemos.
DyC 122:9 dice:
“Tus días son conocidos y tus años no serán acortados; no temas, pues, lo que pueda hacer el hombre, porque Dios estará contigo para siempre jamás.”
Cuando Dios dicta el tiempo de la muerte, no es porque castiga a Sus hijos. El fallecimiento de un niño inocente no es una tragedia para Dios; simplemente es momento de regresar a casa.
Desde Su perspectiva, podemos ver que la muerte no es una tragedia porque, mediante Cristo, todos podemos volvernos a ver, sin el sufrimiento que acompañó la vida en la tierra.
En otras ocasiones nuestro sufrimiento viene a manos de otros. Para ser claros, nunca es la voluntad de Dios que uno de Sus hijos abuse o maltrate de otro. Él llora con nosotros en nuestro sufrimiento. Su Hijo literalmente ha sufrido por ello.
El élder David A. Bednar enseñó:
“El Salvador ha sufrido no sólo por nuestros pecados e iniquidades, sino también por nuestras angustias y dolores físicos, nuestras debilidades y faltas, temores y frustraciones, desilusiones y desánimo, pesares y remordimientos, desesperanza y desesperación, por las injusticias y desigualdades que experimentamos, y las angustias emocionales que nos acosan..
No hay dolor físico, no hay herida espiritual, no hay angustia de alma, pena, enfermedad ni debilidad que ustedes y yo afrontemos en la vida terrenal que el Salvador no haya experimentado primero.
En un momento de debilidad quizá clamemos: “Nadie sabe lo que se siente; nadie entiende”. Pero el Hijo de Dios sabe y entiende perfectamente, ya que Él ha sentido y llevado las cargas de cada uno; y gracias a Su infinito y eterno sacrificio (Alma 34:14), tiene perfecta empatía y nos puede extender Su brazo de misericordia.
Él puede tendernos la mano, conmovernos, socorrernos, sanarnos y fortalecernos para ser más de lo que podríamos ser y hacer lo que no podríamos si nos valiésemos únicamente de nuestro propio poder”.
Dios ha provisto la liberación de nuestro sufrimiento a través del Salvador, Jesucristo. Si bien algunos desafíos no terminarán en esta vida, todo sufrimiento cesará en la vida venidera.
Si se nos llama a perseverar a lo largo de esta vida, perseveremos “con la firme esperanza de que algún día descansaremos de todas [nuestras] aflicciones” (Alma 34:41). Dios estará con nosotros y Él se asegurará de que se haga justicia con aquellos que han usado su albedrío para causarnos daño.
Dios nunca nos quitará nuestro albedrío, pero permitirá que paguemos las consecuencias de nuestras decisiones
Cuando los misioneros del Libro de Mormón, Alma y Amulek, se vieron obligados a ver cómo hombres malvados asesinaban a fieles seguidores de Cristo, Amulek quiso intervenir y detener su sufrimiento.
Si bien esta es una buena intención, Alma dijo que el Espíritu le impidió intervenir. Alma 14:10-11 relatan:
“Y cuando Amulek vio los dolores de las mujeres y los niños que se consumían en la hoguera, se condolió también, y dijo a Alma: ¿Cómo podemos presenciar esta horrible escena? Extendamos, pues, nuestras manos y ejerzamos el poder de Dios que está en nosotros, y salvémoslos de las llamas.
Mas le dijo Alma: El Espíritu me constriñe a no extender la mano; pues he aquí, el Señor los recibe para sí mismo en gloria; y él permite que el pueblo les haga esto, según la dureza de sus corazones, para que los juicios que en su ira envíe sobre ellos sean justos; y la sangre del inocente será un testimonio en su contra, sí, y clamará fuertemente contra ellos en el postrer día”.
Permitir que las víctimas sobrevivieran habría significado que permanecieran en la tierra con un dolor inmenso por haber sido quemados y habrían continuado sufriendo los dolores de un mundo caído.
Aquello también habría librado a los perpetradores de las consecuencias de sus pecados. En cambio, Dios recibió a los inocentes para sí mismo y se aseguraría de que Su justicia recayera sobre los culpables.
El crecimiento ocurre en el dolor
En mi propia vida, he descubierto que a veces mis peticiones por ser más como Él han sido respondidas en mis momentos de prueba.
Romperme una pierna me enseñó a tener más simpatía por el sufrimiento físico. Pasar por abortos espontáneos me enseñaron a ser más compasiva. Mi depresión me enseñó a ser menos crítica conmigo misma.
Las Escrituras nos enseñan que Jesucristo es “un varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3).
En el Libro de Mormón leemos que Moroni exhortó:
“Pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones… para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él”. –Moroni 7:48
¿Cómo podríamos ser como Él si no nos hemos familiarizado con el dolor? El élder Neal A. Maxwell lo enseñó de esta manera:
“¿Por qué tú y yo habríamos de esperar ingenuamente pasar con comodidad por la vida, como diciendo: “Señor, dame experiencia, pero no me des pesar, ni aflicción, ni dolor, ni oposición, ni traición, y, por cierto, no me abandones. ¡Evítame, Señor, todas las pruebas que han hecho que seas lo que Tú eres! Y después, ¡permíteme morar contigo y participar plenamente de Tu gozo!””
En nuestra vida siempre habrá lo dulce y lo amargo, lo bueno y lo malo.
Llegar a ser como el Salvador lo vale
El Salvador nos dio este mandamiento: “Por tanto, quisiera que fueseis perfectos así como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (3 Nefi 12:48).
Si bien esta perfección no se alcanzará en esta vida, el mandamiento aún sigue vigente, por lo que continuamos esforzándonos por mejorar.
El élder Clark G. Gilbert, de los Setenta, expresó:
“Jesucristo ve el potencial divino, sin importar dónde empezamos. Lo vio en el mendigo, en el pecador y en el enfermo; lo vio en el pescador, en el recaudador de impuestos e incluso en el zelote.
Independientemente de dónde comencemos, Cristo tiene en cuenta lo que hacemos con lo que se nos da… Él hará todo lo que pueda por ayudarnos a dirigir nuestra pendiente hacia el cielo”.
Si nosotros también nos enfocamos a pesar de nuestras circunstancias presentes, podremos encontrar los cambios que se han producido en nosotros gracias a la perseverancia y Su guía en nuestra vida.
Perseverar hasta el fin
Si te encuentras atravesando circunstancias difíciles, utilízalas como un medio para tu crecimiento sin olvidar que días mejores vendrán.
En las palabras del élder Holland: “Sigue intentándolo. Sigue confiando. Sigue creyendo. Continúa creciendo. El cielo te está animando hoy, mañana y siempre”.
Sé fiel, ten esperanza. Llegar a ser como el Salvador vale la pena.
Fuente: LdsDaily