Durante la última semana de Su vida, nuestro Salvador Jesucristo llevó a cabo la Expiación, que comprendía Su sufrimiento en Getsemaní, Su crucifixión en el Gólgota y Su resurrección.
Hasta el último momento Jesús lo dio todo a favor de la humanidad, Sus milagros, Su fuerza, Sus consejos y Su voluntad.
En la vida tendremos desafíos que con frecuencia nos toman por sorpresa.
Por mucho que tratemos de prepararnos para aquellas tormentas, nos damos cuenta de que no tenemos el poder de calmarlas.
Pero Jesús sí y para esto dio Su vida, para socorrernos.
El ministerio y los milagros de Jesucristo nos ofrecen la esperanza de que podemos tener la ayuda divina que procuramos en ese momento de necesidad.
El Salvador realizó dos de esos milagros en el mar de Galilea. En ambos casos, el Salvador y Sus apóstoles cruzaban el mar por la noche en medio de fuertes tormentas.
El apóstol Marcos nos relata que el primero de esos dos milagros tuvo lugar después de que Jesús hubo pasado buena parte del día enseñando a la multitud junto al mar de Galilea.
El Salvador y Sus apóstoles subieron a una barca para llegar al otro lago de la ribera del mar, sin embargo, al poco tiempo, la barca se vio envuelta en una fuerte tormenta.
Mientras Jesús dormía, Sus discípulos cayeron en la desesperación y el temor. Rápidamente corrieron a despertarlo diciéndole: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?”.
Es entonces que el gran milagro sucedió.
Las Escrituras nos dicen que Jesús se levantó y reprendió al viento y al mar: “¡Calla, enmudece!”
Con Sus palabras todo cesó. Él se volvió a Sus discípulos y les preguntó: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”
Algo que podemos aprender de ese milagro es que el Salvador tiene poder sobre los elementos. Fue Él quien creó la tierra, las aguas, la atmósfera y todo lo que hay en el planeta.
El milagro de calmar la tormenta demostró que Él tenía ese mismo poder durante Su ministerio terrenal.
Esto nos deja claro que al recurrir al Salvador, podemos ser protegidos del mal y de sus efectos, podemos ser salvos de la destrucción espiritual.
Stephen Turcotte, del departamento de Física de la Universidad Brigham Young–Idaho, compartió lo siguiente:
“El Salvador en verdad tiene el poder de calmar las tormentas de nuestra vida. A veces estas tormentas se calman rápidamente y otras veces tenemos que soportarlas por un tiempo… [Sin embargo], a medida que profundicemos nuestra fe en el Salvador, descubriremos que nos afectan menos los vientos y las olas espirituales que antes habrían amenazado con agobiarnos”.
Confiar en el Señor no significa que tengamos que ignorar los desafíos que pasamos, significa que podemos elegir centrarnos en la grandeza infinita, la misericordia y el poder absoluto del Salvador.
Debemos confiar que Él nos socorrerá y calmará las tormentas. Los milagros vendrán.
Cuando estés solo, triste, ansioso o esperando las bendiciones prometidas, recuerda esta pregunta: ¿Estás esperando “la calma después de la tormenta” con un corazón temeroso o con un corazón fiel?
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