Una amiga mía hizo una pregunta que la traía apesadumbrada.
“Las Escrituras nos indican la importante decisión que debemos tomar, vivir con rectitud, lo que resultará en nuestra felicidad eterna.
Pero, ¿cómo sabemos cuándo somos lo suficientemente justos como para ser dignos de regresar a casa con Nuestro Padre?
Soy consciente de todas las formas en que fallo y siempre parece que se nos pide más. ¿Cómo sé si mis esfuerzos al final serán suficientes?”
He escuchado diferentes versiones de esta pregunta en muchas ocasiones durante las clases dominicales de la Iglesia. En una ocasión, un maestro incluso realizó una simulación del “juicio final”.
Colocó una mesa en el medio de la habitación y nos pidió que nos imagináramos estando en el juicio final, estando nosotros a un lado de la mesa y el Salvador al otro.
Él planteó la siguiente pregunta:
“¿Cómo te sentirías al ver al Salvador revisar tu vida mientras determina tu futuro eterno, moviendo la cabeza con decepción porque no hiciste lo suficiente para obtener el camino de regreso a la presencia del Padre?”
Siempre que surgen este tipo de preguntas, recuerdo una experiencia que me ocurrió hace unos años.
Una mirada al futuro
Una vez visité a mi cuñado en Washington D.C. cuando trabajaba como congresista de los Estados Unidos. En ese momento, se estaba llevando a cabo una reunión especial conjunta del Congreso.
Soldados rusos habían invadido territorio en Ucrania y el presidente ucraniano había venido a dar un discurso al Congreso estadounidense para obtener el apoyo del país en caso de que Rusia aumentara su fuerza militar.
Mi cuñado me invitó a acompañarlo a ver el discurso. Cuando nos dirigimos al Capitolio, mi cuñado me explicó que debido a la visita del presidente Poroshenko y las tensiones en Ucrania, la seguridad en el Capitolio se había elevado.
Se prohibió la entrada a los visitantes. Incluso los miembros del personal del Congreso estaban restringidos en cuanto a dónde podían ir. Cuando llegamos a la puerta de seguridad, un equipo SWAT se encontraba en el lugar.
Se revisó y comprobó cuidadosamente las credenciales de todos los presentes.
Mi cuñado mostró sus credenciales del Congreso y nos hicieron señas para que nos dejaran pasar.
Cuando alguien ingresa al Capitolio, esa persona debe pasar por un proceso de control de seguridad. Todos pasan por un detector de metales y todas las carteras (u objetos similares) se examinan con un dispositivo de rayos X.
Por otro lado, los miembros del Congreso pueden entrar por una puerta separada sin pasar por el control de seguridad. Mientras los dos nos acercábamos a esa entrada, me pregunté:
“¿Cómo voy a entrar, especialmente con todo el refuerzo de seguridad? No tengo ningún tipo de identificación especial que me permita pasar”.
En la entrada mi cuñado mostró sus credenciales del Congreso y fue admitido. Para mi gran sorpresa, también me hicieron pasar sin preguntas ni reclamos.
Caminando en dirección al piso del Congreso, rodeada tanto por miembros del Congreso de los Estados Unidos como por funcionarios ucranianos, le pregunté a mi cuñado por qué me habían admitido a pesar de las altas precauciones de seguridad.
Explicó que como miembro del Congreso, sus credenciales le permitieron dar fe de mí como miembro de su familia. Fui admitida en base a sus credenciales solo porque estaba con él.
Mientras esperábamos a que comenzara el discurso, medité sobre lo que acababa de ocurrir. De repente me di cuenta de que lo que acababa de suceder era solo una mirada a lo que sucederá para cada uno de nosotros en el juicio final debido a la expiación de Jesucristo.
Credenciales a favor nuestro
En Doctrina y Convenios 45: 4-5, escuchamos lo que Jesús dirá como nuestro Abogado, actuando a favor nuestro ante el Padre cuando comparezcamos ante Él para ser juzgados.
Pongamos en contexto las palabras de Cristo en Su súplica ante Dios. Al llevarnos ante el Padre, te dirá:
“Padre, ve los padecimientos y la muerte de aquel que no pecó, en quien te complaciste; ve la sangre de tu Hijo que fue derramada, la sangre de aquel que diste para que tú mismo fueses glorificado; por tanto, Padre, perdona a [tu nombre] que [cree] en mi nombre, para que [venga] a mí y [tenga] vida sempiterna”.
Tal como lo hizo mi cuñado por mí ese día en el Capitolio, el Salvador presentará Sus credenciales a favor nuestro. Él es el único que posee las credenciales apropiadas porque es la única persona que nunca pecó.
Su expiación por nuestros pecados le permite representarnos como dignos y celestiales. Se nos permitirá volver a casa, a la presencia del Padre, porque vamos con Jesús como miembro de Su familia.
“Este es mío”
¿Significa eso que no tenemos ninguna responsabilidad? Por supuesto que no.
Si somos sinceros en lo que respecta a venir a Él como miembros de Su familia, ciertamente tendremos que esforzarnos por abandonar el pecado y cambiar quienes somos. Nos impulsa a querer ser como Él.
Pero no tenemos que preocuparnos por si alguna vez podremos ser lo suficientemente justos o dignos para ser salvados. No debemos olvidar el poder de la expiación del Salvador.
“Desafortunadamente, hay muchos miembros de la Iglesia [que] creen que …Jesús es el Cristo y, al mismo tiempo, se niegan a aceptar la posibilidad de su propio perdón absoluto y eventual exaltación en el reino de Dios.
Creen en Cristo, pero no le creen a Cristo. Él dice: “Yo puedo hacerlos puros y dignos y celestiales”, y ellos responden: “No, no puedes. El evangelio solo funciona en otras personas; no funcionará en mí”’. -Stephen E. Robinson, “Creámosle a Cristo”
La realidad es que ninguno de nosotros llega al cielo por nuestros propios méritos. No podemos salvarnos a nosotros mismos.
Afortunadamente, como Brad Wilcox señala en su maravilloso discurso, “su gracia es suficiente” (His grace is Sufficient”), nuestra labor no es “ganarnos el cielo”.
Nuestra labor es “aprender las cosas del cielo”, practicar y prepararnos para el cielo.
Nuestra labor es profundizar nuestra relación con el Salvador.
Parte de profundizar esa relación es trabajar para abandonar el pecado y esforzarnos por llegar a ser más como Cristo.
A medida que implementemos esos cambios, seguiremos siendo insuficientes. Cometeremos errores de los que nos arrepentiremos. Puede que haya ocasiones en las que sintamos que el camino es demasiado difícil y nos sintamos tentados a rendirnos.
Pero durante ese tiempo:
“No debemos sucumbir a la falsa doctrina de que nuestra capacidad de pecar excede Su capacidad de redimir. No debemos decirnos a nosotros mismos que hemos caído tan lejos que Él puede no levantarnos o que no desea levantarnos”. -Wallace Goddard, “Modern Myths & Latter-day Truths”
Podemos confiar en que en el juicio final el Salvador no estará frente a nosotros revisando nuestras credenciales, moviendo la cabeza con decepción por nuestros errores y falta de progreso.
“[El Salvador] ha cumplido con las demandas de la justicia … Esto le da el derecho de tomar bajo Su protección a todos cuantos entren en Su convenio y decirles:
He pagado por éste, este es mío… Padre, perdona a estos mis hermanos que creen en mi nombre, para que vengan a mí y tengan vida eterna” (DyC 45: 5)”. -Stephen Robinson, “Creámosle a Cristo”
Si buscamos tener una relación con Él y seguirlo, en el juicio final el Salvador estará a nuestro lado presentando Sus propias credenciales a favor nuestro.
De eso no hay duda.
Nos regocijaremos con las palabras: “[Tu nombre] viene conmigo”.
Fuente: Meridian Magazine