En los últimos años, muchos Santos de los Últimos Días han reconocido con cierta tristeza que las relaciones familiares se han vuelto más complicadas. Diferencias religiosas, ideológicas o personales han creado silencios que antes no existían. 

Algunas familias, como la mía, casi no se hablan. Sin embargo, seguimos buscando vivir el Evangelio, incluso en medio de vínculos que a veces duelen más de lo que edifican.

Sabemos que no estamos solos en esto. Los estudios muestran que cada vez más personas se alejan de la religión, y las divisiones familiares aumentan. 

Los hogares que antes compartían una misma fe ahora conviven con distintas creencias o con ninguna. En ese contexto, mantener la fe requiere intención, paciencia y mucha humildad.

Cuando el hogar deja de ser un lugar de fe compartida

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El dolor de ver a un ser querido alejarse de la fe es real. Imagen: Shutterstock

Antes, era común que las familias estuvieran unidas por el servicio misional, el matrimonio en el templo o la asistencia semanal a la Iglesia. 

Hoy, esas experiencias ya no se viven de manera tan uniforme. En muchos hogares, hay quienes siguen firmes en el Evangelio y otros que decidieron apartarse.

El dolor de ver a un ser querido alejarse de la fe es real. A veces no solo hay distancia espiritual, sino también emocional o política. Y cuando esos desacuerdos se vuelven tensos, algunos optan por alejarse del todo. 

Es entonces cuando nos preguntamos: ¿cómo vivir el Evangelio sin caer en el aislamiento o el resentimiento?

Aprender a mirar con compasión

Las relaciones se rompen cuando falta una base compartida. Fuente: Shutterstock

Primero, es importante reconocer el peso emocional que conlleva tener una familia dividida. No se trata solo de quienes deciden irse de la Iglesia, sino también de quienes permanecen y sienten tristeza, culpa o confusión. Hay quienes oran por un milagro familiar mientras aprenden a sobrellevar la soledad espiritual.

También necesitamos una forma de comprender estas diferencias. En muchos casos, los desacuerdos no se deben a un simple malentendido, sino a formas distintas de ver la verdad, la autoridad o el propósito de la vida

Para algunos, los convenios y la revelación son el centro de todo. Para otros, esos mismos principios se han convertido en motivo de conflicto.

Las relaciones se rompen cuando falta una base compartida. Pero incluso así, el Evangelio nos enseña que el amor verdadero no depende de la coincidencia, sino del compromiso de mirar al otro con caridad.

Caridad: amor que no renuncia a la verdad

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El mismo Salvador advirtió que el discipulado puede traer división. Pero esa división no debe convertirnos en fríos o distantes. Imagen: Canva

El apóstol Pablo enseñó que la caridad “rejoce en la verdad” (1 Corintios 13:6). Eso significa que podemos amar sin renunciar a nuestras convicciones. No se trata de ganar discusiones, sino de mantener el corazón abierto.

Practicar este tipo de amor puede verse en acciones como el escuchar sin discutir, acompañar sin intentar cambiar, orar por alguien aunque no crea en la oración. Es decidir mantener la paz del alma incluso cuando no hay paz en casa.

Por otro lado, seguir a Cristo no siempre une a las familias en esta vida. El mismo Salvador advirtió que el discipulado puede traer división. Pero esa división no debe convertirnos en fríos o distantes. Al contrario, el Señor nos llama a amar con paciencia y esperanza.

Habrá momentos incómodos como silencios en la mesa, comentarios en redes sociales o miradas que duelen. Sin embargo, cada intento por mostrar bondad cuenta. Aunque parezca poco, el Señor ve los esfuerzos sinceros por mantener los lazos sin traicionar la fe.

Amar sin rendir la fe

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El amor cristiano no ignora las diferencias, las trasciende. Incluso cuando fallamos, el Señor puede santificar nuestros intentos imperfectos. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

A veces amar significará guardar silencio. Otras veces, poner límites sanos. Y en otras, simplemente seguir enviando un mensaje, ofreciendo ayuda, o recordando un cumpleaños. El amor cristiano no ignora las diferencias, las trasciende.

Habrá días en que parezca imposible mantener el equilibrio entre la firmeza y la ternura. Pero incluso cuando fallamos, el Señor puede santificar nuestros intentos imperfectos.

Muchos Santos están viviendo esta misma prueba. Y aunque el camino parezca solitario, el Salvador camina con nosotros. Él entiende lo que es ser incomprendido y amar sin ser correspondido. En Él encontramos consuelo, fuerza y dirección.

Hoy, más que buscar que todo sea perfecto, podemos buscar vivir con integridad. Honrar nuestros convenios y, al mismo tiempo, cuidar los lazos familiares es una forma profunda de discipulado.

La fe en medio de una familia fracturada no es un fracaso, es una oportunidad para crecer en amor verdadero. Una invitación a practicar lo que predicamos: seguir a Cristo con convicción y con corazón.

Fuente: Public Square Magazine 

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