Pensé que me iba a ahogar. Estaba practicando bodyboard (deporte parecido al surf) en la costa norte de Oahu pero unas enormes olas, que venían una tras otra, me mantenían dando volteretas en espiral bajo el agua. Estaba en problemas y no sabía qué hacer. Mientras escupía bocanadas de arena, la voz del Espíritu me habló suavemente –no con palabras exactamente sino con un mensaje que venía hacia mi tan claro como una voz.
Déjame ponerlo en palabras: “Cuando una ola se acerque a ti, solo sumérgete directamente en ella.”
Entendí y puse ese consejo a prueba y ¡funcionó! Con mucha confianza, me sumergí en pared tras pared de agua, apareciendo cada vez al otro lado de la confusión con una gran sonrisa en mi rostro. Acababa de descubrir la clave que necesitaba para prosperar en aguas impredecibles.
Había aprendido esta misma lección anteriormente en mi vida, aunque no me di cuenta, en ese momento. Tenía 17 años cuando un amigo me habló de la iglesia, de inmediato experimenté la revelación personal, aunque no sabía qué era eso, en ese entonces. Llegó en lo que llamaré “corrientes de luz” que parecían brillar del cielo. Aunque había sido criado en un hogar religioso y tenía fe en Dios, nunca antes había visto o sentido algo como esto – los inicios de un testimonio. “La convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
“Por cuanto nuestro evangelio no fue a vosotros en palabra solamente, sino también en poder, y en el Espíritu Santo y en gran certidumbre” (1 Tesalonicenses 1:5).
Estaba súper emocionado de compartir estas experiencias espirituales con mis padres. Sin embargo, cuando lo hice, digamos que estaban menos que entusiasmados con la idea de que tuviera que ver con la Iglesia Mormona. Estaban decididos a enderezarme, como lo harían todos los buenos padres, y parte de su solución fue entregarme un montón de material de lectura que era bastante crítico con la Iglesia, su historia y su doctrina. Apilados juntos, los libros y las invectivas a máquina finalmente crecieron a más de un pie de altura. Nunca antes había experimentado este nivel de crítica de nadie o nada. Sabía que algo grande estaba en juego.
Sin inmutarme y con esperanza. Primero, sumergí mi cabeza en mi crisis previa a la fe. Leí la mitad de lo que mis padres me habían regalado y encontré otro material por mi cuenta. Traté de ser imparcial, aunque me desanimó la negatividad dominante y abrumadora.
“Y lo que no edifica no es de Dios, y es tinieblas.” (D&C 50:23).
Aprendí mucho de estos materiales que no se discuten con frecuencia en la Iglesia. Me pareció que estas voces eran acusadoras, oscuras, contradictorias, confusas- en una palabra, intensas. Las tinieblas estaban en contraste directo con las corrientes de luz que había sentido al inicio de mi viaje. Sí, como Pablo escribió, “el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe [y] mansedumbre” (Gálatas 5:22–23), éste era un tipo de fruto muy diferente.
Después de unas semanas de pisar aguas escalofriantes, una luz iluminó mi alma. Una vez más, esa voz familiar, calma y suave que debes escuchar con atención para entenderla pero que trasmite paz al corazón y mente. La luz llegó como un tipo de código espiritual que lentamente comenzaba a entender. “Ve hacia la luz,” parecía decir, “ahí es donde encontrarás paz.”
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Esas palabras se sintieron correctas. Se sintieron verdaderas. Seguí ese consejo y pronto, descubrí que cuanto más seguía la luz, más me seguía.
“Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno. Sí, a obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar con rectitud; y este es mi Espíritu… el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo;
Entonces conocerás, o por este medio sabrás, todas las cosas que de mí deseares, que corresponden a la rectitud, con fe, creyendo en mí que recibirás.” (D&C 11:12–14).
La revelación personal fue crucial para mi entendimiento y progreso. Era todo lo que necesitaba para quitar las cadenas de las dudas de los otros y entrar a las aguas más puras, las aguas del bautismo. Desde ese momento en adelante, comencé a discernir la luz de las tinieblas de un modo inconfundible que hizo el camino más claro y sencillo para mí. Aprendí que cuando volví a enfrentar directamente la luz, todas las sombras desaparecieron.
“Os es concedido juzgar, a fin de que podáis discernir el bien del mal; y la manera de juzgar es tan clara, a fin de que sepáis con un perfecto conocimiento, como la luz del día lo es de la obscuridad de la noche.
Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal; por tanto, os muestro la manera de juzgar; porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios.” (Moroni 7:15–16).
Con el tiempo la voz del Espíritu se convirtió en mi brújula personal. Reconocer la revelación ha requerido de muchas pruebas y errores de mi parte pero a medida que el tiempo pasó, se me hizo más fácil obtener respuestas de manera constante. Además, a lo largo del camino, aprendí que mis preocupaciones y dudas son mi responsabilidad y no la de alguien más. Es mi decisión darles solución. He buscado las respuestas a lo largo de los años, he tenido mucho éxito en obtenerlas o al menos la tranquilidad que necesito mientras espero que lleguen.
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“No dudéis, mas sed creyentes… allegaos al Señor con todo vuestro corazón, y labrad vuestra propia salvación con temor y temblor ante él.” (Mormón 9:27).
Aprendí el significado de “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7), la clara diferencia entre la luz y las tinieblas, como escuchar la voz de confirmación del Espíritu y por qué puedo confiar completamente en esa voz. He tenido que sumergirme en muchas olas de incertidumbre en los años posteriores, pero debido a lo que desde el principio el Espíritu me enseñó sobre enfrentar pruebas y dudas, aprendí a sonreír desde el otro lado.
Este artículo fue originalmente escrito por Michael Fitzgerald y publicado en www.lds.org con el título “Diving through the Waves of Uncertainty.”