Si Dios NO existe, ¿cómo explicamos la existencia del mal?

existencia del mal

Mi amigo, lo llamaré Ben, enseña ética y filosofía de la religión en una universidad local. Yo mismo no soy ni filósofo ni teólogo, pero soy un aficionado, por lo que me hace feliz complacer a Ben cuando quiere hablar sobre lo que está trabajando. Él hace todo lo posible para que yo pueda entender lo que dice.

Ben vino a cenar hace un par de noches. (Lo sé, lo sé, pero comimos afuera y nos mantuvimos a más de dos metros de distancia). Él llegó con una pila de artículos y papeles. “¿Qué es todo eso?”, le pregunté. “¿Algo que estás escribiendo?”.

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“No estoy escribiendo nada. Aún no. Por ahora, sólo estoy leyendo y pensando”.

“¿Acerca de?”.

“El problema de la ateodicea”.

¿Te refieres a la teodicea? ¿La existencia del mal?”.

“No, me refiero a la ateodicea. Pero supongo que se trata del otro lado de la existencia del mal, sí”.

“No entiendo. Pero como estoy seguro de que sabes, por favor, explícamelo”.

“Bueno. Estoy tratando de ordenar esto, así que será algo difícil. Como lo ha señalado Charles Taylor y muchos otros, esta es realmente la primera época en la historia en la que la creencia en algún tipo de Dios o dioses no se ha dado por sentado. Incluso ahora, nuestra condición sin precedentes apenas se está comenzando a asimilar. Así que el problema de la ateodicea no se ha apreciado mucho. Pero estamos empezando a ver sus efectos, todos los días, de hecho, en las noticias. Es más que un problema filosófico. ¿Qué es lo que quiero decir? Bueno, comencemos con el problema de la teodicea, a lo que te referiste hace un momento. ¿Estás familiarizado con el tema?”

“Creo que sí”, dije, “pero veamos. Es el problema de cómo poder rendir cuenta de la maldad en el mundo, el dolor, el sufrimiento y especialmente la injusticia, al mismo tiempo que se cree que existe un Dios todopoderoso y amoroso. El mal ciertamente existe, lo vemos a nuestro alrededor y en nosotros, entonces, ¿por qué Dios lo permitiría? Si Él no puede eliminar el mal, quizás no sea todopoderoso. Por otro lado, si Él pudo eliminarlo pero decide no hacerlo, entonces es porque no nos ama. Pero un Ser que no es todopoderoso ni omnisciente no sería Dios. Entonces, la existencia del mal muestra que Dios no existe. Ese es el problema o el desafío. ¿Es eso?”

“Sí”, dijo Ben, “eso es básicamente. Y como sabes, los filósofos y teólogos han luchado con ese problema durante los últimos dos mil años o más. Pero no sólo los filósofos, también las personas comunes y corrientes. De hecho, mi impresión es que cuando las personas dicen que no creen en Dios y les preguntas por qué, la respuesta más común es que si hubiera un Dios, no permitiría todo este sufrimiento e injusticia”.

“Sí, también he escuchado eso con frecuencia”, le dije. “Por eso muchos pensadores religiosos han dedicado tanta reflexión al problema, para “justificar los caminos de Dios al hombre”, como dijo Milton. Pero pensé que estabas interesado en el problema de la ateodicea, lo que sea que eso signifique, no de la teodicea”.

“Lo estoy”, dijo Ben. “Pero enfócate en la teodicea por otro segundo Ten en cuenta que este es un problema filosófico, pero que también es un problema muy práctico. Quizás un problema existencial, porque existen graves consecuencias tanto para el éxito como para el fracaso”.

“¿Cómo así?”

“Bueno, empecemos con el fracaso. Supongamos que no podemos encontrar una forma satisfactoria de reconciliar la existencia de Dios con el hecho de la existencia del mal. La conclusión natural, a la que muchas personas han llegado, es que Dios no existe. Y esa conclusión tiene consecuencias reales e incluso catastróficas”.

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“¿Cómo cuáles?”

“Bueno, primero debo reconocer que la mayoría de los filósofos morales de hoy son ateos o al menos agnósticos, y también realistas morales, personas que creen que hay una verdad moral, o respuestas correctas e incorrectas a preguntas morales. Dirían que Dios no es necesario para la moralidad y que realmente no importa mucho si existe un Dios o no. Pero los pensadores más perspicaces y valientes, personas como Dostoyevski y Nietzsche, dirían que este tipo de personas se están engañando a sí mismas. Racionalizando su complacencia. Porque en realidad, si no hay Dios, las consecuencias serían enormes”.

Mi amigo prosiguió.

“Para algunas personas, por ejemplo, creer que Dios no existe puede llevar a la desesperación. La vida no tiene sentido. Nacimos por accidente, nacemos y morimos, y eso es todo. Para otras personas, creer que Dios no existe parecerá liberador, pero de una manera peligrosa. Como dijo Dostoyevski: “si no hay Dios, todo está permitido’”.

“Todo bastante debatible, por supuesto”, respondí. “Pero estoy de acuerdo, así que prosigue”.

“Bien. Ahora considera lo que acontecería si tenemos éxito, si llegamos a una teodicea satisfactoria. En primer lugar, ahora podemos reconocer que, desde la perspectiva más elevada de Dios, algo de lo que nos parece malo puede no serlo. Aun así, el mal seguirá existiendo (aunque solo exista como una carencia o negación, como argumentaron personas como Agustín), pero tomará un aspecto diferente. Uno que lo haga más llevadero”.

“Mmm. Una vez más, vas a tener que aclararlo”.

“El mal, el sufrimiento e incluso la injusticia, ahora podrá encajar dentro del plan general de Dios. El mal puede incluso ser necesario, de cierto modo. O al menos tiene un propósito. El mal,  quizás, sirve para probarnos y para fortalecernos”, dijo él. 

Luego continuó diciendo: “¿Cómo podríamos aprender a tener paciencia, perseverancia, fe y perdón si no hubiera maldad? Pero lo más importante es que podemos vivir con fe sabiendo que lo que está mal y caído aquí puede finalmente ser redimido, que Dios, en Su misteriosa manera, sacará el bien del mal, tal como Job lo prendió. Y entonces, podremos reconocer el mal, y podremos intentar evitarlo y mitigarlo; pero aún podremos afrentarnos al mundo, incluido el mal que encontramos en él, con fe, esperanza y amor”.

“Permíteme darte un ejemplo, con respecto a lo que probablemente sea el tipo de injusticia más hiriente en estos días. Me refiero a la desigualdad. Estamos rodeados de diferentes tipos de desigualdades aparentemente injustas y opresivas. Ahora, desde una perspectiva cristiana, apreciamos que algunas desigualdades pueden ser beneficiosas. Creo que eso es a lo que Pablo se refería en 1 Corintios 12. Necesitamos que haya diferentes tipos de personas con diferentes dones y diferentes llamamientos; y juntos formamos un solo cuerpo. La mano no puede decirle a la cabeza: “No te necesito”, y así sucesivamente. Y por eso somos diferentes y, sin embargo, todos, en última instancia, somos necesarios e iguales a los ojos de Dios”, agregó.

“Aun así, muchas de las desigualdades que observamos son de hecho opresivas e injustas. Por lo tanto, claro está, debemos hacer todo lo posible para corregir estas injusticias. Y, sin embargo, entendemos que mientras perdure el mundo, las injusticias seguirán existiendo: Se avanza en la corrección de una injusticia en particular y, con frecuencia surgirá otra en su lugar. Pero una persona de fe creerá que en última instancia habrá redención y que, entre tanto, incluso las injusticias pueden tener un propósito valioso si las abordamos con el espíritu correcto. Este no es solo un punto abstracto, por cierto. He notado que algunas de las personas que más admiro son personas que han pasado con mucha paciencia por mucho sufrimiento e incluso injusticia. No deberían haber tenido que experimentar lo que vivieron y, sin embargo, paradójicamente, son mejores personas por ello. Más fuertes. Más sabias. Más indulgentes. Más amorosas”, dijo finalmente.

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“Interesante. Pero todavía no has llegado a lo que empezaste: el problema de la ateodicea”.

“Bien”, dijo Ben. “Pero quería comenzar con la teodicea porque la ateodicea es su imagen especular, por así decirlo. Es el problema de cómo poder rendir cuenta de la maldad y la injusticia en un universo sin Dios”.

“No veo por qué eso sea un problema. Si no hay Dios, entonces el mal simplemente existe. No tiene que reconciliarse con nada”.

“Tal vez. Y, de hecho, esa podría ser la reacción más lógica a un universo ateo. De hecho, esa es la actitud que solemos adoptar hacia el mundo natural y no humano: el mundo de los animales. Vemos todo tipo de dolor y violencia, pero no maldad, no exactamente, ni injusticia. No sentimos indignación moral contra los lobos por comer ciervos u ovejas. Así es como se constituyen las cosas. Si nos preocupamos por los animales, naturalmente, intentaremos minimizar su sufrimiento, porque el sufrimiento sigue siendo indeseable, pero no injusto. No es malo, en el sentido básico del término”, respondió.

“Y supongo que en teoría podríamos adoptar la misma actitud hacia el mal en la esfera humana. Pero casi nadie hace eso, o puede hacerlo debido a que parece que estamos constituidos por un sentido moral, o un sentido de injusticia. (Como saben, algunas personas como C. S. Lewis han intentado utilizar este hecho como base para un argumento a favor de Dios; pero por ahora no hablaremos de ello). Tal vez sea algo innato; tal vez sea el resultado de siglos de vida en sociedades basadas en ideas bíblicas. De cualquier modo, parece que tenemos un sentido moral o un sentido de injusticia. Y entonces miramos al mundo, y estamos convencidos de que hay una maldad e injusticia desenfrenadas. No solo dolor, sino injusticia real”, agregó.

Ben prosiguió diciendo: 

“Entonces, ¿cómo se supone que debemos considerar esta injusticia? En un mundo sin Dios, la injusticia no tiene un propósito final. Y no hay posibilidad de una redención providencial definitiva. Es una injusticia pura, burda e irracional. Entonces, ¿cuál es la reacción adecuada? ¡Indignacion! (Y quizás también desesperación). El mundo está plagado de injusticias y no existe justificación para tal estado. Cualquiera que no se indigne se encuentra de alguna manera carente de moral. Probablemente se relacione a algún tipo de privilegio o ventaja que éste disfruta”.

“Lo que nos lleva de vuelta, más concretamente, al problema de la desigualdad. Dijimos hace un momento que para un teísta, un cristiano, algunas de las desigualdades que observamos pueden ser parte del orden de la providencia y no niegan nuestra igualdad fundamental ante Dios. Por otro lado, muchas desigualdades son en verdad injustas y deberíamos intentar corregirlas; pero también entendemos que incluso estos males pueden finalmente “obrar para nuestro bien”, y que más allá de nuestros limitados esfuerzos, eventualmente seremos redimidos. Ahora, quita a Dios, y ese tipo de respuesta ya no estará disponible. No queda nada más que quedarnos indignados por todas las desigualdades galopantes en el mundo”, explicó.

Además, Ben aclaró:

“Pero lo que hace que este problema sea realmente grave es que las desigualdades son prácticamente infinitas. Empezamos por la desigualdad racial. Luego la desigualdad sexual. Luego desigualdades basadas en el heterosexismo. Estas son las desigualdades de las que más hablan las personas hoy en día, pero esas son solo el comienzo. Las personas son desiguales y sufren como resultado de muchas formas y niveles. Riqueza. Apariencia física: belleza o fealdad. Salud. Inteligencia. Habilidad atlética. Aptitud musical. La familia en la que nacieron. Ingenio o personalidad. Nuestro amigo en común, Paolo, es ingenioso por naturaleza, puede decir algo gracioso sobre casi cualquier cosa, y por eso a las personas les agrada. ¿Yo? Si tratara de hacer una broma, siempre fracasaría; y la gente se quejaría y alejaría. ¿Cómo es eso justo?”.

“Ahora, el apóstol Pablo podría recordarnos nuevamente en este punto que las personas tienen diferentes dones, y nos necesitamos unos a otros, y todos somos parte del cuerpo de Cristo. E incluso las desigualdades que son opresivas finalmente serán superadas y redimidas. Pero si no crees en Dios, no tendrás paciencia para ese tipo de consejo, parecerá una justificación más de la injusticia y, por lo tanto, se convertirá en una provocación más hacia la indignación”, compartió.

“Bueno, esa es una forma interesante de ver las cosas”, dije. “Eso podría aclarar lo que está sucediendo en el mundo en estos días”.

“Eso es quedarse corto”, respondió Ben. “Mira el mundo y ¿qué ves? Una expresión masiva llena de indignación. De indignación moralista. Puede comenzar con alguna injusticia en particular, pero luego se convierte en indignación en general. Furiosa, contra la sociedad, el gobierno o el mundo. También creo que el problema de la ateodicea ayuda a explicar la obsesión moderna por la igualdad. ¿Estás familiarizado con lo que dijo Robert Nisbet sobre eso?”.

“No se me viene nada a la mente”, admití.

“Bueno, deberías recordarlo, porque lo leí en algo que escribiste. De hecho, creo que tengo tu artículo aquí mismo”. Buscó entre sus papeles. “Aquí está. Este es Nisbet”, y procedió a leer.

“Sería difícil exagerar el potencial dinámico espiritual que subyace en la idea de igualdad en la actualidad. Habría que remontarse a algunas otras épocas, como la de Roma imperial, en la que el cristianismo se generó como una fuerza histórica importante, o la Europa occidental de la Reforma, para encontrar un tema dotado de tanto poder unificador y movilizador, especialmente entre los intelectuales, como se lleva la idea de igualdad en la actualidad… La igualdad se alimenta de sí misma como no lo hace ningún otro valor social. No pasa mucho tiempo antes de que se convierta en más que un valor. Asume… todos los matices de la redención y se convierte en una idea religiosa más que secular”.

“Nisbet tenía razón”, continuó Ben. “Y creo que podemos ver el por qué. Las desigualdades son omnipresentes y, por lo general, son una desventaja para alguien. Y en un mundo sin Dios, en un mundo secular como el nuestro, no puede haber justificación para estas desigualdades y males, y puede no haber ningún propósito o posibilidad de redención. Entonces, la única reacción adecuada es la condena. Indignación. Que es lo que estamos viendo en estos días y lo que podemos esperar ver cada vez más. Y me pregunto cuál será el resultado”.

Prometí pensarlo bien. Todavía lo sigo pensando.

Este artículo fue escrito originalmente por Steven Smith y fue publicado originalmente por PublicSquareMag.org. bajo el título “If God Does NOT Exist, How Do We Explain the Existence of Evil?

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