Algunas personas se han preguntado porqué La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días gasta tanto dinero en la edificación de templos cuando el dinero se podría dar a los pobres.
Esta es una pregunta común que con frecuencia surge cuando un nuevo templo atrae mucha atención de los medios, como la reciente apertura del renovado Templo de Washington D.C. al público en general en su jornada de Puertas Abiertas.
Aunque hermosos y característicos edificios de la Iglesia de Jesucristo, algunos se preguntan porqué los templos son tan lujosos cuando muchos en todo el mundo tienen tan poco.
Podríamos responder esta pregunta mencionando el vasto brazo humanitario de la Iglesia que dona millones de dólares a organizaciones benéficas en todo el mundo.
También te puede interesar: “¿Cuánto cuesta construir un templo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días?“
Podríamos debatir la absoluta necesidad de las ordenanzas del templo y el progreso espiritual de los miembros y Santos de los Últimos Días. Sin embargo, pienso que la mejor respuesta la dio el mismo Jesucristo.
En el Nuevo Testamento leemos que los discípulos de Cristo hicieron exactamente la misma pregunta.
Una mujer con un frasco de alabastro con un perfume valioso y “estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el perfume” (Lucas 7: 38).
También te puede interesar: “¿Es necesario que existan los templos?“
Los discípulos que estaban con Cristo murmuraron contra esta mujer. “¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume?”, se preguntaron. “Porque podía haberse vendido por más de trescientos denarios y haberse dado a los pobres” (Marcos 14: 4-5).
En la respuesta de Cristo hay principios que podemos aplicar a nuestros días.
“Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho; porque siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; mas a mí no siempre me tendréis”. -Marcos 14: 6-7
De esto, aprendemos que Cristo acepta todos nuestros esfuerzos para glorificarlo.
Los templos son la Casa del Señor y no están hechos para ser solo edificios hermosos para nuestro propio disfrute; son un refugio físico del mundo y el lugar donde nos podemos sentir más cerca de Jesucristo.
Hablamos de venir y adorar a Cristo. Hablamos de darle todo lo que tenemos. Si bien también debemos servir a los demás y dar a los pobres y necesitados, adorar a Cristo mediante la edificación de un santo templo es también una “buena obra”.
En el templo también aprendemos sobre la separación que todos atravesamos con el fin de venir a la tierra y prepararnos para un día regresar a vivir con nuestro Padre Celestial.
Por otro lado, aunque podemos tener el Espíritu de Cristo en nuestros corazones siempre, no disfrutamos de su presencia física en nuestra vida diaria. Con las distracciones del mundo, puede ser mucho más difícil disfrutar de su paz y gracia.
El templo también representa el camino que nos lleva al reino celestial, el lugar donde podemos sentir la presencia del Señor.
Tal como lo hizo esta mujer, los Santos de los Últimos Días reconocen este tiempo con Cristo como algo precioso y hacen todo lo posible para expresar su amor por Él mientras se encuentran en Su presencia, en decir, dentro del templo.
Por supuesto, debemos ser diligentes en nuestro servicio hacia nuestros semejantes. Una cosa no resta a la otra.
Cuando reflexiono sobre la respuesta de Cristo, veo una invitación muy clara de que a pesar de que personas pobres siempre estarán con nosotros, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ayudarlos y proveer por ellos, algo que La Iglesia de Jesucristo hace todo el tiempo.
Al combinar la obra del templo y las donaciones caritativas, los diezmos y las ofrendas de ayuno, satisfacemos las necesidades tanto temporales como espirituales de nuestro prójimo.
Fuente: LdsDaily