Algo sumamente importante para nuestra existencia es entender que realmente somos hijos de Dios.
Lamentablemente, en nuestros días, existe una triste tendencia de comparación, en la que nuestro valor se evalúa según lo que tenemos o qué tan bien encajamos en los estándares de belleza impuestos por la sociedad.
Con eso en mente, hay alguien a quien debemos dirigir nuestra mirada y aprender algunas lecciones importantes: Jesucristo.
¿Jesús tenía autoestima?
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Jesús tenía una certeza en su vida: Él era un hijo de Dios (Juan 1:14). Tal convicción le permitió a nuestro Salvador tener el pleno conocimiento de quién era, sin la necesidad de compararse con nadie más.
Al igual que el Salvador, debemos comprender que realmente hay algo divino dentro de nosotros y, como hijos de Dios, tenemos una capacidad infinita.
Podemos aumentar nuestra autoestima cuando reconocemos que somos mucho más que nuestra apariencia y nuestras limitaciones.
Aumentamos nuestra autoestima a medida que nos esforzamos por guardar los mandamientos de Dios y por tener siempre la compañía de Su Espíritu Santo con nosotros.
Seremos la “luz del mundo” y, en consecuencia, seremos atractivos al elegir ser diferentes (Mateo 5:14), porque Él y Sus promesas nunca fallan.
Desarrollar una autoestima permanente y saludable al reconocer que somos hijos de Dios, requiere tiempo y esfuerzos continuos.
Empieza a cambiar algunas cosas y trabaja en otras, no te centres solo en tus defectos y recuerda: la belleza radica en todas tus acciones.
Cómo amarnos a nosotros mismos
El segundo y gran mandamiento es amar a tu prójimo como a ti mismo. Pero, ¿cómo podemos amar, cuidar y edificar a nuestro prójimo si no lo hacemos por nosotros mismos?
Entender que nuestro Padre Celestial nos ama con perfecto amor y siempre está dispuesto a ayudarnos, nos permitirá tener paciencia, amor y misericordia por nosotros mismos y por las personas que nos rodean.
Esa certeza cambiará nuestro carácter y superaremos la vergüenza del mundo.
El presidente Gordon B. Hinckley nos enseñó:
“Existe en nuestra sociedad la lamentable tendencia a subestimarnos (…)
No pierdan el tiempo sintiendo lástima por ustedes mismos, y no se menosprecien. Nunca olviden que son hijos de Dios y que tienen derecho a una herencia divina. En su interior llevan una partícula de la naturaleza misma de Dios.
Cantamos ‘Soy un hijo de Dios’ (Himnos, nro. 196). No se trata de algo imaginario, de fantasía poética; es la verdad viviente. Dentro de nuestro interior llevamos una partícula de divinidad que necesita ser cultivada, que precisa brotar a la superficie, que requiere ser expresada (…)
Crean en ustedes mismos y en la capacidad que tienen de hacer cosas grandes y buenas. Crean que no hay montaña lo suficientemente alta que no la puedan escalar; crean que no hay tormenta tan grande que no le puedan hacer frente… Son hijos de Dios y tienen una capacidad infinita.
Sean un poco más resueltos, supérense un poco más, sean un poco mejores. Hagan un esfuerzo extra; serán más felices, conocerán una satisfacción nueva, tendrán una nueva alegría en su corazón (…)
Vean lo positivo. Sepan que Él los protege, que Él escucha sus oraciones y las contestará, que Él los ama y que les manifestará ese amor”.
Recuerda siempre quién eres y en quién estás destinado a convertirte. Eres hijo del Dios eterno. Él conoce y ama a cada uno de Sus hijos.
Que podamos seguir el consejo del élder de Ronad A. Rasband y amar lo que el Señor ama, y eso incluye amarnos a nosotros mismos.
Fuente: Mais Fe