El primer milagro registrado del ministerio de Jesús sucedió cuando convirtió el agua en vino en una fiesta de bodas en Caná.
No es común escuchar que este milagro sea una inspiración para el testimonio de alguien. O, que ofrece una comprensión de la naturaleza de Cristo.
Sin embargo, hay algunas lecciones profundas que podemos perder a medida que leemos rápidamente sobre este evento y pasamos a milagros más dramáticos o personales, como cuando Cristo devuelve la vida a su amigo Lázaro.
Para empezar, repasemos lo que sucedió según se registra en 2 Juan.
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Jesús, sus discípulos y su madre asistieron a una boda en Caná. María, la madre de Jesús, sabía que el vino se había terminado y le habló a su hijo:
“4 Y Jesús le dijo: ¿Qué tengo yo que ver contigo, mujer? Aún no ha llegado mi hora.
5 Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que él os diga.
6 Y había allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de ellas cabían dos o tres cántaros.
7 Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.
8 Entonces les dijo: Sacad ahora y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron”.
Cuando el maestro de ceremonias de la fiesta degustó este nuevo vino, que era solo agua unos momentos antes, llamó al novio y le dijo:
“Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando están satisfechos, entonces el inferior; pero tú has guardado el buen vino hasta ahora”.
Juan 2:11 describe lo siguiente:
“Este principio de milagros hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él”.
Ese fue el primer milagro de Jesús que los discípulos presenciaron y ayudó a plantar las semillas de la fe en Él. Pero, ¿qué debemos aprender de este milagro y las circunstancias descritas en él?
¡Aquí hay tres lecciones!
1. El respeto del Señor por las mujeres
Para nuestros oídos modernos, la respuesta de Cristo a su madre puede parecer irreverente o insensible: “¿Qué tengo yo que ver contigo, mujer?”
Con un estudio más profundo, aprendemos la verdadera intención y el verdadero impacto de esa respuesta en nuestros corazones y mentes.
La traducción inspirada de José Smith de este versículo dice:
“Jesús le dijo: Mujer, ¿qué quieres que yo haga por ti? Yo lo haré; pues aún no ha llegado mi hora”.
Esta diferencia en la traducción revela la lealtad y el trato único de Jesús hacia su madre.
No solo dice que está dispuesto a hacer lo que ella necesite. Le da la oportunidad de especificar una solicitud con fe en lugar de simplemente decirle qué hacer.
Entonces, María les indica a los sirvientes que hagan el siguiente movimiento. Además, incluso el mismo título con el que se dirige a ella es significativo.
Según un artículo de la Liahona de marzo de 2015 de Robert y Marie Lund:
“Un experto explica: ‘El término ‘mujer’, o más bien, ‘dama o señora’, en griego, es un título de respeto que se usa incluso para dirigirse a reinas’.
Era como si le hubiera dicho a Su madre: ‘Señora mía, lo que tú me pidas con fe, te lo concederé’.
Este relato demuestra que el Salvador tenía interés en las presiones rutinarias que afrontaban las mujeres. Jesucristo honró a Su madre al ofrecerle ayuda con sus cargas y responsabilidades”.
Esta ilustración del respeto de Jesús por las mujeres fue solo el comienzo de muchas indicaciones como esta a lo largo de Su ministerio.
Hay una buena razón por la que la mayoría de las mujeres que se mencionan en los libros canónicos aparecen en los cuatro evangelios.
Como dijo el élder James E. Talmage:
“El mayor campeón mundial de la mujer y la feminidad es Jesucristo”.
Jesús demostró su respeto por las mujeres cuando trató amablemente a la mujer samaritana junto al pozo.
Él conocía los detalles de su vida que hicieron que otros la evitaran. Incluso, testificó de su potencial de pureza y salvación a través del agua viva que Él podía ofrecer.
Asimismo, demostró su respeto por las mujeres al sentir compasión por la mujer adultera. Incluso, frente al gran desprecio y el juicio de todos los que lo rodeaban.
Lo demostró mientras lloraba con María y Marta por la pérdida de un hermano que sabía que podía regresar a la vida.
Lo demostró al notar, en medio de la multitud, que la mujer con problemas de flujo de sangre tocó su manto y se preocupó por la angustia de esta mujer.
Además, lo demostró, al hacer de María Magdalena la primera testigo de la resurrección. Nos recordó que las mujeres son capaces y merecedoras de las mayores manifestaciones espirituales disponibles en la vida terrenal.
2. Cómo los milagros de Cristo moldearían la obra de Su Padre
En un discurso de la Conferencia General de abril de 1989, el presidente Howard W. Hunter habló sobre la naturaleza de los milagros de nuestra vida y los que Jesucristo hizo durante Su ministerio. Dijo:
“Pero aun con lo maravillosos que fueron, muchos de los milagros de Cristo fueron tan sólo un reflejo de milagros aún mayores que su Padre había efectuado antes que él, y continúa haciéndolo ante nosotros.
Verdaderamente la ejecución humilde de estos hechos obviamente divinos, que llevó a cabo el Salvador, puede aplicarse bastante bien a la declaración que él mismo hizo:
‘No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente… (Juan 5:19) y ‘nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre’ (Juan 8:28)”.
El presidente Hunter continuó explicando que el primer milagro del ministerio de Jesús, cuando convirtió el agua en vino, es un ejemplo perfecto de la idea de que todo lo que Cristo hizo fue un reflejo de lo que su Padre ya había hecho:
“Sin embargo, poco fue el hacer vino en las vasijas de piedra comparado con la creación original de las hermosas viñas y la abundancia de las sabrosas uvas. Nadie pudo explicar el milagro aislado en el banquete matrimonial, como tampoco pudieron explicar el milagro diario del esplendor de la viña misma”.
Con demasiada frecuencia, damos por sentado el esplendor diario de la viña, con la esperanza de que nuestra agua se convierta en vino.
Cuando Jesús se ofreció como voluntario para ser el Salvador del mundo, dijo:
“Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre” (Moisés 4: 2).
Todo lo que haría sería para ayudarnos a comprender mejor y glorificar a Su Padre, y este primer milagro fue solo el comienzo de eso.
3. La ilustración de que Él nos convertiría en algo mejor
En un devocional de BYU ofrecido por Merrill J. y Marilyn S. Bateman en enero de 2002, el élder Bateman señaló que, en el contexto de la conversación entre María y Jesús, Cristo menciona que Su hora aún no había llegado.
Al darse cuenta de esto, el élder Bateman hace una pregunta que cada uno de nosotros debería plantear sobre este milagro:
“La gloria del Padre y del Hijo es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre. ¿Cómo se relaciona la conversión del agua en vino con Su hora? ¿Qué significó la conversión? ¿Qué representa el vino?”
Es innegable que el momento de Cristo sería la realización del mayor acto de amor, la expiación, en el jardín de Getsemaní y en la cruz. Entonces, ¿cómo es la conversión del agua en vino un símbolo de la expiación?
Leemos en los versículos que las tinajas de agua que se usaban eran de piedra “para la purificación de los judíos”.
En el primer siglo, la mayoría de los rituales y ordenanzas del templo se realizaban con vasijas de piedra porque se creía que, a diferencia de la cerámica o la arcilla, una vasija de piedra no podía volverse impura.
Si Cristo es el vaso puro y nosotros somos el agua que se entrega totalmente a Él. Entonces, la transformación que tiene lugar parece ser un símbolo de cómo podemos convertirnos en nuevas criaturas mediante Su expiación. O, como dijo el élder Bateman:
“El poder de convertir el agua en vino puede ser paralelo al poder de la expiación de Cristo para transformar a hombres y mujeres de seres mortales a inmortales, para transformar cuerpos corruptibles en incorruptibles, para crear una conexión inseparable entre el cuerpo y el espíritu en la Resurrección (véase 1 Corintios 15: 42-44; DyC 93: 33-34).
En resumen, el milagro de Caná no solo ilustró el poder de Cristo para convertir el elemento terrenal del agua en vino, sino también su poder para ‘limpiar’ y ‘purificar’, para elevar a hombres y mujeres de la mortalidad a la inmortalidad, de lo terrenal al estado celestial”.
Probablemente, tememos entregarnos totalmente a Jesucristo. No nos dejamos sumergir en Su pureza debido al temor a la responsabilidad o el miedo a desaparecer por completo en la vasija de piedra.
Sin embargo, una vez que Él aplica Su poder milagroso, somos atraídos nuevamente y nos convertimos en una mejor versión de nosotros mismos de lo que jamás podríamos imaginar.
Conclusión
Al estudiar este pasaje de las Escrituras, ya no pienses en el matrimonio de Caná como un milagro sin mucho que explorar o estudiar.
Recuerda cómo Jesucristo mostró Su respeto por las mujeres allí, cómo modeló Sus milagros a partir de los milagros de Su Padre Celestial, y cómo nosotros, como el vino, podemos cambiar por completo a través de la pureza y la expiación de Jesucristo.
Fuente: Meridian Magazine