En los últimos años hemos visto que la salud mental se ha vuelto parte cotidiana de la conversación, especialmente entre nosotros como Santos de los Últimos Días. Buscamos ayuda profesional, aprendemos nuevas herramientas y tratamos de cuidar nuestro corazón y nuestra mente. Ese deseo es bueno y necesario.
Aun así, cada vez entendemos mejor que “la terapia” no es una sola cosa. Existen diferentes enfoques, cada uno con su filosofía y su manera de ver las relaciones humanas. Y no todos se alinean con una vida centrada en Cristo.
Uno de los modelos que ha ganado popularidad recientemente se conoce como “terapia de diferenciación”. Aunque algunas de sus ideas pueden sonar atractivas para quienes creemos en el crecimiento personal, este enfoque presenta tensiones importantes con la visión cristiana del matrimonio y del propósito eterno de las relaciones.
Qué propone la “terapia de diferenciación”

Este modelo, desarrollado por David Schnarch que aún no cuenta con evidencia sólida, sostiene que la meta principal de las relaciones no es tanto la unión, sino el crecimiento individual.
Según su planteamiento, fortalecemos un matrimonio cuando cada persona se enfoca en su propio yo, en su identidad y preferencias, sin depender emocionalmente del cónyuge.
Schnarch tomó conceptos de la terapia sistémica familiar y los aplicó a la intimidad matrimonial. Según él, la verdadera conexión surge cuando cada persona mantiene firme su autonomía y “se sostiene a sí misma” incluso en momentos de tensión.
Suena valiente. Suena desafiante. Pero también desplaza la mirada desde la comunión hacia la autosuficiencia, algo que choca con el camino cristiano, que es relacional por naturaleza.
Lo que puede parecernos familiar

Antes de explicar los conflictos con nuestra teología, vale reconocer por qué este enfoque puede seducir a quienes hemos escuchado por años que la vida es un “crisol” que nos purifica.
En las Escrituras encontramos constantemente la idea del crecimiento a través de la adversidad. José Smith describió la cárcel de Liberty como un “crisol”. Y como Santos de los Últimos Días creemos profundamente en la transformación personal gracias a la gracia del Salvador.
También creemos que el matrimonio es un camino de progreso eterno. Como enseñó el élder Richard G. Scott, una de las grandes bendiciones del matrimonio es que nos impulsa a “tratar de ser como Jesús”.
Incluso la idea de trabajar el “yo” no nos resulta extraña. El presidente Russell M. Nelson explicó que la salvación es un asunto individual. Nuestras decisiones, nuestros convenios, nuestra conversión todo eso es profundamente personal.
Entonces, ¿cuál es el problema?
El conflicto aparece en la visión del matrimonio

La Escritura enseña que el matrimonio no es simplemente un acuerdo, sino una unión sagrada. “Serán una sola carne”, leemos en Génesis y en el Nuevo Testamento. Y en nuestra teología restaurada, esa unidad tiene un alcance eterno.
Vemos el matrimonio como parte de un proyecto divino que no se sostiene en la autosuficiencia, sino en la comunión y la gracia. Es un vínculo donde aprendemos a dar, a ceder, a acompañar, a sostenernos.
Por eso nos resuena tanto la advertencia del presidente Gordon B. Hinckley:
“El egoísmo es el gran destructor de la vida familiar feliz.”
Mientras el Evangelio nos invita a unirnos, la terapia de Schnarch celebra la capacidad de mantenerse emocionalmente independiente, aun cuando el otro está herido, ansioso o necesitado. Para él, la madurez relacional depende casi exclusivamente de sostenerse solo.
Cuando el crecimiento personal se vuelve excusa

Este modelo plantea riesgos pastorales importantes, especialmente entre matrimonios que ya atraviesan dolor o desequilibrio emocional.
- Se puede confundir el egoísmo con crecimiento: Actitudes que priorizan el “yo” pueden disfrazarse de madurez emocional, aunque en realidad deterioren la unidad del hogar.
- Se desvaloriza la dependencia mutua: El Evangelio nos enseña a aprender juntos, sostenernos y llorar con los que lloran. La dependencia no es debilidad, es parte del amor.
- Puede herir más a los vulnerables: Este tipo de terapia promueve aumentar la tensión como “crisol de crecimiento”. Pero sin misericordia y sin guía, esa presión puede romper en lugar de sanar.
- Exalta la identidad construida en soledad: En cambio, nuestra identidad más profunda surge al mirar hacia Dios y hacia los demás.
- Reduce el matrimonio a un proyecto individual: Para nosotros, el matrimonio no solo pulirá nuestro carácter; es el camino hacia la exaltación. No podemos reemplazar esa visión eterna por una agenda psicológica centrada exclusivamente en el yo.
Lo que Cristo nos enseña sobre identidad y unidad

La pregunta siempre vuelve a Él. ¿Cómo vivió Jesús Su propia identidad? ¿Fue autónomo? ¿Dependiente? ¿Completamente entregado?
La respuesta está en el equilibrio perfecto. Jesús sabía quién era. Pero su identidad se manifestó plenamente en relación con Su Padre. Y aun así, Jesús no vivió aislado. No evitó la vulnerabilidad. Pidió compañía en Getsemaní. Lloró con Sus amigos. Sanó, consoló, compartió.
Nos mostró que la fuerza no viene de blindarnos emocionalmente, sino de vivir en comunión. Y cuando resucitó entre los nefitas, Su primera obra fue unir a Su pueblo.
Por eso entendemos que el matrimonio no exige perder la identidad; más bien nos invita a consagrarla. No es independencia, es entrega. No es autosuficiencia, es gracia.
Entonces, ¿cómo avanzamos? Cuando buscamos terapia matrimonial, varias cosas pueden ayudarnos:
- Seamos cuidadosos al elegir terapeutas: No todo profesional es adecuado solo porque entiende nuestro vocabulario religioso.
- Preguntemos por los métodos que utilizan: Un terapeuta capaz puede explicar su enfoque y la evidencia que lo respalda.
- Protejamos nuestro lenguaje espiritual: Nuestro entendimiento de convenios, gracia, unidad y redención tiene poder. No lo perdamos en favor de filosofías ajenas al Evangelio.
- Recordemos que el matrimonio es eterno: Las terapias útiles serán aquellas que fortalecen la unidad, la empatía, la compasión y la sanación conjunta.
Crecer juntos es la meta

Sabemos que el crecimiento personal es parte del plan. Pero también sabemos que el Señor nos invita a crecer en familia, en pareja, en comunidad. Y que Su manera de formar nuestro carácter no es aislarnos emocionalmente, sino guiarnos a amarnos más profundamente.
En un mundo que exalta la autosuficiencia, el Evangelio sigue enseñándonos a buscar a Cristo y a caminar juntos hacia Él. Ese es el camino que transforma matrimonios. Ese es el camino que transforma vidas.
Fuente: Meridian
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