Pregunta
Mi esposo creció en un hogar disfuncional y sin afecto, con un padre alcohólico. Durante muchos años tuvo un estilo de vida distinto al que lleva ahora, hasta que conoció el Evangelio y sintió el deseo de casarse y formar una familia.
No tenía idea de lo que realmente implica un matrimonio. Me ha resultado difícil ser su esposa y no su madre, pues en muchos aspectos sigue comportándose como un niño que necesita ser cuidado.
Llevamos más de treinta años casados. Desde hace más de cinco años participo en programas de apoyo de la Iglesia y, aunque comprendo el tema de la dependencia emocional, todavía no sé cómo establecer límites para poder ser su esposa.
Respuesta

Es común que los esposos demuestren cariño entre sí, pero si uno de los dos demanda afecto y atención de forma continua, la relación acaba por agotarse.
En este caso, el esposo carga con heridas profundas que provienen de una infancia sin seguridad ni afecto. Busca dentro del matrimonio la protección que nunca tuvo.
Aunque una relación sana puede ayudar a sanar parte del dolor del pasado, no siempre puede llenar por completo el vacío que dejaron la negligencia o el abuso.
El deseo de tener un matrimonio equilibrado lleva a veces a insistir, suplicar o permitir conductas que perpetúan la dependencia, lo que con el tiempo provoca frustración, agotamiento o incluso el abandono emocional.
Antes de que un hombre pueda “dejar a su padre y a su madre, y unirse a su mujer” (Génesis 2:24), necesita haber tenido una conexión saludable con figuras parentales.

Aunque la etapa de ser criado por sus padres haya quedado atrás, aún puede ser “paternado por Dios”.
Intentar ocupar ese lugar puede llevar a la esposa, incluso con buenas intenciones, a entorpecer la obra del Salvador y cruzar la línea hacia el control. El élder Larry W. Wilson enseñó:
“Perdemos nuestro derecho al Espíritu del Señor… Cuando ejercemos mando sobre otra persona de forma indebida, perdemos el derecho al Espíritu del Señor y a cualquier autoridad que tengamos de Dios.
Tal vez pensemos que esos métodos son para el bien de la persona sobre la que ‘ejercemos mando’, pero procedemos de forma injusta cada vez que tratamos de obligar a obrar con rectitud a alguien que puede y debe ejercer su propio albedrío moral”.
Poner límites no significa reprender a la pareja, sino es saber hasta donde podemos llegar en nuestra relación.
No es posible “reeducar” a un esposo para que sea el hombre que deseamos; en cambio, es necesario apartarnos lo suficiente para que él busque y fortalezca su relación con Dios. Esto implica dejar de hacer por él lo que le corresponde hacer por sí mismo.

No existe una fórmula única para establecer límites. Contar con el apoyo de “personas certificadas y con buena reputación, aptitud profesional y buenos valores” puede marcar la diferencia.
Además, el presidente Jeffrey R. Holland ha ofrecido consejos recientes a quienes cuidan de personas con desafíos mentales y emocionales, que pueden ser muy útiles.
En resumen, los límites no tratan de controlar a la otra persona, sino de decidir hasta dónde llegar para no agotarse ni permitir patrones disfuncionales. Tu esposo necesita aprender a ser un compañero tanto como tú necesitas que lo sea.
Hoy vive por debajo de su privilegio como hijo de Dios. Con oración y ayuda profesional, podrás establecer límites amorosos que te liberen de la carga imposible de cambiar su relación contigo y con el Señor. Solo cuando él se conecte con Dios podrá ofrecerte la fortaleza y el amor que reciba de esa relación.
Fuente: Meridian Magazine
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