“Aunque es posible que no queramos admitirlo, somos en gran medida una sociedad impulsada por las emociones… Entonces tiene sentido que el Espíritu Santo no sólo se conozca como el Consolador sino también el mejor Maestro.”
Al pensar en la memoria, a menudo pensamos en la capacidad de recordar información específica. Montar en bicicleta o retener material estudiado para una prueba son ejemplos de memoria a largo plazo.
Cada vez que aprendemos una nueva información, nuestra memoria la almacena en alguna parte. Cuanto más aprendamos de manera repetitiva ese nuevo concepto, mejor será nuestra habilidad para recordarlo.
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En muchos casos los estudios demuestran que a los humanos se les debe decir algo más de una vez para recordarlo. Es por eso que las tarjetas didácticas son geniales para el estudio de un examen y por qué desarrollar nuevos talentos requiere tiempo y una dedicación a la práctica.
La Memoria Emocional
Además de aprender y almacenar nuevas piezas de información, el cerebro también tiene una capacidad innata para almacenar emociones. Todos recordamos esa sensación de libertad cuando nos subimos a una montaña rusa por primera vez, o las mariposas en nuestro estómago cuando nos enamoramos.
A veces se necesitan fuerzas externas para llevar esas emociones una vez más al frente de nuestra mente. Quizás el aroma de un perfume específico nos recuerde el sexto grado, o tal vez una canción favorita de nuestra infancia nos lleva de vuelta a nuestro primer juego de fútbol, uno en el que no hemos pensado en años.
La gente tiende a considerar a la memoria emocional como algo menos tangible que la memoria informativa. Tal vez es porque, como humanos, estamos evolucionando continuamente. Sin embargo, no hay forma de probar lo que sentimos con nuestra memoria, más allá de nuestros propios recuerdos, que finalmente nadie más puede sentir. Es un concepto extraño, ¿verdad?
¿Lenguaje o emoción?
Los filósofos a través de las eras se han turnado para estudiar la mente humana. La investigación de Jaques Derrida especuló que el lenguaje es una mano de ayuda para describir las cosas que originalmente sentimos sin ningún tipo de conocimiento sobre cómo identificarlas primero.
Dicho eso, que vino primero; ¿las emociones o el lenguaje? Y si las emociones fueran lo primero, ¿no lo recordaríamos tan bien, mucho más que los conceptos de conocimiento?
Motivación
Tal vez esa teoría puede vincularse con el tema de la motivación. Piénsalo: la razón por la que memorizaste las respuestas de una prueba es para que te vaya bien en dicha prueba. Fuiste emocionalmente motivado para tener éxito en esa clase, ir a la universidad y lograr un sueño.
O qué tal la primera vez que aprendimos a andar en bicicleta. A la mayoría de nosotros nos enseñó un familiar o amigo. Sentimos entusiasmo y determinación por aprender y muchos de nosotros también quisimos complacer a nuestros maestros. Esa tenacidad es lo que nos llevó a volver a la bicicleta después de que nos caímos y nos raspamos las rodillas. Quizás ahora, se encuentra almacenado como mera memoria implícita, pero a la hora de aprender, nuestros pensamientos fueron manipulados por la emoción.
Sin emoción, nosotros, como humanos, seríamos robots o computadoras, simplemente generando información. Por supuesto, hay quienes argumentan que eso es exactamente lo que somos y que las emociones son sólo parte de la programación. Después de todo, como se dijo anteriormente, estamos en constante evolución y no hay forma de demostrar emociones específicas. Pero, ¿y si te dijera que hay algo que afecta nuestras emociones que nunca cambia?
El Espíritu Santo nunca cambia
El Espíritu Santo es un miembro de la Trinidad.
Como miembros de la Iglesia, somos bendecidos con el don del Espíritu Santo para que esté con nosotros en todo momento y lugar, siempre que guardemos nuestros convenios bautismales. Si eso es verdad, y si el Espíritu Santo es, de hecho, un miembro de la Trinidad la cual no cambia, ¿no nos asegura eso que el Espíritu Santo tampoco cambia?
Aunque es posible que no queramos admitirlo, somos en gran medida una sociedad impulsada por las emociones. Incluso el deseo de una lógica analítica pura podría considerarse una emoción.
Entonces tiene sentido que el Espíritu Santo no sólo se conozca como el Consolador sino también el mejor Maestro. Puede enviar una mano gentil en momentos de necesidad o un suave susurro de tranquilidad cuando nos preguntamos si estamos tomando la decisión correcta. También puede enseñarnos verdades a través de las palabras de las Escrituras o un discurso de la Conferencia.
Debido a que el Espíritu Santo no puede ser visto o “escuchado”, muchas personas lo consideran una emoción humana básica. ¿Cómo podemos demostrar que no son sólo nuestros propios pensamientos o sentimientos? Esta pregunta puede ser respondida en Moroni 7:12: “Por consiguiente, todo lo que es bueno viene de Dios.”
De acuerdo con nuestra conversación hasta ahora, podríamos interpretar que eso significa que sí, el Espíritu Santo es parte de nuestras emociones, pero sólo porque nos ayudó a discernir aquellas cosas que nos hacen felices en primer lugar.
También podríamos entender que eso significa que finalmente nos enseñó todo lo que sabemos. Cada ser humano es bendecido con la luz de Cristo para ayudarlo a discernir el bien del mal. Cualquier gran científico, filósofo, explorador, etc. fue influenciado por el Espíritu Santo. Éste enseña verdades y eso no sólo significa las verdades que leemos en las Escrituras.
Conocimiento utilizado en tiempos de necesidad
En una sesión de la Conferencia General en octubre de 1993, el Elder Richard G. Scott enseñó:
“El conocimiento que se archive cuidadosamente estará siempre disponible en momentos de necesidad.” (“Como Adquirir Conocimiento Espiritual”)
Por ejemplo, después de recibir una bendición del sacerdocio escribe las palabras que se dijeron, o si sientes una promesa espiritual en una reunión de la Iglesia; escribe lo que el Espíritu te comunicó. Si registras esas impresiones, descubrirás que pueden ser las respuestas a tus oraciones en otro momento.
La otra cosa sobre el conocimiento cuidadosamente registrado es que si vuelves y lo revisas más adelante, también se te recordarán las emociones que sentiste en ese momento. Muchos de nosotros podemos dudar del Espíritu en diferentes momentos de nuestra vida. Alguien puede decir algo que nos hace cuestionarnos todo, pero como el Señor le recordó a Oliver Cowdrey en Doctrina y Convenios 18:2-3:
“He aquí, te he manifestado por mi Espíritu en varias ocasiones, que las cosas que has escrito son verdaderas; por tanto, sabes que son verdaderas. Y si sabes que son verdaderas, he aquí, te mando que confíes en las cosas que están escritas.”
Entonces, ¿a qué afecta más el Espíritu Santo: a las emociones o a la lógica?
Puede ser que afecte a ambos simultáneamente de una manera que sólo Él puede hacerlo. No obstante, Él puede traer impresiones espirituales pasadas a través del conocimiento cuidadosamente registrado y puede enseñarnos cosas nuevas a través de la emoción.
Por lo tanto, tiene sentido el por qué Dios nos dice constantemente a través de las Escrituras, confía en que “por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.” (Moroni 10: 5).
¿Cómo te influencia el Espíritu Santo? Déjanos tu comentario.
Este artículo fue escrito originalmente por Camille Thomas y fue publicado por mormonhub.com bajo el título: “Emotions or Logic: Which Does the Holy Ghost Influence More?”