Conocí a un hombre que afirmaba que sería perfecto a los treinta años. Empezó con un programa deliberado, organizó sus objetivos según un plan de diez años, cinco años, un año, mensual, semanal y diario. Presionó, tiró, estiró y alcanzó espiritualmente, tanto como cualquier persona que he conocido. Pero, no fue perfecto a los treinta. No puedes forzar lo espiritual. Soy conocido de una mujer que anunció a varios de nuestros amigos que aseguraría su llamamiento y elección para el tiempo en que tuviera cincuenta años. Fue fiel en la iglesia. Pasó los cincuenta años y se encuentra terriblemente desanimada porque el objetivo de su existencia, hasta donde sabe, no se cumplió. No puedes forzar lo espiritual.
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Oraciones infinitas, largas vigilias de escrituras, ayuno excesivo – todo esto, aunque al principio se haga con buena intención, podría convertirse más en una maldición que en una bendición. El progreso en el evangelio debe ser lento, continuo y gradual, debemos ser cuidadosos al establecer objetivos para nosotros o los demás en áreas donde tenemos control limitado.
El Élder Boyd K. Packer nos aconsejó:
Nuestros privilegios con el Espíritu no se describen con palabras tales como compeler, coaccionar, constreñir, presionar, exigir, etc. No podemos forzar al Espíritu a que responda, tal como no podríamos forzar a una semilla a germinar ni a un polluelo a que salga del cascarón antes de tiempo. Se puede crear un ambiente que fomente el progreso, que nutra y proteja, pero no es posible forzar ni compeler, sino que debemos esperar el progreso natural.
No se impacienten en obtener gran conocimiento espiritual. Déjenlo crecer naturalmente, ayúdenlo a crecer, pero no lo fuercen o estarán propensos a ser engañados.
Nuestro presente no debe ser tomado como rehén por los errores o malas acciones del pasado. El pasado ya se fue. El futuro todavía no llega y por eso, no nos pertenece. Todo lo que tenemos es ahora. No podemos permitirnos vivir en el pasado, malgastar nuestras horas en reflexiones profundas sobre los tiempos más sencillos o cuando las cosas eran menos difíciles. Tampoco podemos permitir que nuestra anticipación de un día más brillante nuble nuestro presente y pase el tiempo limitado que tenemos aquí. En pocas palabras, aunque muchos aspectos de la vida están fuera de nuestro control, existen cosas que podemos hacer para cambiar el mundo y quizá, más importante, cambiar a nosotros mismos. Por ejemplo:
- Podemos aprender a adaptarnos al cambio en una “iglesia viviente”
En la introducción de las revelaciones de Doctrina y Convenios, el Señor dice “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido” (DyC 1:30). El Élder Neal A. Marxwell ha observado:
“Cuando se usa la palabra viviente, esta conduce a una connotación deliberada divinamente. La iglesia no está muerta ni está muriendo, ni siquiera está dañada. La iglesia, como el Dios viviente que la estableció, está viva, alerta y funciona. No es un museo que alberga una fe fosilizada. Por el contrario, es un reino cinético caracterizado por una fe viva en discípulos vivos…
La iglesia viviente es la única que responde a los estímulos pertenecientes al movimiento y posee la capacidad de reproducirse.
“Las doctrinas se mantendrán firmes, eternas,” declaró el Élder Packer. “La organización, los programas y los procedimientos serán modificados como dirigidos por Él, a quien le pertenece esta iglesia.” Las políticas cambian. Los procedimientos cambian. Las organizaciones auxiliares cambian. Los llamamientos y relevos vienen. Los hombres y las mujeres con capacidades diferentes y, fortalezas y aptitudes variadas sirven durante una temporada y luego, son llamados a servir en otro lugar. Trágicamente, muchos hombres talentosos que estuvieron bastante relacionados con José Smith y tuvieron un lugar a su lado al inicio de esta dispensación no pudieron adaptarse al cambio. A medida que la membresía de la iglesia crecía y las organizaciones de la iglesia restaurada comenzaron a desplegar línea por línea, precepto por precepto, simplemente no pudieron lidiar con el hecho de que el Dios viviente en los cielos, operara por medio de un árbol de vida en la tierra, pudiera e hiciera modificaciones en su reino inspirado.
- Podemos aprender a decirle a Dios, “hágase tu voluntad,” y de verdad
Es difícil no tener el control de las cosas. Pero, una de las lecciones de vida de las que me estoy empezando a dar cuenta a medida que me descubro más cerca al ataúd que a la cuna es esta: el Dios viviente verdaderamente está involucrado en cada detalle de nuestras vidas. A Él realmente le importamos y nos conoce, conoce nuestras necesidades, desafíos, puntos débiles y fortalezas, mucho mejor de lo que nosotros nos conocemos. Por eso, Él puede hacer mucho más para que nuestras vidas sean positivas y productivas – si lo permitimos, porque podemos evitarlo si lo decidimos – de lo que podríamos. De ese modo, simplemente es sabio aprender a entregarle el corazón al Dios viviente (Helamán 3:35). La promesa en la escritura es que si nuestra mira está únicamente en la gloria del Dios viviente, Él nos llenará con luz y nos fortalecerá para ver todo con mayor claridad. (DyC 88: 67-68).
Es verdad que orar “hágase tu voluntad” puede implicar someterse a circunstancias difíciles o desafiantes. C. S. Lewis brinda un enfoque ligeramente diferente para esta escritura: “Hágase tu voluntad.” Pero, gran parte de esto lo deben hacer las criaturas del Dios viviente, incluyéndome. Así, la petición no consiste en que solo pueda sufrir pacientemente la voluntad del Dios viviente sino que también pueda hacerla enérgicamente. Debo ser un agente así como un paciente. Pido que pueda hacerlo…
“De esta manera, descubro que las palabras tienen un aplicación más cotidiana. Porque no siembre existe o no siempre tenemos motivos para sospechar que exista alguna gran aflicción en el futuro cercano, pero siempre existen deberes por cumplir. Usualmente, para mí, deberes aplazados con los que me tengo que poner al día. “Hágase tu voluntad –para mí – ahora” detalla lo más importante.” Además, Lewis explicó, “Hágase tu voluntad” también podría implicar la disposición de nuestra parte para recibir y experimentar bendiciones nuevas e inesperadas. “Sé que suena fantástico,” añadió, “pero lo pienso bien. A menudo, me parece que, casi con mal humor, rechazamos lo bueno que el Dios viviente nos ofrece porque, en ese momento, esperábamos otro bien.” “Hágase tu voluntad,” representa nuestra suplica de que el Todopoderoso obre sus maravillas por medio de nosotros, que ablande nuestros corazones a nuestras ideas y caminos de entendimiento, y que nos abra nuevos caminos y puertas de oportunidades cuando sea mejor para nosotros movernos en otra dirección.
- Podemos aprender a confiar más en nuestro infinito e incomparable Redentor
Aunque asuntos como la autosuficiencia y la confianza en uno mismo pueden ser valiosos en algunas de nuestras relaciones en esta vida, los principios recíprocos de sumisión, rendición y tener la mira únicamente en la gracia de Dios son esenciales si deseamos adquirir ese poder descrito en las escrituras como la gracia salvadora de Jesucristo. Es como si el Señor nos preguntara: “¿Deseas poseer todas las cosas de tal manera que estas cosas estén sujetas a ti?” Por supuesto, respondemos en afirmativo. Luego, Él responde: “Bien, entonces sométete a mí. Entrégame tu corazón.” El Señor pregunta: “¿Deseas ser victorioso sobre todas las cosas?” Asentimos. Él continua: “Entonces, ríndete ante mí. Incondicionalmente.” Extraño, ¿verdad? Incorporamos los grandes poderes de la divinidad sobre nosotros al reconocer nuestras incapacidades, aceptar nuestras limitaciones y dándonos cuenta de nuestras debilidades. Nos abrimos a una fortaleza infinita solo por aceptar nuestra condición limitada. Con el tiempo, obtenemos el control al estar dispuestos a renunciar al control.
Como el Salvador se lo explicó a Moroni, cuando reconocemos y confesamos nuestras debilidades, no solo nuestras debilidades específicas y nuestros pecados personales sino nuestras debilidades y limitaciones mortales y nos sometemos a Él, el Dios viviente transformará nuestras debilidades en fortalezas. (Éter 12: 27)
Todos tenemos momentos dolorosos en nuestras vidas cuando rompemos algo, hablando espiritualmente, que no podemos reparar. El Presidente Packer explicó:
“A veces es imposible devolver lo que se ha tomado ya que no se tiene para restituir. Si han causado a otra persona un sufrimiento insoportable-por haberle mancillado la virtud, por ejemplo-, no tienen el poder de restituirla…
… Si no les es posible reparar lo que hayan hecho, están en un grave aprieto. Es fácil de comprender cuan impotentes y desesperados se sienten entonces y por qué, como Alma, sienten también el deseo de darse por vencidos.
La reflexión que rescató a Alma, cuando él la puso en práctica, fue la siguiente: Restaurar lo que no se puede restaurar, curar las heridas incurables reparar lo que se ha quebrado y no tiene arreglo, es el propósito principal de la expiación de Cristo.
Cuando el deseo que nos guía es firme y estamos dispuestos a pagar hasta “el ultimo cuadrante” (véase Mateo 5:2526), la ley de restitución queda sin efecto; nuestra deuda se transfiere al Señor. El se hará cargo de nuestras deudas.
- Podemos aprender a “esperar en el Señor”
Una de mis escrituras favoritas es de la primera cara de Pablo a los Corintios. Pablo reconoció a los Santos en Corinto cuando los visitó “no fue con excelencia de palabras o de sabiduría” sino que se “propuso no saber [entre vosotros] cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado.” Luego, en dulce humildad, este instruido e impresionante orador agregó este tesoro: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman.” (1 Corintios 2: 1-2,9).
Esta expresión es una garantía reconfortante para todos y cada uno de nosotros, un recordatorio de que aunque haya momentos de intensa alegría y paz en este mundo, las glorias, los sentimientos y las asociaciones transcendentes de un mundo futuro son aún más grandiosas.
Esperar en el Señor se relaciona bastante con tener esperanza en el Señor. Tener esperanza en el Señor son palabras de las escrituras que no se centran en los mortales débiles y vacilantes sino en un Dios viviente, soberano y todoamoroso que cumple sus promesas a las personas promisorias en su propio tiempo.
La esperanza es más que un deseo mundano. Es tener la expectativa, la anticipación y la seguridad. Esperamos en el Señor porque tenemos fe. “Porque nosotros, por el Espíritu, aguardamos por la fe la esperanza de la justicia.” (Gálatas 5:5).
Ser impaciente con nuestro Dios viviente significa perder de vista del hecho de que nuestro Padre Celestial nos ama, conoce nuestros problemas actuales y dilemas diarios, tiene un plan cósmico y personal para nuestra felicidad aquí y nuestra recompensa eterna en el más allá. Por otro lado, esperarlo significa “estar convencido de esto, que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). En otras palabras, esperar en el Señor es ejercitar una fe viva en que el Dios viviente que se encuentra en los cielos también está trabajando sobre y por medio de su pueblo en la tierra. El Élder Neal A. Maxwell declaró:
Puesto que el Señor desea un pueblo que sea “probado en todas las cosas”(D. y C. 136:31), ¿de qué manera específica se nos probará? él dice que probará la fe y la paciencia de su pueblo (véase Mosíah 23:21). Debido a que la fe puede ser probada en el tiempo del Señor, aprendamos a decir no sólo “Que se haga Tu voluntad”, sino pacientemente agreguemos: “Que se haga en Tu debido tiempo”.
Existen ciertas constantes en un mundo de cambios, constantes en las que podemos inclinarnos en momentos de desesperación. Por ejemplo:
- Tenemos un Dios viviente, como su Hijo Amado, el Redentor resucitado
- Somos los hijos espirituales de un Dios viviente, hijos e hijas y tenemos posibilidades infinitas y un potencial ilimitado para hacer el bien y alcanzar sus propósitos.
- Nuestro Dios viviente tiene un plan, un plan de salvación que nos brinda significado y propósito para nuestra existencia
- Jesucristo es el Hijo divino del Dios viviente, nuestro Salvador y Redentor, que vino a la tierra para sufrir, morir y resucitar, para expiar los pecados de toda la humanidad
- Existen verdades y valores absolutos, aciertos y errores que trascienden el consenso tradicional o social
- La iglesia de Jesucristo, junto con sus doctrinas y sacerdocio, ha sido restaurada y establecida nuevamente sobre la tierra
- Estamos aquí para ganar experiencia, desarrollar y mejorar las relaciones valiosas y preparar nuestras almas para lo que vendrá después
- La familia es la unidad más importante en este tiempo y la eternidad. La perpetuación de esa familia por la eternidad es una parte importante de la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de nuestro Dios viviente (DyC 14:7)
- Cuando morimos, no dejamos de ser, simplemente dejamos de estar en la tierra. La vida continúa después de la transición que conocemos como la muerte. Por medio de Jesucristo nuestro Señor, tenemos esperanza en la inmortalidad del alma y la inseparable unión del cuerpo y el espíritu.
Podemos seguir, pero la lista anterior parece suficiente para recordarnos que un mundo que frecuentemente se construye sobre arena movediza, existen verdades, garantías y absolutos de los que debemos depender con gran confianza. En mi propia vida, he encontrado un consuelo especial al saber y voltear al poder purificador y posibilitador de Jesucristo. En esos tiempos cuando estuve en la más grande agonía, reflexioné y repetí las palabras de Alma cuando enfrentó el desafío de proselitar entre los Zoramitas:
¡Oh Señor Dios!, ¿hasta cuándo consentirás que exista tal perversidad e infidelidad entre este pueblo? ¡Oh Señor, dame fuerzas para sobrellevar mis flaquezas; porque soy débil, y semejante iniquidad entre este pueblo contrista mi alma! ¡Oh Señor, mi corazón se halla afligido en sumo grado; consuela mi alma en Cristo! (Alma 31: 30 – 31)
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4: 13)
“Se demuestra en Cristo,” pensó el Élder Jeffrey R. Holland, “la caridad nunca deja de ser.” En pocas palabras, “la vida tiene sus partes de miedos y fallas. A veces las cosas no salen como queremos. A veces, las personas nos fallan, la economía, los negocios o los gobiernos nos fallan. Pero, una cosa en esta vida y por la eternidad no nos falla – el amor puro de Cristo.”
Así como no debemos permitir que pocas preguntas sin resolver en la vida nos cieguen las casi ilimitadas respuestas que se encuentran en el evangelio restaurado, no debemos permitir que las cosas que están fuera de nuestro control nos controlen, nos hagan resbalar o tropezar. Existe paz interior y una fortaleza silenciosa que fluyen en las vidas de aquellos que se apoyan y confían en las verdades que conocemos con certeza, esos asuntos sobre los cuales podemos confiar con certeza sin inmutarnos. Mi Dios viviente tiene el control y eso es suficiente para mí.
Adaptación del artículo originalmente escrito por Robert L. Millet y publicado en ldsliving.com con el título “When Life Feels Out of Control: 4 Ways to Turn Our Burdens into Blessings.”