Tras las devastadoras inundaciones en Texas, muchas personas empezaron a preguntarse:
“¿Dónde está Dios?”.
No es una pregunta nueva. Incluso C.S. Lewis, uno de los pensadores cristianos más influyentes, la hizo en su momento de dolor. Y es comprensible. Cuando ocurren tragedias, lo natural es volvernos hacia Dios, aunque a veces el silencio parezca ser la única respuesta.

Cuando todo duele, orar es lo primero que hacemos
En pleno 4 de julio, mientras muchos celebraban el Día de la Independencia en EE. UU., otros lloraban pérdidas inimaginables en Texas por las intensas lluvias y el desborde de ríos.
Gobernadores, expresidentes y miles de ciudadanos se unieron en oración por las víctimas. En situaciones así, la frase “nuestros pensamientos y oraciones están con ustedes” suele sonar vacía para algunos, pero para muchos, orar es una reacción natural frente al dolor.
Y aunque la oración no siempre cambia lo que sucede, sí cambia a quienes oran.

¿Dónde está Dios en medio de una tragedia?
Para las personas creyentes, la respuesta es clara porque Dios está allí, con quienes lloran. Lo estuvo en Getsemaní, lo estuvo en la cruz, y lo está hoy con quienes sufren. Como enseñó Jesús, no estamos solos ni siquiera en los momentos más oscuros.
Franklin Graham, líder cristiano y voluntario en zonas afectadas, lo dijo así:
“Dios no está lejos, ni es indiferente. Él está justo donde siempre ha estado: cerca del quebrantado de corazón”.
Aunque no lo veamos, Él escucha. Aunque no lo entendamos, Él responde. Y aunque a veces el ‘no’ sea parte de Su respuesta, no significa que no le importamos.

¿Y si oramos y no pasa nada?
Aquí es donde entra la enseñanza de C.S. Lewis. Él escribió sobre su propio dolor tras perder a su esposa por cáncer, aun después de muchas oraciones. Dijo que, a veces, orar puede sentirse como tocar una puerta cerrada con cerrojo. Pero también entendió que el silencio de Dios no es indiferencia, sino una forma de decirnos suavemente:
“Paz, hijo, tú no lo entiendes todo todavía”.
La oración no es una fórmula mágica para evitar el dolor. Es un puente con lo divino. A veces el milagro no es que las cosas cambien, sino que nuestro corazón se fortalezca para enfrentarlas.
¿Entonces por qué orar?

Porque sí funciona. Porque aunque el resultado no siempre sea el que pedimos, algo dentro de nosotros cambia. Nos sentimos sostenidos. A veces, es la oración de otros la que nos mantiene en pie. Como le pasó a una mujer que perdió a su hijo y a sus padres en una inundación: ella dijo que pudo seguir adelante gracias a las oraciones que otras personas ofrecieron por ella.
Incluso el presidente Jeffrey R. Holland, al enfrentar su propia enfermedad y la pérdida de su esposa, habló de lo mucho que significaron para él las miles de oraciones ofrecidas en su nombre. Y aunque no todas se respondieron como él quería, aseguró que fueron escuchadas.

La oración no es lo mínimo que podemos hacer. Es lo más grande
En un mundo donde hay tanto dolor, orar es un acto de fe, de amor y de conexión con el cielo. Es decirle a Dios: “No entiendo, pero confío”.
Y aunque no siempre veamos el resultado que esperamos, sabemos que no oramos en vano. Porque Dios no está lejos. Está justo aquí con nosotros.
Fuente: Deseret News
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