En nuestra religión, valoramos mucho el matrimonio y la familia. Creemos que el matrimonio es central en el plan de felicidad de Dios.
Entonces, cuando un matrimonio acaba, a menudo pensamos que hemos fallado como Santos de los Últimos Días e hijos e hijas de Dios o que quizá no hay esperanza para nosotros en el Plan de Dios y que nuestras vidas están completamente a la deriva.
Es un sentimiento muy real para muchos. Nos preocupa que ya no tengamos un lugar en el reino de Dios.
Si estos pensamientos te suenan familiares entonces hay algo que debes saber.
Un divorcio no es un fracaso ni un castigo de Dios
Nuestra perspectiva como Santos de los Últimos Días tiende a ser bastante perfeccionista, tanto que va hasta el punto de crear fórmulas que nos permitan alcanzar lo que creemos es “el miembro perfecto”.
Creemos que si “vivimos el evangelio” no tendremos problemas en la vida, al menos en las cosas que consideramos más significativas e importantes, como nuestro matrimonio.
Sería bueno recordar que Job pasó muchos desafíos por una prueba a su fidelidad y no como un castigo por sus pecados. De hecho, el Libro de Job lo describe como un hombre “justo y perfecto” (Job 1:1).
Pero ese hombre perfecto lo perdió todo: su riqueza, su familia, sus amigos e incluso su salud. Las personas lo juzgaron y se preguntaron qué mal debió haber hecho para traer tales pruebas a su vida (Job 4:7-8, 8:20, 11:14-15, 17).
Esto puede pasarte a ti también. ¿Ya se ha juzgado tu conducta y se te ha acusado de ser la razón por la que te divorciaste?
Creer que las cosas que nos están pasando son castigos por algo que hemos hecho puede llevarnos a creer que la expiación de Cristo ya no se puede aplicar a nosotros, que solo somos perdonados de los pecados pequeños y que somos culpables del resto.
Empezamos a creer que merecemos ser castigados por dar por terminado nuestro matrimonio, aun cuando sabemos que hicimos todo lo que podíamos y lo que estaba a nuestro alcance.
Dios sabe por lo que pasamos
Tengo un hermano menor que falleció debido a un tumor en el cerebro a la edad de 17 años. No llegó a la adultez. No llegó a servir una misión en esta tierra.
Mi hermano no pudo ir a la universidad ni casarse ni tener hijos. Nunca llegó a conocer a sus sobrinos. ¿Era ese su destino?
Antes de que falleciera, mi hermano fue un poderoso ejemplo de consagración y sumisión a la voluntad de Dios. Podría parecer que Dios estaba esperando demasiado de un adolescente, sin embargo, esa enfermedad le dio el carácter que necesitaba.
Pienso que vivió el tiempo que tenía que vivir en esta tierra. Creo que su llamamiento misional estaba en el mundo de los espíritus y estoy seguro de que hizo un gran trabajo.
Puede ser tentador pensar que mi hermano era demasiado joven para morir o que el plan de Dios se vio frustrado de alguna manera porque no pudo casarse por la eternidad en esta vida, sin embargo, el plan de Dios no se frustró.
Dios sabe que habría desafíos en la vida terrenal, Él sabe que el sufrimiento y la muerte son parte de la vida. Pero también sabe que eso no impide que Sus hijos puedan tener las bendiciones que Él ha prometido.
El Plan de Dios para todos
Como Santos de los Últimos Días, tenemos conocimiento de doctrinas únicas que pueden ayudarnos a comprender porqué nuestras pruebas son importantes.
La mayor parte del mundo cristiano cree que debido a que Adán y Eva comieron del fruto prohibido, todos nosotros estamos destinados a un mundo caído.
Esto puede dar la impresión de que estamos viviendo el plan de reserva o Plan B que tenía el Señor para nosotros en lugar del plan principal o Plan A porque fracasamos de alguna manera.
Las Escrituras de la restauración nos enseñan que la caída siempre fue parte del plan de Dios (Moisés 4:6; 2 Nefi 2:22-26). La caída de Adán y Eva no es un premio de consolación, no es un Plan B.
El sufrimiento, los errores, el mal uso del albedrío, el dolor y el caos de la vida mortal son parte del plan divino que nos permite ser perfeccionados y llegar a ser como nuestro Padre y Madre Celestiales.
Estamos aquí para aprender a amar cuando el amor no es correspondido. Estamos aquí para aprender a perdonar. Y estamos aquí para aprender a amar a las personas a pesar de sus miedos, inseguridades e imperfecciones.
Y para algunos de nosotros, el divorcio es parte de nuestro viaje. El divorcio no refleja un Plan B, refleja un plan divino que se está llevando a cabo si elegimos crecer a partir de nuestras experiencias en lugar de dejarnos destruir por ellas.
El potencial de los hijos e hijas de Dios
Casarme con mi segunda esposa no es parte de un Plan B. No estoy viviendo un plan de consolación solo porque mi primer matrimonio no funcionó. Nuestro matrimonio es parte del Plan A y probablemente siempre lo ha sido.
Pero para estar preparado, tuve mucho que aprender, sobre todo de mi matrimonio anterior. Es por eso que estoy agradecido por ello, por más doloroso que fue, porque me hicieron la persona que soy hoy.
Gracias a la experiencia que pasé ahora puedo tener un matrimonio más feliz.
Si crees que todo te ha ido terriblemente mal en la vida y que el plan de Dios para ti simplemente no sirve, recuerda a Job.
Recuerda también que has sido (o puedes ser) ungido en la casa de Dios para convertirte en rey o reina, y un día gobernar sobre los muchos e incontables reinos.
Tienes las semillas de ese poder divino dentro de ti ahora. Tienes todo el poder que necesitas para reclamar tus bendiciones mediante la expiación de Jesucristo.
No podrías haber previsto todo lo que sucedería en tu vida y lo que te llevaría a divorciarte, pero Dios sí, y puedes confiar en que Él sabe cómo hacer que todas las cosas obren para tu bien.
Su mano invisible está guiando tu vida con el fin de que seas feliz, así que si tú lo permites, Él puede hacerte el rey o la reina que llevas dentro y alcanzar tu máximo potencial como hijo o hija de Dios.
Fuente: Meridian Magazine