Brigham Young una vez preguntó: “¿Puede un profeta o un apóstol estar equivocado?”. Luego ofreció su respuesta: “No me hagan tal pregunta, porque lo reconoceré todo el tiempo” (“Santos II: “Ninguna mano impía”, capítulo 19, pág. 307).
Más adelante, expresó: “Yo no pretendo ser infalible” (“Santos II: “Ninguna mano impía”, capítulo 24, pág. 402).
Esto es consistente con lo que otros han dicho.
El presidente J. Reuben Clark, por ejemplo, dijo sobre la Primera Presidencia:
“No somos infalibles en nuestro juicio y nos equivocamos”. -(D. Michael Quinn, “The Mormon Hierarchy: Extensions of Power”)
George Albert Smith, entonces del Cuórum de los Doce, dijo que la Primera Presidencia se sigue conformando por “hombres que tienen flaquezas humanas” y que “cometerán errores”.
Lo que a veces puede parecer confuso son las declaraciones que dan la impresión de contradecir estos sentimientos. Después de emitir el Manifiesto, por ejemplo, Wilford Woodruff declaró:
“El Señor jamás permitirá que yo ni ningún otro hombre que funcione como presidente de esta Iglesia los desvíe del camino. No es parte del programa. No está en la mente de Dios. Si yo intentara tal cosa, el Señor me quitaría de mi lugar, y así lo haría con cualquier hombre que intente desviar a los hijos de los hombres de los oráculos de Dios y de su deber”.
Más recientemente, Russell M. Nelson señaló que “el Señor nos ha prometido que jamás permitirá que el profeta nos descarríe”, y el presidente Gordon B. Hinckley también declaró:
“Quiero hacerles una promesa, sé que es verdad. El Señor jamás permitirá que las autoridades generales de esta Iglesia los lleven por mal camino. No sucederá”.
Dos verdades esenciales para comprender a los profetas
A primera vista, estas declaraciones parecen presentar una contradicción. Después de todo, Brigham Young dicen una cosa, pero Russell M. Nelson dice otra. Entonces, ¿qué hacemos?
Bueno, lo que sucede es que la apariencia de contradicción en estas declaraciones es en realidad una ilusión.
De hecho, hay dos verdades esenciales que debemos tener en cuenta al pensar en el liderazgo profético y los errores de toma de decisiones que se puedan cometer. Cuando tenemos esto en cuenta, vemos que no existe tal contradicción.
1. Los errores varían ampliamente por su importancia
Lo primero que debemos reconocer es que los posibles errores tienen un amplio rango de importancia.
Existe una escala, que va de asuntos de poca importancia en un extremo a asuntos de gran importancia en el otro.
Wilford Woodruff, por ejemplo, hablaba del extremo de “los grandes errores”, específicamente en el contexto de poner fin a la poligamia.
Esa había sido una práctica que se había revelado y quería asegurarle a los Santos que el Señor no habría permitido tal cambio a menos que Él mismo estuviera detrás de ello.
Tal acción, si se hiciera en ausencia de la guía o aprobación del Señor, claramente sería calificada como llevar a la Iglesia por mal camino, y el presidente Woodruff estaba diciendo que el Señor no lo permitiría.
Por otro lado, podemos imaginar el otro extremo, el de “errores pequeños”, errores que el Señor podría permitir. Podemos ver esto en el Libro de Mormón cuando Moroni menciona que contiene “equivocaciones de los hombres” (Portada) y también menciona sus propias “imperfecciones” (Mormón 8:12).
Pero esto no quita que el Libro de Mormón sea verdadero a pesar de los errores humanos que contiene, porque lo divino en él es mucho más significativo que lo mortal.
Lo mismo es evidente en el nombre de la Iglesia. Aunque el Señor estableció formalmente Su Iglesia en 1830, no reveló su nombre hasta 1838 (Doctrina y Convenios 115:3–4).
En un sentido técnico, por lo tanto, cada referencia al nombre de la Iglesia antes de 1838 era un error; no capturaba lo que el Señor tenía en mente.
Sin embargo, hay dos cosas que debemos notar al respecto.
El nombre de la Iglesia
Para abril de 1830, la Iglesia tenía un profeta, la autoridad del sacerdocio y la revelación continua. El Libro de Mormón pronto se publicaría como un testigo de Jesucristo y la restauración de Su Iglesia había empezado en la tierra. Lo que le faltaba a la Iglesia era mucho menos significativo que lo que tenía.
El tiempo del Señor
El Señor proporcionó una gran cantidad de revelación entre 1830 y 1838, Él podría haber revelado el nombre de la Iglesia durante ese tiempo si lo hubiera querido.
El Señor le declaró a José y otros hermanos que “[pidieran] al Padre en [Su] nombre con fe, creyendo que [recibirían]” (Doctrina y Convenios 18:18). Su promesa no era que les revelaría todo, sino solo lo que Él consideraba sabio y prudente en ese momento.
Evidentemente, por alguna razón divina, la revelación del nombre de Su Iglesia fue conveniente en 1838, pero no en 1830. Por lo tanto, si bien las referencias a la Iglesia en esos años eran técnicamente inexactas, eso no parecía importarle al Señor.
La precisión técnica en este punto simplemente no era una prioridad para Él, y esos errores, por pequeños que fueran, eran completamente insignificantes.
Esto es exactamente lo que vemos con el Libro de Mormón.
Si hubiera sido importante para Él, el Señor podría haber encontrado una manera de prevenir los errores que aparecen en ese registro. Pero no lo hizo. Estaba satisfecho con la realidad de que lo que es humano en el libro es completamente eclipsado por lo que es divino en él y lo mismo sucede con el nombre de la Iglesia
Por lo tanto, en el esquema de las cosas, según el juicio del Señor, ese tipo de errores son insignificantes.
2. Nuestro juicio no es el mismo que el de Dios
Una segunda verdad esencial que debemos tener en cuenta, sin embargo, es la siguiente: aunque los líderes puedan cometer errores de cierto tipo, no significa que nosotros, como miembros, seamos buenos para identificar dichos errores.
La verdad es que, por nuestra cuenta, no somos muy buenos para distinguir entre algo que es un error y algo que está dirigido por el Señor por razones que nuestros ojos mortales no pueden ver.
Para algunos, por ejemplo, establecerse en el inhóspito valle de Salt Lake parecía un error al principio. Pasó mucho tiempo antes de que los beneficios de esa instrucción quedaran claros para todos.
Lo mismo ocurrió con los hijos de Israel y su liberación de la esclavitud egipcia, desde su perspectiva, la guía del Señor lejos de Egipto parecía ser solo un gran error humano tras otro.
En ambos casos, sin embargo, estos profetas no estaban cometiendo errores en su liderazgo, sino que, en cambio, estaban haciendo exactamente lo que el Señor les estaba mandando.
Eliza R. Snow parafraseó lo que José Smith dijo sobre aquellos que pensaban que podían identificar los errores que había cometido o estaba cometiendo y, por lo tanto, criticarlo.
“¿Quién conoce la mente de Dios? ¿Acaso no revela las cosas de una manera distinta de lo que nosotros esperamos?”
Exactamente.
Entonces, nuevamente, simplemente saber, en principio, que se pueden cometer errores no significa que seamos buenos para identificarlos. Realmente no somos lo suficientemente inteligentes para saberlo.
Lo que sí podemos saber es que cualesquiera que sean los errores, no le deben importar mucho al Señor. Si lo hicieran, Él no los habría permitido en primer lugar, o… según sus deseos, podría corregirlos rápidamente.
Podemos reconocer que algunas decisiones serán menos que ideales, sin embargo, también debemos reconocer que no sabemos cuáles serán estas decisiones, por lo que sería difícil tratar de corregirlas. En cambio, podemos dejar el asunto completamente en manos del Señor y seguir fielmente al profeta.
“Cuando encuentres a un hombre que desee estabilizar el arca de Dios, sin ser llamado para hacerlo, encontrarás un punto oscuro en él. El hombre lleno de luz e inteligencia percibe que Dios estabiliza Su propia arca”. – Brigham Young, Journal of Discourses, vol. 8:66
Fuente: Meridian Magazine