Existe lo que podríamos llamar una dulce espiritualidad en muchas de las historias que nos cuentan. Mi madre me introdujo a esta cualidad a través de algunas historias muy sencillas y, desde entonces, la busqué en sus invitaciones más profundas.
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Anhelar un alma
Debido a que mi madre era danesa, sí o sí debía leer alguna historia de Hans Christian Andersen. Entre las historias que me leyó estaba La Sirenita.
La Sirenita no solo es una historia de amor, sino del anhelo de la inmortalidad. No solo se trata del príncipe que quiere la Sirenita, sino de un alma que puede vivir para siempre, las sirenas se convierten en espuma marina a la edad de 300 años.
Entonces, la pequeña heroína le pregunta a su abuela acerca del mundo humano y le responde: “No poseemos un alma inmortal, jamás renaceremos… Los humanos, en cambio, tienen un alma, que vive eternamente, aun después de que el cuerpo se ha transformado en polvo; un alma que se eleva a través del aire diáfano hasta las estrellas brillantes…”
Las palabras de su abuela solo avivaron sus deseos, y preguntó: “¿No podría hacer nada para adquirir un alma inmortal?”
Incluso cuando era un niño, me enseñaron algo maravilloso sobre mí: ¡tenía un alma inmortal! Viviría eternamente. Me elevaría hasta las estrellas brillantes. Cuando era un niño, la idea de no existir jamás se apoderó de mi mente. La Sirenita deseaba lo que yo tenía, como me lo aseguró la fe de mi madre.
Sin embargo, la abuela continuó, existía una manera en que la Sirenita podía ser inmortal y adquirir un alma. “Sería necesario que un hombre te quisiera con un amor más intenso del que tiene a su padre y a su madre, que se aferrase a ti con todas tus potencias y todo su amor… prometiendo fidelidad aquí y para toda la eternidad. Entonces, su alma entraría en tu cuerpo y tú también tendrías parte en la bienaventuranza reservada a los humanos. Te daría alma sin perder por ello la suya.”
Aquí estaba la versión para niños de lo que se trata el amor, los altares del templo y la vida eterna. Un alma que ingresa a otra, que siente unidad en todos los aspectos: la vida y la inmortalidad surgen del amor.
Anhelar el amor
Cuando mi esposa, Laurie, estaba agonizando, tenía miedo de lo que la separación le haría a nuestro amor. Recurrí a Andersen y le dije que mi alma ya había entrado a la suya y la suya a la mía. Que la sentía en cada célula de mi ser y que la posibilidad de la separación era inconcebible, ya que sería una muerte espiritual, un desgarro de una sola alma que sienten dos individuos. Siempre estaría en mis pensamientos hasta nuestro reencuentro. Eso aprendí de La Sirenita, y estaba ahí cuando la necesitaba para el consuelo de mi esposa y el mío. Sabíamos de qué se trataba un alma en el aire.
Andersen nunca conoció el amor y murió soltero, pero lo anheló toda su vida. Era el patito feo y, al mismo tiempo, la Sirenita. Después de su muerte, se descubrió una pequeña bolsa de cuero que colgaba de su cuello. Contenía una carta de Riborg Voight, una mujer a la que amó hace muchas décadas.
La Sirenita sacrificó todo, incluso su voz, por un amor que pudo hacerla inmortal y con cada paso que daba, el dolor se disparaba a sus pies como si estuviera caminando sobre cuchillos. En el cuento de Andersen, el príncipe no se enamora de la Sirenita, se casa con otra princesa mientras que la pequeña heroína se convierte en espuma marina.
Sin embargo, la Sirenita se reúne con las hijas del aire, que “no tienen almas inmortales, pero pueden ganarse una con sus buenas obras.” Esta creación demoraría 300 años. Se le promete a la Sirenita que también, a través de su bondad, podría crear su propia alma y que contaría con la ayuda de los niños buenos en todo el mundo. Así que la bondad, como el amor, también crea el alma.
“Por cada día que encontramos a un niño bueno, que sea la alegría de sus padres… Dios abrevia nuestro periodo de prueba. El niño ignora cuándo entramos a su habitación, y si nos causa gozo y nos hace sonreír, nos es descontado un año de los trescientos.”
Los niños de todo el mundo pueden imaginar a la Sirenita flotando sobre sus habitaciones, y en su bondad, pueden concederle lo que quería incluso más que el príncipe.
La gran literatura, los grandes personajes, como La Sirenita, viven con un poder eterno porque continúan dirigiéndose a cada generación nueva y lo que dicen es importante. Nos ayudan a encontrar a nuestro ser más elevado. Nos dan mayor sensibilidad. Nos ayudan a entender nuestros sentimientos. Nos preparan para internalizar los personajes que encontramos en las Escrituras. Abren nuestros corazones para amar. Nos enseñan a perdonar, sentir empatía, sentir gratitud, sentir pesar. Abren nuestros ojos a la belleza. Y, sobre todo, nos conceden un sentido mayor de las cosas que el nuestro, mientras que nos muestran la nobleza y la dignidad de nosotros mismos.
Este artículo es un extracto del libro “Out of the Best Books: Eternal Truths from Classic Literature” de S. Michael Wilcox y fue publicado en ldsliving.com con el título “What the Original “Little Mermaid” Teaches Us About the Gospel.”