Si hay un grupo de personas con las que el Salvador tuvo desafíos, esos serían los fariseos. Cristo los llamó hipócritas y víboras, y en cierto momento también les dijo que “por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27).
En cada momento del ministerio terrenal del Salvador, siempre parece haber un fariseo al acecho, tratando de engañarlo o de hacerlo quedar como un mentiroso. ¿Debería extrañarnos esto?
La Guía para el Estudio de las Escrituras nos dice que los fariseos se separaron de sus hermanos y hermanas judíos y que “se jactaban de su estricta observancia de la ley de Moisés y del cuidado con que evitaban todo contacto con los gentiles”.
Lo que me llamó la atención cuando leí la entrada sobre los Fariseos fue la siguiente parte:
“La intención de sus enseñanzas era reducir la religión a la observancia de reglas y fomentar el orgullo espiritual. Ellos fueron la causa de que muchos judíos dudaran de Cristo y de Su Evangelio.”
Esa es una afirmación bastante fuerte, una que nos ayuda a entender por qué los fariseos realmente desagradaron al Salvador.
Mientras estudiaba a los fariseos, traté de ponerlos en el contexto de la Iglesia en la actualidad.
¿Cómo serían los fariseos si fueran Santos de los Últimos Días? ¿Qué pasaría si sus túnicas ceremoniales fueran cambiadas por faldas y corbatas? ¿Qué pasaría si, en lugar de caminar por las calles de Jerusalén, caminaran por los pasillos de los edificios de nuestra Iglesia? ¿Cómo actuarían ellos? ¿Qué dirían y harían?
Es algo alarmante, algo que me hace comprender por qué Cristo dijo: “No hagáis conforme a sus obras” (Mateo 23: 3). La verdad es que si no tenemos cuidado, puede resultar fácil que cualquiera de nosotros se vuelva como los fariseos.
Entonces, ¿cómo evitamos eso? Bueno, aquí hay algunas cosas que sospecho que los fariseos podrían hacer si fueran Santos de los Últimos Días y cómo podemos evitarlo.
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1. Se alejarían de aquellos que no son como ellos
Si los fariseos fueran Santos de los Últimos Días, podrían ser un grupo cercano de amigos de un barrio con renuencia a extender su amistad a aquellos que sienten son diferentes.
Evitarían a los miembros que sienten que no viven el evangelio como deberían, manteniendo a sus hijos lejos de las familias con hijos rebeldes o con dificultades y tal vez ignorarían a los nuevos miembros que se esfuerzan por encajar en la Iglesia.
Se mantendrían alejados de los no miembros por completo. Un Fariseo Santo de los Últimos Días trataría a su grupo de amigos o incluso a su barrio como un club exclusivo, y con gusto se mezclaría con las 99 sin pensar en la que se perdió.
¿Cómo podemos evitar esto?
Podemos recordar el mandamiento del Salvador de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Podemos extenderle la bienvenida a alguien que es nuevo en nuestro barrio, o tal vez a alguien que ha estado en el barrio, pero nunca ha sentido que es parte de él.
Además de ir a la Iglesia para adorar y socializar, podemos buscar personas que necesiten servicio o bondad en sus vidas. Podemos sonreír y saludar a todas las personas que conocemos y asegurarnos de que se sientan apreciados. También podemos aumentar nuestros esfuerzos al acoger y hacer amistad con aquellos en nuestras comunidades que no son de nuestra fe.
2. Criticarían a los líderes de la Iglesia
Históricamente, los fariseos eran conocidos por perseguir y cuestionar a los profetas, particularmente cuando esos profetas los reprendían por vivir su religión incorrectamente.
Una de las evidencias de esto se da cuando los fariseos rechazan el ejemplo de Juan el Bautista, “no siendo bautizados por [él]” y, en el mismo capítulo, cuestionan al Salvador, diciendo: “Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca “(Lucas 7:30, 39).
Un fariseo en la actualidad probablemente haría lo mismo. Si los fariseos fueran Santos de los Últimos Días, rechazarían los mensajes de los profetas que no se alinean con sus creencias o estilos de vida personales.
Practicarían la obediencia selectiva en sus vidas, obedeciendo la mayoría de los mandamientos, pero tal vez esos no sean los más importantes. Escuchar sobre los mandamientos que no cumplen sería difícil para ellos, y podrían burlarse o criticar a los profetas y líderes de la Iglesia por decir cosas que no les agradan.
¿Cómo podemos evitar esto?
Primero, podemos escuchar a nuestros líderes de la Iglesia para aprender, no para criticar o juzgar. Podemos orar para tener la humildad de seguir y comprender a los siervos del Señor, y podemos orar para tener el conocimiento de que lo que dicen es verdad.
Si hay un mandamiento o dos que no estamos obedeciendo, puede ser difícil para nosotros que nos digan que necesitamos mejorar en esa área. En lugar de arremeter o ponernos a la defensiva, o ignorarlo, podemos tomarnos el tiempo para auto analizarnos y encontrar formas en las que podamos esforzarnos por mejorar nuestra obediencia a esos mandamientos.
También podemos tomar en serio las Conferencias, vivir y actuar la palabra, en lugar de simplemente escucharla.
3. Le darían a las tradiciones del mundo la misma autoridad que tiene la doctrina
Para muchos de nosotros, hay todo tipo de tradiciones con las que estamos familiarizados, incluidos los tipos de ropa culturalmente aceptables que se usan en la Iglesia, el día de la semana en que se realiza una mutual o incluso los tipos de alimentos que llevamos a las actividades del barrio.
Si los fariseos vivieran en la actualidad, les resultaría extremadamente difícil diferenciar entre tales tradiciones y doctrinas. Un fariseo, más que sólo dedicar su vida a las tradiciones, condenaría a cualquiera que no siguiera esas mismas tradiciones y los trataría como si estuvieran viviendo en contra de los principios del Evangelio.
Podrían, por ejemplo, optar por santificar el día de reposo al permanecer en su casa todo el día, pero condenar a los que salen los domingos en familia. Claramente confundirían lo que es la doctrina de Jesucristo y lo que no lo es (Marcos 7: 8-13).
¿Cómo podemos evitar esto?
Podemos conocer las escrituras, no sólo leerlas. Podemos aprender sobre Jesucristo y su doctrina y actuar como lo haría Él. También podemos respetar los diferentes orígenes y preferencias de cada persona, reconociendo que sólo porque vivimos el evangelio de cierta manera no significa que todos tengan que hacerlo de la misma manera.
Podemos planificar nuevas actividades en los barrios, permitir nuevas ideas y, en general, estar más abiertos a los demás en lugar de simplemente hacer algo porque siempre se ha hecho de esa manera.
4. Serían muy buenos en la adoración externa, pero no entenderían la Expiación
Una cosa por la que probablemente podemos dar crédito a los fariseos es que eran muy buenos en vivir la ley al pie de la letra.
Un fariseo pagaría su diezmo diligentemente. Asistiría a todas las reuniones y observaría estrictamente la Palabra de Sabiduría. Sin embargo, lo que dejaría de hacer es dar un paso atrás y reconocer el poder general y la inclusión de la expiación de Jesucristo y su importancia en el evangelio (Mateo 23:23). Definiría el evangelio por sus leyes, pero se olvidaría por completo de Jesucristo y Su misericordia.
Si los fariseos fueran Santos de los Últimos Días, señalarían con el dedo. Lanzarían piedras verbales y emocionales a los miembros de sus barrios que hubieran pecado, hablarían a sus espaldas e ignorarían sus propios defectos.
Al igual que los fariseos que presentaron al Salvador a la mujer sorprendida en adulterio, enfatizarían que la ley les exige un castigo en lugar de extender la misericordia o el perdón.
Un fariseo Santo De Los Últimos Días no permitiría que la Expiación trabaje en la vida de los demás, pero tratarían a los demás como si no fueran lo suficientemente buenos para recibir las bendiciones de la Expiación.
¿Cómo podemos evitar esto?
Cuando nos sintamos tentados a juzgar o condenar a quienes han cometido errores, podemos tomarnos un momento para considerar los errores que hemos cometido en nuestras propias vidas. Podemos recordar que todos somos pecadores y que nuestro Salvador pagó un gran precio por nuestros errores, no sólo por nuestros hermanos.
Podemos extender amor cuando nos sintamos tentados a juzgar. Al igual que nuestro Salvador, podemos ser misericordiosos y llenos de bondad, sin ser espiritualmente orgullosos como los fariseos de antaño.
También podemos hacer un mejor esfuerzo por comprender la Expiación y usarla en nuestras vidas. No es una pequeña parte del evangelio. Es todo el evangelio. Si elegimos no entenderlo o apreciarlo como lo pretendía nuestro Señor, nos perderíamos todo el punto de nuestra existencia y deshonraríamos Su sacrificio. Nuestro Salvador es la razón de todo.
Jesucristo es el mejor ejemplo del tipo de miembro que podemos llegar a ser. Cuando nos pide que no seamos como los fariseos, lo hace por lo dañinas que fueron sus acciones tanto para la Iglesia como para ellos mismos.
Fueron obstáculos en su propio progreso espiritual, un hecho que debe de haber lastimado al Señor tanto como su falta de misericordia. Asegurémonos de que nuestras acciones sean más consistentes con las de nuestro Salvador que con las acciones de los fariseos. Sólo entonces podremos cambiar en esta vida.
Este artículo fue escrito originalmente por Arianna Rees y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “4 Signs You’re Acting Like a Pharisee and How to Stop Now”