Este artículo fue escrito en base a los relatos de Lígia de Carvalho Pedroso.
Mi madre se unió a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a los 25 años y desde su bautismo siempre ha permanecido muy firme en el evangelio.
Cuando yo tenía 7 años, le diagnosticaron cáncer. Cuando me enteré, ella comenzó a sufrir y se desesperó, pues tenía dos hijas que criar, mi hermana mayor y yo. El evangelio fue su fortaleza y lo que la ayudó continuar adelante.
En sus momentos más difíciles, mi mamá le pidió al Señor que le permitiera vivir hasta que me terminara de criar.
Mi madre siempre fue muy fuerte y nunca dejó que las personas sepan que ella tenía cáncer, aun entre las sesiones de quimioterapia y sus traslados al hospital. Su fortaleza física y espiritual siempre fueron admirables, junto a su increíble fe. El Señor la ayudó.
Ella estaba muy feliz
Cuando tenía 18 años, después de que me despedí de una amiga que serviría en la Misión Brasil Londrina, tuve una impresión. Nunca pensé en servir como una misionera de tiempo completo, pero me pasé la semana siguiente orando al Señor para saber si debería prestar servicio.
Todavía no había recibido mi bendición patriarcal, y sentí que era el momento adecuado. No tenía muchas expectativas, solo tenía el deseo de recibirla, pero me sorprendió cuando escuché:
“El Señor te espera en el campo misional, para que mediante esta [obra] puedas bendecir a muchas personas”.
Ese fue el momento más feliz de aquella mañana. Me preparé inmediatamente para servir en una misión y tuve todo el apoyo de mis líderes y de mi madre. Envié mis papeles y 40 días después recibí mi llamamiento.
Fui llamada a servir en la Misión Porto Alegre Norte. Estaba realizando mi sueño de servir en la obra del Señor y también el sueño de mi madre. Ella estaba muy feliz.
Durante todo ese tiempo, mi madre aún combatía con el cáncer, y por eso, antes de que me vaya al campo misional, yo, mi hermana mayor y mi madre conversamos sobre la posibilidad de que ella fallezca, a lo que me dijo:
“Si muero, no regreses”.
Tiempos difíciles
Cuando tenía seis meses en la misión, durante mi estudio de las Escrituras en la mañana, me encontré con un versículo que decía cómo debía prepararme para los tiempos difíciles que vendrían. En ese momento sentí que mi madre iba a fallecer.
Pasaron algunos meses y mi madre comenzó a presentar algunos problemas en el pulmón. El cáncer comenzó a expandirse. Casi al final de mi misión, el cáncer alcanzó su columna, lo que la dejó parapléjica y todo empeoró.
Siempre supe que ese momento llegaría, pues fueron 16 años de tratamiento. Tres meses antes de que terminara mi misión, la salud de mi madre se volvió más grave y los médicos le dieron como máximo una semana de vida.
Debido a su situación, me autorizaron regresar a São Paulo durante ese tiempo para estar con ella.
En los dos primeros días, mi madre estaba lúcida. Conversamos, se puso a llorar y se alegró mucho por verme. Su estado empeoró en los días siguientes.
Casi no hablaba, solo dormía y estaba quieta.
Estábamos esperando su partida, pero ella no se iba; parecía que estaba esperando que algo suceda para recién pasar al otro lado del velo.
Ella quería que terminara mi misión
Pasaron siete días y mi tiempo con mi mamá se terminó. Necesitaba regresar a mi misión, por lo que me despedía y con mucho dolor entré al avión rumbo a Porto Alegre.
Cuando llegué a Río Grande do Sul, supe que mi madre había fallecido. En aquel momento sentí que mi madre solo quería asegurarse de que yo terminara mi misión; solo así ella podría dejar esta vida.
Conocer el Plan de Salvación y todavía tener la oportunidad de enseñar esa doctrina tan especial durante mi misión fue lo que me ayuda a estar bien. Yo sabía que el Señor estaba conmigo y que Él curaría todo, pues me estaba esforzando por hacer lo que Él me mandó.
Su fallecimiento la alivió de los dolores del mundo, pues estuvo luchando por más de 15 años contra el cáncer.
Comprendí que el Señor sabe lo que es mejor para nosotros y que Él nunca se alejará de nosotros durante el proceso. También aprendí que no necesitamos preocuparnos por las cosas que aún no sucedieron.
Solo necesitamos hacer de nuestra parte y confiar en que el Señor también está haciendo la Suya.
*Imagen de portada: Lígia de Carvalho Pedroso
Fuente: Mais Fe