La amiga que comenzó a odiarme

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Siempre he sido sensible. En serio, desde que nací. Por ejemplo, uno de mis primeros recuerdos es de mis hermanos jugando “La Aventura Mágica de Micky Mouse” en el Super Nintento. En el videojuego, Pete, el bulldog malo que es enemigo de Goofy, secuestra al perro de Mickey, Pluto, así que es el jefe final.

Pero, déjame decirte… se veía muy intimidante. Estaba todo rojo de rabia y tenía una cosa extraña en la cabeza, ¿un caimán? Como sea, no pude lidiar con lo enojado que se veía. Lloré tan fuerte que mi padre dejó de cortar el pasto, entró a casa e hizo que mis hermanos apagaran el juego.

Básicamente, nunca me ha gustado cuando las personas son malas. Incluso, si esa persona es ficticia.

Entonces, ¿Qué sucede cuando las personas son malas conmigo? Me afecta. Estoy hablando de un nivel de devastación que involucra llorar en la cama y tomar litros de helado. O, al menos, solía hacer eso.

Hasta que me di cuenta de que la forma en que me tratan las personas no es un reflejo de mí, en absoluto. Es un reflejo de ellas.

La amiga que me dejó

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Unos meses después de cumplir 19 años, una de mis mejores amigas (la llamaremos Lizzie) se volvió cada vez más distante. No estaba segura de lo que sucedió, Lizzie pasó de ser mi compañera de compras y mi confidente nocturna a alguien que ya no me guardaba asiento en clase. Esquivaba mis llamadas, me evitaba y, finalmente, me bloqueó de las redes sociales.

No tenía ni idea, todavía no la tengo, de qué hice para enfadarla tanto. Recuerdo haberle dicho, “Lizzie, no puedo arreglar lo que no sé que está roto”, a lo que ella simplemente respondió, “No siento que deba decírtelo”.

Eso rompió mi corazón. Unos meses después, recibí unos correos electrónicos de ella en los que detallaba que era una mala persona, o al menos, me dio esa impresión. Esperé una semana para responderle porque no quería enviarle una respuesta en un momento de enojo.

Cuando respondí, me disculpé por lo que sea que hubiera hecho para lastimar sus sentimientos, pero le expliqué que no era perfecta y nunca lo sería. Su respuesta me dolió: ya no quería ser mi amiga.

Esos correos me persiguieron durante un largo tiempo. Cada vez que hacía algo bien, cada vez que alguien me hacía un cumplido, sus palabras se repetían en el fondo de mi mente. Tal vez, no me conocían muy bien. Si lo hicieran, no les gustaría, pensaría para mí misma. Siempre pensé que era una buena persona. Pero, de repente, lo dudaba.

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Nunca estaré a la altura, era el pensamiento que me susurraba constantemente al oído, haciendo que cuestionara todo lo que pensaba que sabía sobre mí misma.

Después de un año, estaba sirviendo en una misión y me enteré que Lizzie también, así que le envié un correo. Le escribí esto:

Vas a ser, ¡ya lo eres!, una misionera increíble. Tienes una gran luz y las personas de tu misión serán bendecidas con tu testimonio. ¡Eres maravillosa y siempre he sido bendecida con tu ejemplo!

Las misiones no son fáciles, pero ¡son muy gratificantes! Es maravilloso ver cómo el Evangelio ilumina la vida de alguien y ver el cambio en su semblante.  Mi presidente de misión siempre habla mucho sobre cómo la misión nos cambiará, siempre pregunta, “¿En qué te estás convirtiendo?” En una misión, aprendes y creces más de lo que imaginas y es increíble. Estoy muy emocionada y feliz por ti, Lizzie. ¡Serás fantástica!

Espero que las cosas te estén yendo bien. No te sientas obligada a responder. Solo quiero que sepas que te quiero y estoy muy feliz por ti. ¡Espero que todo esté bien!

Bueno, respondió y no estaba contenta de que le enviara un correo. Me preguntó por qué le envié un mensaje y le dije que quería desearle buena suerte. Mi gesto de buena voluntad no fue correspondido. Respondió diciendo muchas cosas crueles sobre mí, como que era resentida e entrometida.

Estaba desconcertada y deprimida. ¿Qué estaba tan mal conmigo que esta persona a la que respetaba y admiraba me despreciaba tanto? Me esforzaba por ser amable y amorosa, pero de alguna manera terminaba sintiéndome como una tonta. No fue hasta después que me di cuenta: La forma en que Lizzie me trataba, cómo me veía y se sentía hacia mí, no tenía nada que ver conmigo, sino todo que ver con ella.

La mujer en el trabajo

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Lucho con muchas cosas. Pero, por lo general, llevarme bien con las personas no es una de ellas, a excepción de algunos casos aleatorios como Lizzie. Sin embargo, hace unos años, había una mujer en el trabajo con la que simplemente no podía congraciar.

Tenía 23 años y recién me había casado, estaba muy emocionada por esta nueva oportunidad de trabajo. Dejar mi trabajo anterior resultó ser una gran decisión porque me permitió terminar la universidad más rápido. Aunque ese trabajo fue estresante, amaba a las personas con las que trabajaba y nos llevábamos muy bien.

Pero, ¿este nuevo trabajo? Nunca me sentí tan odiada en mi vida y ¡por personas que ni siquiera me conocían! Resulta que todo fue gracias a una mujer: Rita (nombre cambiado).

Rita me odió desde el día que empecé. No estoy exactamente segura de por qué me atacaba. Pero, me convertí en la víctima de sus rumores y en el objeto de sus bromas.

llamamientos de la iglesia

En la oficina, teníamos un sistema de mensajería instantánea y uno de mis amigos de la oficina me dijo que Rita le enviaba mensajes a otras personas sobre mí y lo horrible que era: era mala en mi trabajo, inventé estar enferma cuando tenía que llamar y otras cosas crueles y falsas que podía imaginar. Desafortunadamente, para las personas que no se tomaron el tiempo de conocerme, sus palabras parecían ciertas

Recuerdo que un día salí del trabajo y llamé a mi mamá llorando. Me sentí tan juzgada por casi todos en la oficina, a pesar de esforzarme por ser amable y considerada. “¿Por qué me odia tanto?” lloré. Mi madre me dijo algo que tuvo efecto en mí, “Amy, las personas no tratan a los demás de forma desagradable a menos que se sientan infelices consigo mismas”.

Había escuchado esas palabras antes. Pero, de repente, me sonaron con tanta claridad: no fue mi culpa que las personas fueran groseras y odiosas. Fue la suya. Estas personas estaban pasando por momentos difíciles y, probablemente, estaban descontentas con varios aspectos de sus vidas y yo era un blanco fácil porque no les diría nada malo en respuesta.

No había nada malo en mí. De hecho, la forma en que me trataban no era un reflejo de mí en absoluto. ¡Ni siquiera se trataba de mí!

No soy yo, eres tú

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La clásica línea para terminar va así, “no eres tú, soy yo”. Pero, en este caso, fue al revés. No era yo, ¡eran ellas!

Rita y Lizzie no eran malas personas. Sin embargo, probablemente, ambas estaban atravesando cosas que no sabía. Ya sea que tuvieran la intención o no, me hicieron sentir como una perdedora y una mala persona. Pero, aun así, me siento agradecida con ellas porque me enseñaron una lección valiosa: no importa lo que los demás opinen de mí. Mi opinión, y lo más importante, la opinión de Dios, es lo que realmente determina quién soy.

Después, Lizzie se disculpó conmigo por cómo había actuado y lo aprecié. Sin embargo, sinceramente, ya no me importa si le caigo bien o no porque no necesito su aprobación para saber que soy una buena persona que vale la pena. ¡Lo sé por mí misma!

Aprendí que cuando los demás me tratan mal, no es un reflejo de mi valor como ser humano porque nadie más determina mi valor. Todos nosotros somos hijos únicos de Dios y Él nos ama. Él nunca nos hace sentir como si fuéramos malas personas que no tienen remedio y son incapaces de mejorar. Él nos recuerda que somos “obra de sus manos” y que nos ama infinitamente.

Entonces, ¿qué harás la próxima vez que alguien te trate mal? Camina en alto sabiendo que su crueldad no tiene nada que ver contigo porque no se trata de ti. Se trata de esa persona.

Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Amy Keim y fue publicado en thirdhour.org con el título “The Friend Who Started Hating Me”.

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