La religión y la ciencia – El profesor Henry Eyring de la Universidad de Princeton y miembros de La iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días le preguntó a un colega científico si le gustaría colaborar en un proyecto de investigación de cinética química. El científico no aceptó, creyendo que “no vivirían lo suficiente como para terminar el problema.” Henry argumentó, “eso es verdad si no aprendemos nada mientras trabajamos en el problema.”
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Cuando le preguntaron cómo comenzó el mundo, Henry respondió, “creo que de todos los modos resultó ser.” Su actitud abierta en la búsqueda de la verdad lo llevó a descubrimientos que causaron que la comunidad científica se sentara y tomara nota. Pero para Henry, no existía verdad más satisfactoria que su descubrimiento de una armonía agradable entre la religión y la ciencia.
Henry asistió y se graduó de la escuela secundaria en Pima, Arizona con una beca de $500 por excelencia académica. En 1923, Henry recibió su licenciatura en ingeniería minera de la Universidad de Arizona. En 1924, obtuvo su maestría en ingeniería metalúrgica y en 1927, un doctorado en química de la Universidad de California en Berkeley.
Mientras trabajaba como investigador e instructor de laboratorio en la Universidad de Wisconsin, Henry conoció a Mildred Bennion, profesora de la Universidad de Utah. Se casaron el 24 de agosto de 1928, en la casa de la Misión de Chicago y más tarde, se sellaron en el templo de Lago Salado. Mildred animó a Henry en su búsqueda de verdades científicas. Ambos viajaron a Berlín, Alemania para que Henry pudiera investigar en el Instituto Haber. Cuando regresaron a los Estados Unidos, Henry aceptó un profesorado en la Universidad de Princeton. Como profesor, alentó a los estudiantes deficientes mediante la simplificación de conceptos complejos. “El mundo los derriba,” expresó Henry. “Intento edificarlos.”
Aunque Henry era admirado y respetado por sus estudiantes, fueron sus descubrimientos científicos los que lo llevaron a la vanguardia de la ciencia. Recibió un prestigioso premio de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. En 1933, New York Times informó que Henry había aplicado las verdades de la mecánica cuántica a la química, descubriendo que los principios de la mecánica también eran ciertos en otras ramas de la ciencia. En 1946, Henry dejó Princeton para convertirse en decano del departamento de química en la Universidad de Utah.
Anticipando el avance de Henry, las autoridades de la iglesia lo invitaron a servir en la mesa directiva general de la Escuela Dominical y presidir el comité de doctrina del evangelio. En estas capacidades, Henry junto con los líderes de la iglesia que frecuentemente resaltaban su inusual habilidad de combinar la religión y la ciencia. “Si una idea es equivocada, fallará,” Henry les decía a los hermanos. “Si es correcta, nada podrá detenerla,” Henry una vez le dijo al Presidente Joseph Fielding Smith que reconocía que “la iglesia está comprometida con la verdad independientemente de su fuente.”
Henry era un fuerte defensor del concepto de que no existe una persona demasiado insignificante para aprender las verdades que él sabía. No existía nadie demasiado pequeño para ser descartado como incapaz de contribuir a la causa de encontrar la verdad.
Henry hizo una gran diferencia por medio de su firme servicio en la iglesia. En 1976, le otorgaron la prestigiosa Medalla Berzelius, un honor que lo complacía enormemente porque el premio se otorgaba “solo cada 50 años.” Fue nominado al Premio Nobel y para muchos entendidos en la comunidad cientifica mereció ganarlo, sin embargo su “extraña y aún desconocida religión” no ayudó para que lo recibiera, sin embargo para él su fe siempre fue más importante que cualquier premio o reconocimiento. Ganó el codiciado Premio Wolf en química por sus “aplicaciones creativas para los procesos físicos y químicos.” Henry escribió más de seiscientos artículos publicados sobre temas que van desde la química hasta la religión, y los artículos científicos que estaba escribiendo antes de su muerte se publicaron póstumamente.
Artículo originalmente escrito por Susan Easton Black, Lloyd D. Newell y Mary Jane Woodger y publicado en ldsliving.com con el título “How Henry Eyring Showed the World That Faith and Science Can Coesist.”