No es un acto de rebeldía. Mucho menos una manera de llamar la atención.
Desde hace varios meses, mis faldas y vestidos los mantengo en el fondo de mi ropero. Ese cajón reservado exclusivamente para la “ropa de la iglesia” se mantiene cerrado.
Y, no. No es porque haya dejado de asistir a la capilla.
De hecho, cada domingo me esfuerzo por llegar minutos antes de que inicie la reunión sacramental (a pesar de que es el único día de la semana en el que no trabajo y podría dormir unas horas más). Nadie me levanta o anima a asistir, porque —actualmente— soy la única miembro de mi familia que continúa participando de la religión que me inculcaron desde que nací.
Donde me enseñaron que hay una “ropa de domingo”. Un tácito código de vestimenta en el que los jeans y las zapatillas parecen estar rotundamente prohibidos, especialmente si eres un miembro con varios años en la Iglesia (como yo).
Si bien ningún líder se me había acercado a reprocharme por mi nuevo look —ese que ‘transgrede’ nuestras implícitas normas de vestir— no puedo negar que el domingo viví un hecho sin precedentes en mis 27 años asistiendo a la Iglesia.
“¿No importa que esté con jean?”
Faltaba un minuto y medio para que inicie la reunión sacramental. Yo estaba recuperando el aliento por la carrera de una cuadra que tomé para llegar a tiempo; y el secretario del barrio inesperadamente se acercó a mi banca:
“Hermanita, ¿nos podría apoyar con la dirección de la música?”, me preguntó mientras yo revisaba nuevamente mi atuendo para asegurarme que por ‘accidente’ no estaba usando un vestido o falda. Confundida, repliqué:
“Pero… ¿no importa que esté con jean?”, le dije totalmente incrédula, creyendo que no había notado mi pantalón, zapatillas o la chaqueta de Mafalda que llevaba puesta. A lo que respondió con una adaptación de mis escrituras favoritas (1 Samuel 16:7):
“Lo que más importa es su corazón, hermana, no se preocupe por la ropa”.
Si bien no era la primera vez que apoyaba con la dirección de la música, sí fue el domingo con el que más alegría pude entonar cada himno. Porque —aunque siempre repetimos que en la Iglesia todos somos bienvenidos— finalmente sentía que realmente era así.
¿Hay un código de vestimenta?
Algunos podrán cuestionar a mi obispo por ‘autorizar’ que una persona con una vestimenta tan ‘informal’ haya sido parte del programa de la sacramental. Ya que si bien no existe un lineamiento específico sobre nuestra forma de vestir en estas reuniones sagradas, la ‘costumbre’ de ser elegantes y formales ha sido reafirmada por revelación moderna.
El presidente Dallin H. Oaks, de la Primera Presidencia, enseñó:
“La forma en que nos vestimos es un indicador importante de la actitud y la preparación que tenemos para cualquier actividad. De la misma manera debe ser nuestra forma de vestir cuando vamos a participar de la Santa Cena. Es como ir al templo; nuestra forma de vestir indica hasta qué punto comprendemos y honramos la ordenanza en la cual participaremos”.
Las palabras de un apóstol del Señor serían razón suficiente para determinar que los Santos de los Últimos Días sí deberíamos respetar un código de vestimenta para nuestras reuniones dominicales… pero esa breve cita es, apenas, el extracto de un extenso mensaje sobre nuestra participación en la sacramental. Y su verdadero significado.
El verdadero acto de rebeldía
En ese mismo discurso, el presidente Oaks nos recalca que la única ofrenda que nos ha pedido el Señor para participar de la Santa Cena es la que el Salvador declaró en 3 Nefi 9:20, durante Su ministerio en las Américas:
“Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito”.
Porque, como repitió el secretario de mi barrio, la ropa no es tan importante como la disposición de nuestros corazones al momento de participar de la solemne ceremonia.
La Santa Cena, como una ordenanza sagrada, exige que nuestra mayor preparación sea espiritual. Por ejemplo, el presidente Oaks nos recuerda la importancia de llegar minutos antes del inicio formal de la reunión para meditar y reflexionar (y no para hacer vida social o ‘ponernos al día’ con nuestros amigos).
Asimismo, lamenta que sea tan frecuente ver a personas de distintas edades utilizando su celular durante las reuniones. Al grado de advertirnos que estamos quebrantando nuestro convenio bautismal cuando nos distraemos con la tecnología:
“La reunión sacramental no es un momento para cuchicheos en teléfonos celulares. Cuando tomamos la Santa Cena, hacemos el convenio sagrado de que siempre recordaremos al Salvador. ¡Qué triste es ver a alguien violar ese convenio precisamente en la misma reunión en la que hace dicho convenio!”.
Ropa costosa; corazón vacío
Aunque inicialmente me sentí un poco avergonzada de estar en el púlpito con una vestimenta ‘poco convencional’ para la ocasión, luego sentí un tierno consuelo de que no era ningún error o casualidad estar allí al frente con esa ropa.
Quizá puede ser ofensivo para los hermanos y hermanas acostumbrados —como yo en casi tres décadas asistiendo a la Iglesia— a ver solamente faldas y vestidos en el rostro. Y mi intención tampoco es establecer una nueva ‘moda’ en la sacramental.
Pero esta experiencia creo que es un necesario recordatorio sobre cómo podemos prepararnos para mantener la santidad durante la reunión sacramental.
Probablemente estás yendo con tus mejores prendas para rendir loor al Señor, pero si interrumpes la ceremonia llegando tarde, prestando más atención a tu celular que a los discursantes o conversando con tus amigos sobre cualquier otro tema, ¿qué tan útil es ese vestido o traje tan caro que compraste para tu “ropa de domingo”?
Creo yo que el valor de esa fina y elegante prenda se pierde totalmente al pasar por alto la preparación espiritual que describió el élder Oaks. Porque aunque estamos usando una ropa diferente y especial a la que lucimos de lunes a sábado, nuestra conducta y enfoque siguen siendo los mismos.
“Señor, no tengo nada más”
El domingo se convierte en un día cualquiera. Y la esencia del día de reposo se pierde. Ese tiempo dedicado a nuestro Redentor se pervierte y la bendición de tener Su Espíritu con nosotros no está más a nuestra disposición. Porque no estamos cumpliendo nuestra parte de la promesa:
“El Salvador se identificó a Sí mismo como Señor del día de reposo. ¡Es Su día! Nos ha pedido repetidas veces que guardemos el día de reposo o que lo santifiquemos. Estamos bajo convenio de hacerlo”, explicó el presidente Russell M. Nelson.
Mientras que usar ropa más elegante para recordar el carácter excepcional de la Santa Cena y la reunión sacramental es una sugerencia, mantener la santidad de este día es el verdadero compromiso que hemos establecido con Dios.
Usar un jean o zapatillas en el programa de la reunión sacramental, entonces, no es el acto de rebeldía que muchos pueden suponer. Mientras nuestro corazón esté en sintonía con la santidad de este día, estamos honrando la promesa que hicimos a nuestro Amoroso Padre.
“Señor, te doy mi corazón; no tengo nada más que darte”, expresó el élder Eduardo Gavarret, Setenta Autoridad General. Y eso es todo lo que Él requiere de nosotros para recibirnos de vuelta a casa. Porque en los cielos tampoco hay un código de vestimenta.
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