“Todos somos diferentes, por lo que tiene sentido que el Espíritu nos toque de maneras diferentes. No somos iguales, y no debemos esperar que todos sientan el Espíritu de la misma manera.”
Durante mis, muy pocos, seis años en las Mujeres Jóvenes, siempre esperaba con ansias el Campamento de Mujeres Jóvenes. Me encantaban las canciones, las horas que pasábamos entre risas durante la noche cuando debíamos haber estado dormidas, las reuniones de testimonios y todo lo demás. Fue mi lugar feliz.
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Hasta ese momento.
Recuerdo muy bien haber estado sentada en un carpa con todas las demás jóvenes de mi barrio. Debió haber estado lloviendo, porque no puedo imaginar ningún otro escenario donde, las más de 15 jóvenes que éramos, estuviéramos voluntariamente en una carpa al mismo tiempo junto nuestro obispo en el mismo lugar bajo el calor del verano de Virginia.
Se compartió un mensaje espiritual y luego las chicas se turnaron para dar su testimonio. Fue una experiencia increíblemente espiritual, y no había ni un ojo seco en el lugar… es decir, en la carpa. Excepto los míos.
Esto cambió de una experiencia espiritualmente edificante a una realmente incómoda para mí en cuestión de segundos. Literalmente, todos lloraban. Intenté unirme a ellos con todas mis fuerzas, pensé en las cosas más tristes que podía, me pellizqué, mantuve los ojos abiertos durante mucho tiempo para que luego soltar unas lágrimas… Pero, ¡no pasó nada!
Recuerdo que me sentí como si algo estuviera mal conmigo. ¿Por qué lloraban todos los demás, pero no pude soltar ni una triste lágrima? ¿acaso no sentí el Espíritu? ¿era una mala persona? ¿Algún tipo de monstruo insensible?
Sentí que todos me juzgaban, y para ser sincera, algunas personas lo fueron. Más tarde se hicieron algunas bromas debido a mi falta de lágrimas. Sin embargo, hay algo que claramente no habíamos entendido.
Llorar no es igual a espiritualidad. Si alguien llora, eso no significa que sienta el Espíritu con más fuerza que los demás. No significa que sean más dignos de tener el Espíritu.
Todos somos diferentes, por lo que tiene sentido que el Espíritu nos toque de maneras diferentes. Algunas personas se emocionan hasta las lágrimas. Otros sienten paz (¡Como yo!). Algunos sienten un ardor en el pecho. ¡La lista podría seguir y seguir! No somos iguales, y no debemos esperar que todos sientan el Espíritu de la misma manera.
El Presidente Howard W. Hunter explicó:
“Me preocupa cuando parece que la emoción fuerte o las lágrimas abundantes se equiparan con la presencia del Espíritu. Ciertamente, el Espíritu del Señor puede traer fuertes sentimientos emocionales, incluso lágrimas, pero esa manifestación externa no debe confundirse con la presencia del Espíritu mismo.” (“Eternal Investments” – 1989).
Entonces, si eres una joven de 14 años que se siente avergonzada o cohibida al igual que yo en ese tiempo, tienes que saber que no llorar está bien, no hay nada de malo. ¡También llorar está bien! Tú también sientes el Espíritu, y nadie debe ser juzgado por no mostrar una reacción abiertamente física.
Si alguien te pregunta por qué no lloras o si no sientes el Espíritu, no le prestes atención y luego muéstrales este artículo.
A cada uno de nosotros que hemos sido bautizados se nos ha prometido el Espíritu si vivimos dignamente de Él. No se nos prometió que lloraríamos cuando sintiéramos la presencia del Espíritu Santo, así que no piensen que esas dos cosas van de la mano.
¿Y adivina qué? Eso significa que estás bien tal como eres: con lágrimas o sin lágrimas.
Este artículo fue escrito originalmente por Amy Keim y fue publicado por mormonhub.com bajo el título de “Not Crying in Church Doesn’t Make You a Heathen”