Todos tenemos experiencias difíciles, desafiantes y dolorosas en la vida. Si bien estas experiencias no son agradables, pueden enseñarnos perspectiva, amor, humildad, perseverancia, paciencia y, por último, cómo ser más como Dios.
Piensa en la historia de Abraham y Sara.
Ellos, dos personas de gran fe, soportaron lo que parecían contratiempos y sufrimientos interminables. Dios envió a Abraham lejos de su tierra natal a una nueva tierra prometida.
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¿Cuál fue el resultado? Abraham y Sara descubrieron una tierra que languidecía de hambre.
Luego, Abraham y Sara se fueron a Egipto, y Sara fue secuestrada. En el mismo capítulo (Génesis 12) donde Dios les había prometido a Abraham y Sara la tierra y la posteridad, parecía que perderían tanto su tierra prometida como su posteridad prometida.
¿Por qué Dios desafió y probó a Abraham y Sara de esta manera, especialmente cuando habían hecho todo lo posible para mostrar obediencia diligente a Dios?
La respuesta podría ser que sufrieron todas esas aflicciones porque de esa manera se asemejarían más a Dios.
Serían más semejantes a Él en el esfuerzo, la esperanza, la acción y, por último, en la recepción de los buenos dones de Dios mientras Él se encargaba de cumplir Sus promesas.
Para tener alguna perspectiva, consideremos el origen de varias palabras.
La raíz latina de la palabra sub significa “debajo”. La palabra latina fer significa “llevar” – piensa en palabras como “ferry” o incluso “Christofer” que significa “portador de Cristo”. Por lo tanto, la palabra “sufrir” significa ser “llevado abajo”.
Esto tiene mucho sentido, considerando que el sufrimiento puede sentirse metafóricamente como ahogarse en una dificultad.
Sin embargo, la parte hermosa de esta definición de sufrimiento, viene en el antídoto: socorrer. Leemos en Alma 7:11-12:
“Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo.
Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus debilidades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos”.
Este antídoto se convierte en un poderoso mensaje de esperanza y símbolo de amor cuando aprendemos que socorro significa “correr por debajo” o “fluir por debajo”.
En otras palabras, no importa cuán profundo te hayan hundido tus aflicciones, Jesús ha descendido por debajo de todo y fluye debajo de ti para sostenerte. En todo momento. En todos los lugares.
Dios siempre estará ahí. ¿Habrá dolor? Sí. A veces, puede parecer que cada gramo de sufrimiento es otra dolorosa y profunda primicia de tu alma. No obstante, es esta profundidad la que nos permite experimentar una mayor profundidad de la expiación de Cristo.
El amor de Dios es infinito. Él te llenará hasta la plenitud. Cuanto más profundo hayas sido tallado por el sufrimiento, más profundos serán tu amor y alegría.
Esto no significa que busquemos el sufrimiento, el dolor, las experiencias difíciles o que, de alguna manera, el dolor del sufrimiento no sea real porque sabemos que nos estamos asemejando más a Dios.
No obstante, sí significa que es posible que no nos demos cuenta de cuánta profundidad somos capaces de sobrevivir con Dios.
La sorprendente realidad es que, en última instancia, es nuestra decisión, nuestra voluntad radical, lo que determina si nuestro dolor y sufrimiento invitarán a un amor o a una amargura más profundos.
Cuando el sufrimiento nos haya hundido demasiado, recordemos que Jesús descendió aún más para poder fluir debajo de nosotros y apoyarnos en cada paso del camino a medida que adquirimos la imagen espiritual de Dios.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Taylor Halverson y fue publicado en LDS Living “Lessons from Abraham and Sarah: How suffering can help us be happy”.