Proverbios 15:1 dice:
“La blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor”.
Cuando servía como obispo, hace un buen tiempo, a mi esposa y a mí nos invitaron a distintas bodas de miembros de nuestro barrio.
Como un regalo significativo, les dimos unas maravillosas cucharas para helado junto con el mensaje:
“¡Yo grito, tú gritas, todos gritamos por helado! Mas en un matrimonio, grita solamente cuando haya un incendio o alguien esté en peligro”.
¿Qué tan a menudo sentimos la necesidad de levantar la voz? ¿Con qué frecuencia somos críticos o despectivos? ¿Qué estamos tratando de lograr?
¿Estamos tratando de obtener poder o control? ¿Estamos tratando de sentirnos mejor con nosotros mismos?
¿Cómo afecta eso a nuestras relaciones? ¿Qué podríamos hacer de manera diferente que pueda ser igual de efectivo?
En la conferencia general de abril de 2007, el presidente Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos animó a hablar con el lenguaje de ángeles. Él citó de Santiago 3:2-10:
“Porque todos ofendemos en muchas formas. Si alguno no ofende de palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.
He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas por impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.
Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán gran bosque enciende un pequeño fuego!
Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, y enciende el curso de la vida, y es encendida por el infierno.
Porque toda especie de bestias, y de aves, y de serpientes y de criaturas del mar se doma y ha sido domada por el ser humano;
8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la semejanza de Dios.
De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así”.
El presidente Holland nos aconsejo tener precaución respecto a cómo hablamos con los demás y cómo hablamos de nosotros mismos.
“La voz que expresa un testimonio sincero, que pronuncia fervientes oraciones y que canta los himnos de Sión, puede ser la misma voz que vitupera y critica, que avergüenza y denigra, que ocasiona dolor y destruye el espíritu de uno mismo y con ello, el de los demás…
En ese respecto, supongo que sobra decir que el hablar de manera negativa muchas veces resulta del pensar negativamente, incluso de nosotros mismos.
Vemos nuestras propias faltas; hablamos, o por lo menos pensamos, en tono de crítica de nosotros mismos, y al poco tiempo, es así como vemos a todos y a todo; somos incapaces de ver las cosas buenas de la vida, como la luz del sol, las rosas o la promesa de esperanza o de felicidad. Al poco tiempo, tanto nosotros, como los que nos rodean, somos desdichados”.
Adaptación a la vida misional enseña:
“El sentirme muy autocrítico:
- Céntrese en las cosas que usted hace bien y evite compararse con otras personas
Las personas que tienen expectativas excesivamente altas tienden a enfocarse demasiado en sus debilidades y fracasos. De ese modo, en vez de mejorar, se sienten inútiles. Al leer las Escrituras, céntrese en las partes que más se apliquen a usted como amado siervo de Dios. Busque pruebas de la paciencia, la gracia, la esperanza y la misericordia de Dios para con aquellos que lo aman y desean servirlo. (Véase Predicad Mi Evangelio, págs. 10–11.)
- Escuche al Espíritu y no a los pensamientos negativos. Si está teniendo pensamientos denigrantes, burlones, iracundos, sarcásticos, críticos u ofensivos, no provienen del Señor. Suprímalos”.
Cuando criticamos a los demás:
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“Resista la tendencia a culpar o avergonzar a otras personas o a usted mismo. Más bien, trate de entender cuál es el problema y pídale ayuda a la otra persona para solucionarlo, independientemente de quién haya tenido la culpa.
- Quédese tranquilo, muestre deseos de aprender y tenga compasión. Muestre interés por saber qué están pensando o sintiendo otras personas. Haga preguntas, escuche con atención, dígale a la otra persona lo que a usted le pareció escuchar y pregúntele si usted entendió correctamente. Si no fuera así, vuelva a intentarlo.
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Ore para tener el don de la caridad. Hágalo “con toda la energía de [su corazón]” (Moroni 7:48). Pida ser capaz de ver a los demás como Dios los ve”.
El presidente Holland concluye:
“Por tanto, hermanos y hermanas, en esta larga y eterna empresa de ser más como nuestro Salvador, ruego que tratemos de ser ahora hombres y mujeres ‘perfectos’ por lo menos de esta manera: al no ofender en palabra, o dicho de manera más positiva, al hablar con una nueva lengua, la lengua de ángeles.
Nuestras palabras, así como nuestras acciones, deben estar llenas de fe y esperanza y caridad, los tres grandes principios cristianos que el mundo necesita tan desesperadamente hoy día”.
Que el Señor nos bendiga para seguir Su ejemplo y hablar con lengua de ángeles, llenos de fe, esperanza y caridad.
Fuente: Meridian Magazine