El triunfo de la Pascua es precedido por la humildad que se manifiesta en las ceremonias de lavado de pies del Jueves Santo.
El Jueves Santo, en muchas iglesias, los cristianos reflexionaron sobre la última comida que Jesús compartió con Sus discípulos antes de Su crucifixión.
La Última Cena, como se le conoce, fue una celebración de la Pascua, que nos recuerda cómo el antiguo pueblo judío de Dios celebró Su amor fiel al salvarlos de la esclavitud en Egipto.
En el mundo de habla inglesa, este día se llama Jueves Santo. Viene del latín “mandatum novum do vobis”, palabras que Jesús dirigió a sus apóstoles: “Un mandamiento nuevo os doy”, el mandamiento de amarse y servirse los unos a los otros.
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Por lo general, en la noche de Pascua, el punto álgido de la celebración gira en torno a un asiento vacío y la copa intacta de Elías.
Sin embargo, durante la Última Cena, hubo una nueva acción. Jesús tomó esa copa y proclamó que ahí estaba Su sangre. Luego, se quitó la túnica y se arrodilló ante Sus apóstoles. Posteriormente, les lavó humildemente los pies.
Este gesto extraordinario se representa en todo el mundo durante el Jueves Santo en los sacramentos y liturgias en las iglesias ortodoxas, católicas, anglicanas, luteranas y algunas protestantes.
Incluso, el Papa lava los pies de los vagabundos en las calles de Roma.
El servicio es sacramental, forma parte del maravilloso drama de la redención y la exaltación de todos los hijos del Señor.
El año pasado, cuando llegué a Provo, Utah, para un tiempo de ministerio, me dieron ganas de caminar por lugares deslumbrantes, como las montañas hermosas. No obstante, lo siguiente no fue tan hermoso.
El último domingo de agosto, las baldosas del patio de un apartamento emitieron su calor en las plantas de mis pies mientras ponía la semilla de un aguacate al sol.
Esa noche, supe que necesitaba una intervención seria, aunque subestimé cuánto tiempo llevaría la curación. De hecho, todavía sigo en recuperación, ya que requirió la amputación de dos de mis dedos de los pies.
Aunque esos momentos devastaron muchas de las cosas que tenía pendientes, mi condición también provocó un torrente de servicio.
Mis pies heridos realmente fueron una bendición, desde las innumerables personas que todavía recuerdo en el Centro de Quemados de la Universidad de Utah en Salt Lake City hasta las personas de Utah que demostraron amabilidad, gracia y profunda hospitalidad.
Era como si mis pies con cicatrices fueran realmente hermosos.
A través de la bondad y el compañerismo de tantas personas en Utah y el mundo, sentí los pasos y la bendición del Señor a mi lado. Las características distintivas de Jesucristo son las manos y los pies heridos.
Sin embargo, no hay paso que ninguno de nosotros pueda dar, no importa cuán peligroso o doloroso sea, que nuestro Señor no lo haya experimentado.
Cada gota de sangre, cada herida por pequeña o grande que sea, da testimonio de la solidaridad del Señor con cada alma herida a lo largo de todos los tiempos. Nos recuerda Sus mandamientos: “atender las heridas de los demás” y “lavarse los pies unos a otros”.
Los habitantes de Utah de Sion hicieron eso. Pude recuperarme al ser humilde todos los días por Su gracia.
Por ejemplo, Carrie Brown era la enfermera que todos los días conducía hasta Provo para cambiarme, vestirme y cuidar mis pies quemados hasta que estuve lo suficientemente bien como para volver a casa.
No se lo dije, aunque posiblemente ahora se enterará, que comencé a darme cuenta de que ella era una presencia sacramental. El Señor estaba lavando mis pies a través del cuidado que me daba Carrie.
Después de una reciente cirugía ya en casa, un eminente cirujano limpió y revisó mis pies. Me sentí muy bendecido, me invadió un gran sentimiento de gratitud.
“Señor, ¿tú me lavas los pies?”, preguntó Pedro con desconcierto en esa Última Cena.
Sabía que el Señor estaba lavando mis pies sucios, dañados y maltratados a través de su siervo, el Dr. Constantinos Loizou. Se me llenaron los ojos de lágrimas de gratitud y profundo asombro ante el misterio incontrolable de una sala de hospital.
Esta Pascua, la celebré de un modo diferente, ya que aún me encuentro en recuperación. Sin embargo, mi alma se llena de gozo al saber que me queda una vida para lavar los pies de mis semejantes como muestra de mi gran gratitud por todo lo que hicieron por mí este año.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito por el reverendo Andrew Teal y fue publicado en Deseret News con el título “Perspective: Of Holy Week and wounded feet”.