He tenido un comedero para aves en mi patio durante años. Me gusta ver cómo las aves se asoman a él y puedo escuchar su alegre canto mientras picotean las semillas de girasol.
La verdad es que nunca le presté mucha atención a qué tipo de aves venían al comedero. Sabía lo suficiente como para suponer que habían sólo tres tipos de aves: carboneros, jilgueros y los de color marrón que encuentras en las calles esperando que la comida caiga al suelo.
El año pasado, mi hija me regaló un libro de identificación de aves y comencé a verdaderamente prestar atención a las aves que se posaban en mi comedero.
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Me di cuenta de que, además de los carboneros de cabeza negra que ya había reconocido, también tenía un carbonero de montaña. Y las pequeñas aves marrones eran en realidad tres especies diferentes.
Vi un Junco de ojos oscuros, un Picogordo y un Trepatroncos de pecho rojo. Ese año pude contar veinte tipos diferentes de aves.
Estoy segura de que esas mismas aves habían estado frecuentando mi comedero todo este tiempo, pero fue solo hasta que me tomé el tiempo para identificarlas, que me di cuenta que estaban allí. No las había visto.
Ese otoño, mi hija menor se fue a servir una misión para la Iglesia por un año y medio. Un día, cuando me senté a la mesa de la cocina y empecé a extrañarla terriblemente, un Arrendajo azul revoloteó y se posó en la barandilla de la terraza justo afuera de la puerta del patio.
Se supone que los arrendajos azules no deberían vivir en Idaho, sin embargo este arrendajo azul parecía no saber eso o estaba perdido. De cualquier manera, allí estaba él en el patio trasero. Se quedó por un par de días y luego siguió su camino.
La visita de esa hermosa ave, que no debió haber estado allí, pero que de alguna manera lo estuvo, se sintió como una entrañable misericordia del Señor. Se sentía como si Dios me estuviera diciendo: “Te veo. Estoy pendiente de ti”.
Comencé a preguntarme, ¿con qué frecuencia el Señor me enviaba Sus entrañables misericordias y, como las aves en mi comedero, no había podido ver que estaban allí?
Fue entonces que comencé a buscar esas entrañables misericordias.
El Élder David A. Bednar, un apóstol de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, definió las entrañables misericordias del Señor como:
“Las entrañables misericordias del Señor son las sumamente personales e individualizadas bendiciones, la fortaleza, la protección, la seguridad, la guía, la amorosa bondad, el consuelo, el apoyo y los dones espirituales que recibimos del Señor Jesucristo”.
Son los momentos en que nos hace saber que nos ve, que está al tanto de nuestras circunstancias.
Cuando comencé a buscar las entrañables misericordias del Señor en mi vida, comencé a verlas.
Como cuando me encontré retrocediendo mi auto para salir de uno de los espacios del estacionamiento del banco, el auto detrás de mí también retrocedía. Ninguno de los dos vio al otro hasta un instante antes de que hubiéramos chocado. Y luego nos vimos. Paramos. Y no hubo choque.
Fue una entrañable misericordia.
Cuando una amiga me invitó a almorzar y descubrimos que ella contaba con información que ayudaría a mi hijo a encontrar un lugar donde vivir cuando se iba a mudar a otra ciudad.
Fue otra entrañable misericordia.
Estoy segura de que el Señor me ha estado enviando Sus entrañables misericordias todo este tiempo, pero no fue hasta que me tomé el tiempo que pude identificarlas, no me había dado cuenta de que estaban allí. No las vi.
Las entrañables misericordias, como las aves de mi jardín, a menudo son pequeñas. Son fáciles de ignorar si no estamos prestando atención. Claro, podríamos notar algunos, pero si no queremos perdernos los más sutiles o la gran variedad que ya existe en nuestras vidas, debemos observar detenidamente.
Necesitamos reconocer lo que ya tenemos en nuestro propio jardín.
Tenemos a un Salvador que nos ama, que entiende nuestras circunstancias, nuestro dolor, nuestros miedos, nuestras penas, nuestras debilidades. Él nos ve. Él está al tanto de nosotros. Él nos envía Sus entrañables misericordias.
¿Las ves?
Este artículo fue escrito originalmente por Cami Klingonsmith y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “Tender Mercies”