“Sentí cómo el Espíritu Santo me dejaba en el momento en que fui excomulgado”.
Esta es una frase que he escuchado muchas veces de personas a quienes se les retiró la condición de miembro en años anteriores o que la escucharon de otros que pasaron por eso, sin embargo, esa no fue mi experiencia.
Si bien mi condición de miembro se había retirado (llamada excomunión hasta hace algunos años), me reencontré con el Espíritu al volver a la fe en Cristo y el arrepentimiento.
Pasé los 7 años previos sin la continua guía del Espíritu Santo debido a la vida que llevaba, el resentimiento hacia la Iglesia que tenía y las mentiras que ocultaba. Mi vida no era compatible con la constante compañía del Espíritu.
Mi corazón estaba inesperadamente listo para recibir al Espíritu durante una visita imprevista de los misioneros en una noche cualquiera.
Su lección, aunque breve, me dio el valor y la fuerza repentina para no solo confesar mis transgresiones, sino también desear cambiar y creer que podía hacerlo gracias al Espíritu que llenó mi corazón.
Fue un sentimiento confuso y liberador… fue verdadera esperanza.
Sabía que al confesar enfrentaría que me retiraran la condición de miembro en la Iglesia y aquello causaría mucho dolor a mi familia, pero tenía la necesidad absoluta de cambiar o de lo contrario “quedaría abandonado a mi destrucción”.
Un mes después escuché que efectivamente mi membresía sería retirada, pero durante ese consejo, sentí el Espíritu.
Al día siguiente, mientras estaba sentado en la reunión sacramental, experimenté un cambio de perspectiva, ya que hasta ese momento había pasado toda mi vida creyendo que no pertenecía.
Entonces, ¿por qué no sentí que el Espíritu se alejaba cuando fui excomulgado? ¿Cómo es posible que estuviera sintiendo al Espíritu durante ese mes de confesión y arrepentimiento?
Es porque estaba volviendo al Señor y practicando la rectitud. Mi corazón se estaba abriendo y estaba dispuesto a aprender. Fue mi falta de respeto hacia Dios, mi corazón rebelde y mi desobediencia deliberada a los convenios del evangelio lo que había cortado mi relación con el Espíritu años atrás.
Mi excomunión no rompió mi relación de convenio con este miembro de la Trinidad… me hizo volver a conocerlo de maneras que apenas puedo expresar.
Volver a empezar
Hubo muchas cosas que tuve que aprender de nuevo y muchas de esas lecciones vinieron de mi asociación con el Espíritu y de líderes sabios que guiaron mis esfuerzos.
Tuve que hacer un esfuerzo consciente y deliberado para recibir al Espíritu, a menudo venía cuando mostraba arrepentimiento sincero y lo invitaba a enseñarme.
José Smith enseñó:
“Existe una diferencia entre el Espíritu Santo y el don del Espíritu Santo. Cornelio recibió el Espíritu Santo antes de bautizarse, que para él fue el poder convincente de Dios de la veracidad del Evangelio; mas no podía recibir el don del Espíritu Santo sino hasta después de ser bautizado. De no haber tomado sobre sí esta seña u ordenanza, el Espíritu Santo que lo convenció de la verdad de Dios se habría apartado de él”.
Me encanta el lenguaje de las escrituras con respecto a nuestra relación con el Espíritu Santo. Cuando nos bautizamos, somos limpios y entramos en el camino del discipulado. Después del bautismo, somos confirmados como miembros de la Iglesia y “recibimos el Espíritu Santo”.
El élder L. Tom Perry explicó:
“Al igual que todos los dones, éste se debe recibir y aceptar para que se le disfrute… Eso no quería decir que el Espíritu Santo se convertía incondicionalmente en su compañero constante. Las Escrituras nos advierten que el Espíritu del Señor “no contenderá… con el hombre para siempre”. Cuando somos confirmados se nos confiere el derecho a la compañía del Espíritu Santo, pero es un derecho al que debemos seguir siendo merecedores mediante la obediencia y la dignidad”.
Por eso es tan importante participar de la Santa Cena. Renovamos nuestros convenios bautismales para que “siempre tengamos Su Espíritu con nosotros”.
“Siempre” es una palabra muy importante, indica nuestra disposición a recibirlo viviendo de acuerdo con ese privilegio.
Nuestra responsabilidad existe, la compañía del Espíritu no es algo que se deba dar por sentado.
La guía del Espíritu
Tuve más interacciones con el Espíritu Santo durante ese año en el que ya no era miembro de la Iglesia que en los siete años anteriores, porque estaba recibiendo un corazón nuevo.
Dios estaba reemplazando mi corazón de piedra con un corazón nuevo. Estaba cambiando mi espíritu para darme el Suyo. Me estaba convirtiendo en algo mejor de lo que era.
El Espíritu continúa transformándome a mí y a mi familia de maneras que no podíamos haber imaginado, y es porque continuamente buscamos las impresiones del Espíritu.
Mi presidente de estaca me enseñó que esto era otro ciclo en el evangelio. Lo llamó el “Ciclo del Corazón Puro”. A diferencia del ciclo de arrepentimiento, o el “Ciclo de las Manos Limpias”, que tiene múltiples pasos, este nuevo ciclo tiene dos pasos simples.
Cuando recibimos cualquier comunicación del Espíritu, primero escuchamos y luego obedecemos. Esto tiene un efecto santificador en nuestro corazón. Este es el ciclo de la transformación.
Es el acceso a la expiación de Cristo lo que fortalece nuestra fe al recibir evidencia de que esas comunicaciones vienen de Dios y la certeza de que estamos en el camino del convenio.
Ambos ciclos nos ayudan a acceder y aplicar el poder de la expiación en nuestra vida. Ambos son un regalo y ambos son necesarios para ayudarnos a “estar en Su lugar santo” y un día mirar a Dios.
Esta es la doctrina de Cristo, convertirnos en algo más a través de Él. El don de Su Espíritu es un catalizador para ese nivel de transformación.
Nuevamente recibí el derecho a la compañía constante del Espíritu Santo cuando me bauticé y fui confirmado como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días por segunda vez en mi vida el 1 de mayo de 2018, exactamente veinticinco años después de mi primer bautismo.
Esta vez fue una decisión deliberada, tenía una comprensión más sólida de lo que debería implicar mi discipulado.
No se trata simplemente de obedecer por obedecer. Se trata de obedecer con la intención de recurrir al don y poder de los cielos, de bendecir a otros en lo que pueda y de conocer a Cristo.
Tenía grandes problemas con la Iglesia, su doctrina, su historia y el cumplimiento personal de sus estándares. Estaba perdido en el resentimiento y envuelto en el pecado. Había endurecido mi corazón contra el Espíritu Santo durante años, pero en menos de un año, esos sentimientos cambiaron a gratitud y fe como nunca antes.
Todavía sigo aprendiendo, pero lo que he adquirido es un camino deliberado para seguir, buscando las bendiciones prometidas que se encuentran en cada invitación para mejorar, crecer y convertirme en un Santo mediante la expiación de Cristo.
Sé que hay gozo y consuelo al saber que no camino solo puesto que camino con la influencia guía del Espíritu.
Fuente: ThirdHour