Hace unas semanas, la pastora Laetitia Schoeman me invitó a dar un discurso en una hermosa mañana de día de reposo en la Iglesia Metodista Unida de Fairview en Stephens City, Virginia.
Al igual que con cualquier denominación en el gran espectro del cristianismo, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días obviamente no comparten todas las creencias que tienen los metodistas.
De hecho, la idea de que un miembro de nuestra fe sea invitado a discursar en una iglesia metodista podría haber sido algo impensable no hace mucho tiempo.
Las diferencias doctrinales entre ambas van desde el Libro de Mormón hasta nuestra creencia en los profetas y apóstoles de la actualidad y la importancia de la obra del templo.
Mientras escribía las ideas que tenía en mi diario, me preguntaba qué podría compartir con ese fiel rebaño un domingo por la mañana.
Como suele ocurrir, la respuesta llegó en un susurro.
Aquel era un momento para unirnos, no dividirnos. Era una mañana para resaltar todo lo que tenemos en común, no para enumerar nuestras diferencias. Era un momento para edificar puentes de hermandad.
Cuando llegó la hora de estar de pie ante su congregación al mismo tiempo que mi propio barrio se reunía a unos kilómetros de distancia, el espíritu inundó su capilla histórica.
Hablé sobre el lente de Dios y lo importante que es vernos unos a otros como Él nos ve. Leí versículos de Mateo y Juan y compartí experiencias de mi vida donde el Señor inspiró a otros a verme cuando más lo necesitaba.
Me enfoqué en todo lo que teníamos en común.
Creemos en Cristo y en Su papel como nuestro Salvador y Redentor.
Creemos en Su ejemplo y en la senda perfecta que nos trazó.
Creemos que Él nos ama infinitamente.
Después de mi discurso, me senté en uno de los bancos y me dejé llenar del dulce espíritu que sentía en su humilde y santa iglesia. Admiré la forma en que cantaban y oraban a Dios y a sus semejantes. Me conmovió la facilidad con la que me aceptaron: un extraño en su hogar espiritual.
Antes de que la pastora Schoeman concluyera, ella y Dawn Welch, la miembro de años que me extendió la invitación para visitar su iglesia, me entregaron el regalo de agradecimiento más especial que jamás haya recibido por un discurso.
Escondido en el fondo de una bolsa de regalo y envuelto en papel de seda blanco encontré una billetera de cuero.
“Ábralo”, me dijeron.
En el interior, encontré 24 tarjetas de regalo que sumaban un total de $350 para restaurantes y lugares de comida rápida. También había algunas tarjetas de regalo para combustible.
Estas dos buenas y bondadosas mujeres me explicaron ante la congregación que deseaban que estuviera listo para bendecir la vida de alguien que lo necesite en mi viaje de regreso a casa, todo sin esperar nada a cambio.
Ya sean mochileros, personas que se han quedado sin un hogar o una familia en necesidad, me invitaron a alimentar a sus ovejas de cualquier manera posible.
Fue un milagro.
Ya he regalado varias tarjetas y las reacciones de estas personas han sido increíbles. Les conmovió saber que una pequeña iglesia en Virginia de alguna manera supiera que necesitarían un pequeño impulso en el momento preciso.
En verdad puedo decir que de esto se trata el cristianismo. Esta es la religión en acción y la fe en movimiento.
Porque cuando estamos unidos, no hay límite para el bien que podemos hacer.
Ciertamente, podemos edificar más puentes de hermandad.
Fuente: LdsLiving