Cuando comencé a caminar hacia la larga fila de asientos rojos en el estrado del Centro de Conferencias para la sesión de mujeres de la conferencia general, mi corazón se aceleró.
Entonces, comencé a orar:
“Oh, Padre Celestial, ¿cómo puedo hacer esto? ¡Solo soy una persona común y corriente, pero esta asignación no es común y corriente! Por favor, bendíceme con la capacidad de compartir este discurso para las hermanas y no pensar solo en mí”.
Mi corazón siguió latiendo muy rápido. En ese preciso momento, la hermana Harriet Uchtdorf se acercó a mí con una sonrisa y se detuvo.
Me preguntó si iba a discursar, asentí un poco aturdida y ella dijo con alegría:
“¡Disfrútalo!”
Luego, se fue y yo me aferré a su consejo. ¿Disfrutarlo?
Estaba sentada rígidamente en mi silla roja mientras veía a las 20, 000 hermanas reunidas en el Centro de Conferencias.
Ejercí la suficiente fuerza mental para recurrir al consejo de la hermana Uchtdorf una y otra vez.
Algo en la forma en que dijo “disfrútalo” me dio la autorización para creer que realmente podía, pero ¿cómo?
Solo el considerar esa posibilidad, abrió mis pensamientos a algo además del miedo que me envolvía.
Cuando llegó mi señal para avanzar hacia el púlpito, con el corazón en la garganta mientras le pedía ayuda a Dios en mi mente, me puse de pie.
Una vez que llegué al púlpito, me agarré de los bordes y me volví hacia la audiencia.
Una frase surgió en mi mente: “Ellas son tus amigas”.
Mirando más allá de los teleprompters, sentí que fluía la amistad entre la audiencia y yo. “Puedo hacer esto”, pensé. “Incluso puedo disfrutarlo”.
Recordé cuando el presidente Dieter F. Uchtdorf me extendió el llamamiento como segunda consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes.
Estaba aturdida. Me preguntó cómo me sentía cuando se dio cuenta que algo me pasaba.
Yo sabía cómo me sentía. Me sentía completamente inadecuada, dije: “Me siento inadecuada”.
Hubo un largo silencio mientras trataba de controlar mis emociones. Me entregó una caja de pañuelos. Entonces, tuve un destello de esperanza al pensar en Jesucristo.
Le dije al presidente Uchtdorf: “Pero, el Señor no es inadecuado. Dependeré de Él”.
De inmediato, me sentí más segura.
El Señor no nos abandonará mientras tratemos de hacer Su obra. Soy inadecuada, por mi cuenta, en esta obra de salvación. Todos lo somos. Pero, el Salvador nunca es inadecuado.
Con Su ayuda aprendí a encontrar gozo incluso en una tarea tan abrumadora como hablar en el Centro de Conferencias de la Iglesia al frente de 22, 000 personas.
Cuando nos encontremos en circunstancias difíciles, es importante saber que con concentración mental y un deseo ferviente, podemos volvernos hacia el Padre Celestial y encontrar formas originales y creativas de enfrentar un desafío.
Tal vez sintamos el impulso de buscar la ayuda de una persona en particular. Sin embargo, la omnisciencia de Dios cubre todas nuestras preguntas, necesitamos pedirle respuestas y dirección.
El Redentor nos habla de Su obra que tiene el propósito de sanar el sufrimiento de los hijos del Padre Celestial:
“El espíritu de Jehová el Señor está sobre mí… me ha enviado a vendar a los quebrantados de corazón… consolar a todos los que lloran… a ordenar que a los que están de duelo en Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, aceite de agozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu apesadumbrado” (Isaías 61:1–3).
No tengo respuestas para todos los desafíos, pero sé que nuestro Redentor no nos dejará sin consuelo. Él nos dice:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:15–16, 18).
Jesucristo nos llama a salir del tumulto de la vida terrenal, permitamos que Él nos recoja con ternura y seguridad “como la gallina junta a sus polluelos bajo las alas” (véase 3 Nefi 10:4–6).
Él nos ruega que vengamos a Él porque sabe que ese es el único lugar de verdadera dirección, paz duradera y gozo.
Fuente: LDS Living