Si tomar la decisión de casarse es un paso trascendente para la vida, ahora imagínense tomar la decisión de tener un bebé.
El mandamiento de multiplicarse y henchir la tierra (Génesis 1: 27-28), es una parte esencial y vital en el plan eterno de nuestro Padre Celestial, sin este, dicho plan no se podría llevar a cabo, y el propósito o fin de traer hijos a este mundo y formar familias eternas serían imposibles.
Después de casarme y al ver que mi esposo y yo no dábamos noticia de embarazo, los comentarios de muchos miembros no tardaron en llegar: “Hermana, ¿cuánto tiempo de embarazo tiene?, le asienta muy bien, se le ve diferente”,“¿Cuándo se animan a tener bebé?”, “Espero que la próxima vez que la vea sea con buenas noticias”. Dichas situaciones pueden resultar un poco incómodas para un matrimonio que recién está empezando, y que aún no tiene en sus planes traer hijos a este mundo.
Pero, ¿cuándo sería el momento indicado para tenerlos?
Muchas veces he conversado con mi esposo y consultado al Señor en oración sobre cuándo sería el momento indicado para comenzar esta maravillosa etapa, a lo cual hemos llegado a la conclusión de que, para tener a nuestro futuro hijo o hija, debemos cumplir ciertas metas que a nuestro criterio son necesarias para garantizar la estabilidad de un hogar. No obstante, cada matrimonio es diferente y puede tener su propia opinión al respecto.
El Elder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles expresó en una declaración: “Es un privilegio culminante de un esposo y una esposa que pueden tener hijos proporcionar cuerpos mortales para esos hijos de Dios procreados en espíritu. Creemos en las familias y creemos en los niños”. Entonces entendemos que no solo es un mandamiento, sino un gran privilegio tener el poder de crear y dar vida a seres especiales de nuestro Padre Celestial, dicho ejercicio nos vincula más estrechamente con Él y a su vez nos llena de una gran responsabilidad.
En “La Familia: Una Proclamación Para El Mundo” se menciona que el tener un hijo no es algo que se deba tomar a la ligera, antes bien, se proclama que es deber sagrado de los padres velar y proveer de todo lo que sus hijos requieran y, a su vez, garantizar que estos crezcan rodeados de amor y rectitud. “El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y de cuidarse el uno al otro, así como a sus hijos…Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro, a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, las madres y los padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones”.
Buscar la guía del Señor
Es necesario que los esposos tomen como parte de esta decisión las impresiones que tengan al consultar con su Padre Eterno, Él forma parte del gran triángulo sagrado dentro de las familias y se encuentra en la cúspide porque el guiará el camino de sus hijos para su bien y felicidad eterna.
El Élder Andersen, al referirse sobre el tema de cuándo y cuántos hijos tener expresó que se necesitan de dos cosas para tomar una decisión “la sincera oración” y “la fe”, ambos elementos presentes al momento de analizar serán de mucha ayuda.
Así mismo, el Elder Dallin H. Oaks, primer consejero de la primera Presidencia de la Iglesia, declaró “¿Cuántos hijos debe tener una pareja? ¡Todos los que pueda atender bien! Por su puesto, atender a los niños implica algo más que darles la vida; es preciso amarlos, enseñarles, alimentarlos, vestirlos, alojarlos y prepararlos para que ellos mismos lleguen a ser buenos padres”.
Y es así que, cuándo o cuántos hijos tener son decisiones privadas entre el esposo, la esposa y el Señor. Estas son decisiones sagradas y fundamentales en el plan de felicidad. Los hijos son una gran bendición y la felicidad que ellos traerán a los futuros padres sobrepasarán a las eternidades.