Pregunta
Es natural preguntarse por qué nos enfrentamos a tragedias, desastres naturales y sufrimiento, y nos surge la duda:
Si Dios es perfecto, ¿por qué permite que pasen cosas malas?
Esta pregunta ha acompañado a la humanidad desde tiempos antiguos hasta hoy, y nos invita a reflexionar sobre nuestra propia fe y perspectiva.
La vida como oportunidad de crecimiento

La clave está en entender que esta vida no es un accidente ni un error de Dios, sino un espacio diseñado para aprender, elegir y crecer. Según la doctrina de la Iglesia, nuestro mundo imperfecto permite que ejerzamos el don más valioso que tenemos: el albedrío.
Como se enseña en la Perla de Gran Precio:
«Y les es concedido discernir el bien del mal; de modo que, son sus propios agentes, y otra ley y mandamiento te he dado.» – Moisés 6:56.
Dios nos dio la capacidad de actuar por nosotros mismos y no ser solo reaccionarios (2 Nefi 2:26). Sin desafíos, sufrimiento u oposición, no podríamos desarrollar carácter ni profundizar nuestra fe.
La imperfección del mundo es, de hecho, perfectamente adecuada para el propósito que Dios planeó.
Lo que el sufrimiento nos enseña

No se trata de que el sufrimiento sea bueno por sí mismo, sino que nos ayuda a crecer en virtudes únicas:
- Compasión y servicio: Desastres y tragedias nos muestran la generosidad humana y nos inspiran a ayudar a otros.
- Fe y resistencia: Los profetas, el apóstol Pablo e incluso Jesús enfrentaron sufrimiento, y a través de eso enseñaron que la adversidad fortalece nuestro espíritu.
Como explicó el presidente Spencer W. Kimball:
«Si el Señor hubiera prevenido estas dificultades, habría limitado nuestro crecimiento. El desarrollo eterno requiere esfuerzo, prueba y aprendizaje.»
El dolor de los inocentes y la existencia del mal

El sufrimiento de niños o personas que no pueden elegir es especialmente difícil de entender. Aquí entra un principio fundamental: Nuestra perspectiva es limitada. Vemos la vida “a través de un espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12). Lo que ahora parece injusto, en el plan eterno, puede tener un propósito que trasciende nuestra comprensión.
Por un lado, por ejemplo, tenemos al consentimiento preterrenal. Antes de nacer, nuestros espíritus aceptaron los riesgos de la mortalidad sabiendo que las recompensas de crecimiento, amor y resurrección superarían cualquier sufrimiento temporal. También, la compensación divina. Los niños que mueren antes de alcanzar responsabilidad moral son redimidos y reciben gloria celestial, un bien que sobrepasa su dolor temporal.
Por otro lado, la libertad de elegir implica que otros pueden usar su albedrío para hacer daño. Crímenes y abusos no son deseos de Dios, sino consecuencias de la libertad humana. Proteger a todos de todo mal significaría eliminar el albedrío, y eso iría contra el plan divino de felicidad y crecimiento.
Dios, sin embargo, asegura justicia y paz:
«Todas las cosas con que habéis sido afligidos obrarán juntamente para vuestro bien y para la gloria de mi nombre, dice el Señor.» – Doctrina y Convenios 98:3.
Confianza en Su plan

No todos enfrentamos las mismas pruebas. Algunos viven cómodos, otros sufren o mueren jóvenes. La vida no es “justa” en experiencias iguales, pero es perfecta para nuestro crecimiento individual. Dios no siempre elimina los problemas, pero nos da recursos, respuestas y consuelo para superarlos.
Como con la familia de Lehi en el desierto, no fueron rescatados del camino, pero fueron fortalecidos para soportarlo y recibieron medios para avanzar.
El mundo no es perfecto porque está diseñado para que nosotros nos volvamos personas sabias, compasivas y fuertes a través de la experiencia. Cada prueba, cada dolor y cada desafío tiene un propósito mayor: forjar en nosotros la luz de Cristo y acercarnos a Él.
Nuestra tarea no es entenderlo todo ahora, sino confiar y permitir que Dios use cada circunstancia para nuestro bien eterno.
Fuente: Ask Gramps
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