Ser uno en Cristo no significa que todos debamos ser iguales.
El capítulo 10 de Hechos nos brinda una serie de eventos que modificaron drásticamente la misión y el alcance de la Iglesia primitiva y establecieron el principio de que todas las personas – sin importar la condición socioeconómica, la raza y la nacionalidad – están invitadas a venir a Cristo y “participar de su bondad” (2 Nefi 26:33).
El Evangelio ya no se predicaría únicamente a la casa de Israel (véase Mateo 15:24). Ahora las buenas nuevas de Cristo y la Resurrección se enseñarían a todos los hijos de Dios, un esfuerzo que creó el rico tapiz de diversidad que vemos en la Iglesia restaurada en la actualidad.
Unidad en la diversidad
También te puede interesar: Las nuevas generaciones son claves para la libertad religiosa y un mundo más justo
Al final de Hechos 10, encontramos que Pedro se dio cuenta de que “Dios no hace acepción de personas” (versículo 34), lo que significa que, finalmente, Dios invitará a todos a recibir su Evangelio.
Al igual que los profetas en el Libro de Mormón ante Él (véase 1 Nefi 17: 35; Alma 26: 37), Pedro entendió el alcance universal del Evangelio, que cuando el Salvador les dio el mandamiento a Sus apóstoles de “id y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28: 19), se refería sinceramente a todas las naciones y todos en ellas, judíos o gentiles.
En la actualidad, los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sirven en más de 400 misiones en todo el mundo. Las publicaciones de la Iglesia se imprimen en más de 188 idiomas. Más de 30,000 congregaciones se reúnen cada domingo en América del Norte y del Sur, Europa, Asia, África y en todo el Pacífico.
Las escrituras de los Santos de los Últimos Días nos enseñan que la diversidad de los miembros de la Iglesia debe mejorar nuestra obra conjunta en preparación para la Segunda Venida del Señor. Este carácter distintivo incluye las diferencias a nivel de raza, etnia, género e idioma, así como nuestros dones, perspectivas y experiencias variados.
El Élder Dieter F. Uchtdorf, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “La diversidad de personas y pueblos de todo el mundo es una fortaleza de esta Iglesia”.
Sin embargo, al enseñar en la Universidad de Brigham Young en Provo, Utah, descubro que a los estudiantes a veces les cuesta conciliar sus nociones de diversidad y unidad. Para muchos, estas dos ideas pueden parecer incompatibles. Afortunadamente, a través de las actividades y discusiones en clase, muchos alumnos llegan a comprender que la versión de unidad en Cristo se trata de la unidad, no de ser iguales.
Según se expresa en la metáfora del “cuerpo de Cristo” de Pablo para la Iglesia (véase 1 Corintios 12: 12 – 27), nuestras diferencias mejoran nuestra capacidad para trabajar juntos en armonía a fin de cumplir con la misión divina de la Iglesia y ayudar a construir el reino de Dios en la tierra.
La definición del mundo de “diferente”
Fuera del Evangelio de Jesucristo, la palabra “diferente” puede tener una connotación negativa y aislada. Para el mundo, “diferente” significa “diferente a la norma”, “incompatible” o “separado”. Pero, dentro del Evangelio de Jesucristo, no existe ninguna norma – diferente al deseo unificado de seguir al Salvador.
Ninguna persona es más valiosa que otra. No hay nada mejor o peor acerca de ser mujer u hombre, argentino o estadounidense, alto o bajo, blanco o negro, pobre o rico, porque “todos somos semejantes a Dios” (2 Nefi 26: 33).
Podemos diferir en nuestra obediencia a los mandamientos que nos dio el Padre Celestial. Sin embargo, nuestras decisiones no disminuyen el amor y la esperanza de Dios por nosotros. A pesar de que podemos diferir en nuestro compromiso, se nos enseña a amar, abstenernos de juzgar y servir en la Iglesia sin importar las diferencias en nuestra obediencia porque, después de todo, “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 23).
Unidad aditiva
El obispo Gérald Caussé, obispo presidente, enseñó que “la unidad no se alcanza al ignorar y apartar a los miembros que parecen ser diferentes”. La unidad en Cristo no es substractiva, por lo que ignoramos el significado de nuestras diferencias. Es aditiva. Nos esforzamos por comprender, apreciar e integrar nuestras diferencias para realizar la obra del Señor.
Nuestros esfuerzos por reconocer e incorporar lo que nos hace únicos, nos une más en Cristo. Por lo tanto, nuestras diferencias nos unen al igual que nuestros puntos doctrinales en común.
El Élder D. Todd Christofferson, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo que “la diversidad que encontramos ahora en la Iglesia puede ser solo el comienzo. No solo se trata de la diversidad por el bien de la diversidad, sino… que las personas pueden aportar diferentes dones y perspectivas.
Además, la amplia gama de experiencias, antecedentes y desafíos que enfrentan las personas nos demostrarán lo que es realmente importante en el Evangelio de Cristo. Gran parte de la paz que, quizás, se adquirió con el tiempo y es más cultural que doctrinal puede desaparecer y podemos aprender realmente a ser discípulos”.
Nuestras diferencias, en otras palabras, deben ayudarnos a entender y vivir mejor el Evangelio restaurado de Jesucristo.
Convertirnos juntos en discípulos
Ser uno en Cristo con nuestras diferencias requiere un esfuerzo coordinado.
Considera los tres siguientes compromisos personales a medida que buscas lograr una mayor unidad en Cristo en tu barrio o rama y dentro de la Iglesia global.
1. Busca las interacciones regulares y significativas con aquellos que son diferentes a ti. Esto puede ser difícil cuando vivimos en comunidades aisladas. En la celebración “Sed Uno” en junio de 2018, el Presidente Dallin H. Oaks, primer consejero de la Primera Presidencia, indicó que no fue hasta que se mudó de Utah cuando era joven y vivió en Chicago y Washington, D.C., que se dio cuenta del “dolor y la frustración que experimentaron aquellos que sufrieron restricciones [del sacerdocio y del templo]”.
El Élder John C. Pingree Jr., de los Setenta, describió la experiencia de una familia Santo de los Últimos Días que se mudó a una nueva ciudad: “En lugar de encontrar una casa en un barrio rico, sintió la impresión de ubicarse en un área con considerables necesidades sociales y económicas. Con el transcurso de los años, el Señor obró a través de ellos para apoyar a muchas personas y construir su barrio y estaca”.
Es posible que tengamos que hacernos a un lado para tener interacciones significativas con aquellos que son diferentes a nosotros.
2. Hablar sinceramente sobre las diferencias. Escuchar de cerca y aprender de las perspectivas y experiencias de los demás puede ser incómodo. Sin embargo, hacerlo nos ayuda a darnos cuenta de lo mucho que vemos el mundo como somos y no como es.
Cuando en oración nos permitimos estar abiertos a aprender de nuestras diferencias, podemos identificar y cambiar nuestros conceptos erróneos e inclinaciones involuntarias. Desarrollamos la mansedumbre, “la protección principal contra la ceguera del orgullo que con frecuencia surge de la popularidad, la posición, el poder, la riqueza y la adulación”.
3. Hablar en nombre de tus hermanas y hermanos. Las Escrituras nos enseñan que “de aquel a quien mucho se da, mucho se requiere” (Doctrina y Convenios 82: 3). El Señor se identifica a sí mismo como nuestro “intercesor ante el Padre” (Doctrina y Convenios 29: 5) y espera que aboguemos de manera semejante a Cristo por nuestras hermanas y nuestros hermanos.
Esto se debe hacer de forma privada, como cuando corregimos a las personas que hacen “bromas que degradan y menosprecian a los demás debido a las diferencias religiosas, culturales, raciales, nacionales o de género”.
A veces, también se debe hacer de forma pública. Por ejemplo, cuando la Iglesia emitió una declaración pública en 2015 para defender la libertad religiosa de todas las personas, incluidos nuestros hermanos y nuestras hermanas musulmanes. Debemos reflejar la dócil certeza de nuestro Salvador y “defender… sin ofender”.
Nuestro Padre Celestial realmente no hace acepción de personas. Él nos hizo diferentes por razones importantes. El aumento de la diversidad en la Iglesia del Señor no es una coincidencia. Estas diferencias cumplen con los propósitos de Dios. Ruego que seamos las personas que Dios desea que seamos – unidas en Cristo, con nuestras diferencias.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Bryant Jensen, profesor de BYU – Provo, y fue publicado en churchofjesuschrist.org con el título “The Blessings of Diversity”.