Como forasteros en una tierra desconocida de mortalidad, todos encontramos maneras diferentes de consolarnos. Algunas de ellas son similares a silbar en la oscuridad, no nos sostienen. Otras, nos consuelan efectivamente porque vienen de Dios.
Moisés tenía mucha razón como cualquier otro mortal para sentirse perdido. ¿Era un hijo rechazado de Israel, un príncipe en Egipto, un fugitivo de la ley o un mensajero de Dios? Era todo eso y estaba confundido como cualquiera de nosotros. Se sintió perdido e indefenso.
Cuando Moisés fue llamado a enfrentar al faraón como mensajero de Dios, resistió. “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón?” “Yo no soy hombre de fácil palabra, ni en el pasado, ni desde que tú hablas a tu siervo, porque soy tardo en el habla y torpe de lengua”. Incluso, cuando Dios prometió que Moisés sería un hombre elocuente, resistió, “¡Ay, Señor! Envía por mano del que tú quieras enviar”. (Éxodo 3:11, 4:10, 13)
Dios ayudó a Moisés a trascender su confusión al fortalecer su identidad celestial. Cada uno de los cuatro puntos en su conversación con Dios (Moisés 1) es esencial para todos nosotros que deseamos guía.
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1. “Y Dios habló a Moisés, diciendo: He aquí, soy el Señor Dios Omnipotente, y Sin Fin es mi nombre; porque soy sin principio de días ni fin de años; ¿y no es esto sin fin?” (Moisés 1:3)
Esta es la verdad fundamental sobre la cual se puede construir toda comprensión de nuestra identidad, misión y propósito. No tenemos una identidad significativa sin esta verdad fundamental.
Una persona podría preguntarse por qué Dios se presentaría a Moisés con alarde. ¿A Él le encanta impresionar y asustar a los mortales? El motivo de la introducción única queda claro con el segundo punto.
2. “He aquí, tú eres mi hijo”
Dios se presenta a sí mismo a Moisés, describiendo claramente Su estado exaltado, para dar sentido a la declaración: “Tú eres mi hijo”.
Lo primero y más importante en la identidad de Moisés es la realidad de que es el hijo del Dios Altísimo. ¡Ninguna otra identidad importa al lado de esta realidad suprema!
¿A dónde se dirige Dios desde que le enseña a Moisés su verdadera identidad?
3. “Te mostraré las obras de mis manos”
Dios le mostró a Moisés “la tierra, sí, la vio toda; y no hubo partícula de ella que no viese, discerniéndola por el Espíritu de Dios. Y también vio a sus habitantes; y no hubo una sola alma que no viese; y pudo discernirlos por el Espíritu de Dios; y grande era su número, sí, incontables como las arenas sobre la playa del mar” (Moisés 1: 27 – 28). Se nos cuenta que Moisés “se maravilló y se asombró” (Moisés 1:8).
¿Puedes imaginar esa visión? Si crees que los documentales sobre la naturaleza de Disney son impresionantes, ¡imagina que te muestren cada partícula y cada habitante de la tierra! ¡Eso tuvo que llenar a Moisés de asombro y maravilla!
¿Por qué Dios le mostró a Moisés Su creación? ¡La razón es impresionante!
4. “Tengo una obra para ti, Moisés, hijo mío”
“Yo que creé la tierra y sus habitantes, ¡tengo una obra para ti!”, eso es muy inspirador y aleccionador.
El mensaje de Dios también es profundamente personal cuando Él se dirige a Moisés de una manera muy personal: “Moisés, hijo mío”. ¡Cómo esas palabras deben haber llenado el alma de Moisés! Imagina a Dios dirigiéndose a ti de esa manera: “Tengo una obra para ti, Ryan, hijo mío”. “Tengo una obra para ti, Chanelle, hija mía”.
Tres veces en un capítulo, Dios se dirige a Moisés como “Moisés, hijo mío”. Creo que Dios estaba diciendo algo importante. Moisés, y cada uno de nosotros, es un hijo o una hija del Dios supremo.
Pero, hubo más. Para ayudar a Moisés a entender su valor eterno, Dios agregó: “Tú eres a semejanza de mi Unigénito; y mi Unigénito es y será el Salvador, porque es lleno de gracia y de verdad” (Moisés 1:6).
¿Puedes imaginar que te digan que eres como el hijo amado que reina en el cielo y en la tierra? ¿Cómo esas palabras de Dios impactarían nuestra identidad? Veamos lo impactado que estuvo Moisés.
“Y la presencia de Dios se apartó de Moisés, de modo que su gloria ya no lo cubría; y Moisés quedó a solas; y al quedar a solas, cayó a tierra. Y sucedió que por el espacio de muchas horas Moisés no pudo recobrar su fuerza natural según el hombre, y se dijo a sí mismo: Por esta causa, ahora sé que el hombre no es nada, cosa que yo nunca me había imaginado” (Moisés 1: 9 – 10).
El hombre es nada. En el contexto de esta gran revelación, Moisés se dio cuenta de que dependía completamente de Dios.
El mensaje no es que Moisés no era importante. ¡Él era eternamente valioso! Fue y es un hijo amado. Pero, su poder provino de su relación con Dios.
Esa es la gran paradoja. Somos de gran valor e importancia. Sin embargo, no somos nada sin Dios.
Puedes darte cuenta de por qué el movimiento de la autoestima se siente vacío. Cito, “¡Soy lo suficientemente bueno y lo suficientemente inteligente!” Eso es un insulto para Dios que es la fuente de poder.
Decir “soy suficiente” se siente irrisorio. No somos suficiente.
La clave de nuestro poder no está en vanagloriarnos, sino en reconocer a Dios.
La verdad es que Él tiene todo el poder, Él nos ama y Él desea acompañarnos en Su santa obra. A medida que lo honremos, nuestro poder crecerá. A medida que lo minimicemos, nuestro poder disminuirá.
Ese es el mensaje del salmo de Nefi (2 Nefi 4), el ministerio del rey David, el júbilo de Ammón (Alma 26), el mensaje del rey Benjamín (Moisés 2 – 5) y la entrada del hermano de Jared al velo (Éter 3). Es la lección fundamental de las Escrituras.
Nuestro lema puede ser: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4: 13).
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Wallance Goddard y fue publicado en latterdaysaintmag.com con el título “Four Steps for Accessing Heavenly Power”.