Todo lo que necesitamos es amor.
Simple y hippy como puede parecer. Pero, ¿qué es el amor?
Decimos mucho esta palabra sin una definición clara. Esta falta de claridad tiene consecuencias y puede conducir a problemas sociales y personales reales.
Es por eso que, necesitamos analizar el “amor” y comprender cómo las distintas definiciones pueden confundir nuestras buenas intenciones.
Definición del amor
Existen muchas palabras para definir el amor en diferentes idiomas. No obstante, el “amor” que deseamos, damos y al que apelamos debe definirse usando nuestro lenguaje limitado.
Acudimos a las grandes mentes para que nos ayuden: Tomás de Aquino definió el amor como un verbo, “querer el bien del otro”.
Por su parte, C.S. Lewis escribió:
“El amor no es un sentimiento afectivo, sino un deseo constante por el bien supremo de la persona amada en la medida en que se pueda obtener”.
Estas definiciones se ajustan al “amor” descrito por generaciones de filósofos, teólogos, carniceros y panaderos.
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El amor, así definido, es más que un sentimiento, requiere cierta preocupación o cuidado por el bienestar a largo plazo de la persona que “amamos”.
Sin embargo, ese es un amor diferente al que escuchamos declarar hoy.
“Te quiero, ¡solo deseo que seas feliz [ahora mismo]!”
Esta declaración no requiere voluntad, acción o dedicación. Tienes la oportunidad de ser amable, pero no estás atado a ninguna responsabilidad.
¿Es posible que exista amor cuando no está atado a la verdad?
Estos dos “amores”, el amor con propósito y el amor de afirmación, están en gran conflicto entre sí.
Uno dice: “Te quiero en un buen camino”. El otro dice: “Elige el camino que quieras, siempre y cuando parezca que te hace feliz en ese momento”.
En la fricción entre estos dos amores vemos el origen de muchas de nuestras batallas modernas.
Amor: subjetivismo vs. objetivismo
Una de las guerras más antiguas es la del subjetivismo vs. el objetivismo.
El subjetivismo, común para gran parte de la filosofía moderna, rechaza la existencia de una verdad suprema que todos deberíamos buscar.
Más bien, toda verdad es relativa, la virtud se construye socialmente e incluso la lógica y la razón son sospechosas.
Esta perspectiva nos llevaría a amar a través de la aprobación (afirmación) de cualquier elección que haga la persona amada.
Cuando las “buenas elecciones” están a los ojos del espectador y las consecuencias son en gran medida aleatorias, los deseos y sentimientos son lo que más importa.
La verdad objetiva, por el contrario, sostiene que la bondad, la verdad y la belleza son reales y que su búsqueda puede llevarnos por diferentes caminos, pero todos ascienden a la verdad suprema.
El objetivismo tiene una sustancia real y está inherentemente atado a la verdad.
El amor que nace de esta perspectiva busca el bien, incluso a expensas de los propios deseos o “sentimientos” de la persona amada.
Con frecuencia, en un mundo que cuestiona la idea misma de la verdad, aquellos que se mantienen firmes en la verdad objetiva son acusados de ser “faltos de amor”.
No obstante, ¿es posible el amor cuando no está atado a la verdad?
Cuando analicemos afirmaciones sobre el amor o nuestro propio “amor” por los demás, preguntémonos: ¿Es este “amor” un estímulo deliberado o una afirmación general?
Esta introspección puede llevarnos a reconocer la filosofía subyacente que informa esta visión del amor.
“El amor sea sin fingimiento; aborreced lo malo, allegaos a lo bueno”. (Romanos 12:9)
El amor con propósito y el amor como una afirmación
Por ejemplo, me preocupo por mi hija. Me preocupo por su salud. Quiero que adopte hábitos alimenticios saludables porque estos la ayudarán en el futuro.
Trato de asegurarme de que tenga alimentos nutritivos y comprenda el tamaño adecuado de las porciones.
Hago esto porque me importa su futuro. Amo a mi hija y conozco las trampas de una alimentación poco saludable.
Por otro lado, si uso la definición afirmativa del amor: “Quiero que ella sea feliz”, entonces la dejaría comer lo que quisiera. Ella ha dejado perfectamente claro que los dulces, no las verduras, la hacen feliz.
Ahora, la mayoría de los padres dirían que, por supuesto, el amor con propósito es el amor que impulsa su crianza.
Quieren asegurarse de que sus hijos estén en el camino hacia un futuro estable y satisfactorio.
No obstante, este no es un amor fácil, como sabe cualquier madre que intente colocar a su hijo pequeño en un asiento de automóvil: requiere disciplina y acción y, con frecuencia, se opone a lo que el niño desea en ese momento.
No obstante, son nuestros hijos, y es nuestro papel cuidarlos y buscar su bien a largo plazo.
Por supuesto, también hay lugar para decir, “quiero que seas feliz”.
Por ejemplo, si invito a la amiga de mi hija a cenar y ella no quiere comer sus vegetales sino comer dulces en su lugar, ciertamente no forzaría el asunto.
Su felicidad inmediata al estar con mi hija es más importante para mí en este caso que su felicidad a largo plazo.
En pocas palabras, no quiero “ser madre” con ella, no es mi trabajo. Quiero ser amable y que ella se divierta.
No obstante, no debería engañarme pensando que la estoy “amando” en un sentido profundamente virtuoso al permitirle comer dulces.
Desear la felicidad de alguien vs. desearle el bien
En la actualidad, nuestra sociedad está más familiarizada con el tipo de amor de “sé feliz” y no tanto con el tipo “deseo tu bien”.
Si alguna vez nos quedamos cortos en la aceptación total de cualquier comportamiento, sin importar cuán autodestructivo pueda ser a largo plazo, es muy probable que en nuestra cultura actual se nos considere carentes de amor y compasión.
Pero, ¿siempre es necesario meter nuestras narices amorosas en los asuntos de otras personas?
Con frecuencia, el deseo de ver a otros vivir “la vida que quieren” se expresa en términos amplios, hacia grupos de personas, con menos preocupación por las consecuencias de la vida real que pueden descender sobre los individuos del grupo.
Esta muestra de preocupación general por un grupo, pero apatía hacia los detalles de cómo impacta a un miembro de ese grupo, muestra afirmación en su peor forma.
Irónicamente, mientras muchos gritan los males de la intolerancia, vemos un mayor juicio en las interacciones diarias.
Compartimos nuestra preocupación por las masas desafortunadas o grupos victimizados en las redes sociales. Luego, cuando vemos a un individuo actuando de manera inapropiada o contraria a nuestras creencias políticas, lo condenamos rápidamente.
Gran parte de este conflicto podría aliviarse volviendo a los viejos tiempos de “ocuparnos de nuestros propios asuntos” y desconectarnos de la retorcida realidad en línea.
El amor genuino no se puede dar ni recibir en un mundo falso.
A menudo, es mejor mantener nuestra preocupación dirigida hacia aquellos por los que tenemos una responsabilidad y un amor con propósito.
No es de mi incumbencia si el tipo frente a mí en la gasolinera compra cigarrillos. No obstante, no voy a tolerar que mis hijos lo hagan. No tengo derecho a juzgarlo. No sé nada de él. Vivamos y dejemos vivir.
Si nos molestan demasiado las acciones de los extraños, es probable que no estemos prestando suficiente atención a las nuestras.
Ya es bastante difícil actuar virtuosamente por nosotros mismos.
¿Quién tiene la energía para hacer que personas desconocidas lo hagan?
Cuando tratamos con personas fuera de nuestra “responsabilidad”, la amabilidad debe aparecer y nuestros mejores intentos de abstenernos de juzgar.
Dejemos que los amigos de nuestros hijos coman sus dulces antes de la cena y esperemos que sus madres sean más decididas en su amor.
No obstante, “ocuparnos de nuestros propios asuntos” no se trata solo de restringir el juicio, sino también de restringir nuestra afirmación.
Si no sabemos lo que alguien debería estar haciendo, no saltemos y apoyemos lo que están haciendo. El silencio es mejor que la afirmación ignorante.
Cómo amar como un cristiano
Como cristianos, seguimos a Cristo.
Con frecuencia, a Cristo se le presenta como la personificación máxima de la “bondad y la afirmación” en sí. No obstante, esta representación está hecha por aquellos que no están familiarizados con el Jesús real.
La afirmación está ausente en los evangelios. En cambio, somos alimentados con una dieta constante de “arrepiéntete” y “no peques más”.
Si creemos en Cristo, creemos que Sus palabras fueron palabras de amor.
Si buscamos emular el amor que Él dio, debemos pensar dos veces la afirmación e ir por la versión de amor más profunda y con más propósito.
Este artículo se centra en gran medida en lo que no es el amor. Sin embargo, hay todo un mundo de amor legítimo y hermoso abierto para nosotros que tiene el poder de cambiar el mundo.
Dios quiere que amemos y los métodos que podemos utilizar son variados y, con frecuencia, inesperados.
Ágape, o benevolencia invencible, es el amor que buscamos.
Este amor no tiene límites: es para la persona que está a nuestro lado en la fila para pagar, para nuestro amigo e incluso para nuestro enemigo.
“Progresar significa estar más cerca del lugar donde deseas estar. Si has tomado un camino equivocado, entonces seguir adelante no te acercará más. Si estás en el camino equivocado, el progreso significa dar media vuelta y volver al camino correcto; y, en ese caso, el hombre que retrocede más pronto es el hombre más progresista”. ~ C.S. Lewis
Para encarnar el ágape, debemos alejarnos de nuestro amor moderno por la afirmación. Debemos progresar de regreso al amor descrito por Tomás de Aquino, haciendo del bien, o la verdad, nuestro fundamento amoroso. Así que, mientras salimos y amamos, recordemos lo que no es el amor.
Fuente: Public Square Magazine