Somos un pueblo de milagros. Todas las semanas, quizá todos los días, leemos historias de eventos milagrosos en las Escrituras. Ángeles, curaciones, la separación del Mar Rojo, los cinco panes y los dos pescados con los que se alimentó a una multitud, Jesús caminando sobre el agua y el Apóstol Pedro haciendo eso también.
Además, en Mateo 17: 20, encontramos la promesa de que “si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”.
Recuerdo haber estado en la Primaria cuando escuché este versículo por primera vez. Mi maestra de la Primaria dirigió una discusión con respecto a lo que esto significaba, que si solo tenemos una pequeña semilla de fe, ¡las semillas de mostaza son pequeñas! Entonces, por medio del poder de Dios podríamos mover montañas.
Convenientemente para mí, me criaron en Salt Lake City, así que no faltaron montañas a las que apuntar mi fe. Ya sabía que los niños tenían una fe ejemplar, ¡El mismo Salvador lo dijo! (Mateo 18: 3 – 5) así que, más tarde, esa semana, decidí probarlo.
Me puse de pie donde tenía una excelente vista de los picos al este de mi casa, entrecerré mis ojos y le ordené a una montaña que se moviera.
Nada sucedió.
También te puede interesar: 6 milagros del día a día que pueden brindar esperanza y aumentar la fe
Obviamente, lo estaba haciendo mal. ¿Tenía fe? Sí. ¿Era al menos del tamaño de una semilla de mostaza? Sí. ¿Estaba apuntando directamente a la montaña? Sí. Lo intenté nuevamente. Entrecerré los ojos. Grité. Susurré. Oré. Esa montaña no se movió.
De hecho, hoy sigue de pie.
“Pero”, le dije a mi joven yo con lágrimas, “¿dónde está el milagro?”
A medida que crecía, a veces, este sentimiento se agravaba:
“¿No soy lo suficiente buena?”
“¿Tengo suficiente fe?”
“¿No he sacrificado lo suficiente?”
“Padre, ¿no me amas?”
Una cosa es no poder mover una montaña, ¿A dónde la iba a mover exactamente?, y otra, cuando oras para concebir un hijo. O, para mantenerte sano. O, para devolverle la vida a alguien.
Cuántas veces te has preguntado o yo me he preguntado, ¿dónde está mi milagro?
En mi edad adulta, he recordado aquel mal día al pie de las montañas y darme cuenta de que el problema nunca fue que me faltara la fe, las semillas de mostaza son pequeñas ¿recuerdas? Sino que estaba tratando a los milagros como si fueran magia.
Un día, experimenté la magia en forma de un “arcoíris”.
Tenía unos 30 años y mi hija mayor tenía unos 6 años.
Era un día caluroso de verano y mi hija estaba jugando con el aspersor. Cada vez que el rocío de agua pasaba a través de un ángulo específico, atrapaba la luz de la manera correcta y creaba un arcoíris.
Me acerqué a admirar el arcoíris con ella. Ambas estuvimos de acuerdo en que era muy hermoso. De pronto, mi hija me tomó de la mano y dijo: “¡Vamos! ¡Veamos qué hay al otro lado!”
Salté a través del arcoíris del aspersor con ella y vi el asombro en sus ojos.
“Mira, mami, a esa sirena. ¿No es asombrosa? ¡Mira a ese pez gigante justo ahí! Y, mira, ¿puedes ver el tesoro? ¿Crees que podamos conseguirlo antes que los piratas?”
Sí, cariño, veo la sirena, y ella es impresionante. ¡Ese enorme pez es una maravilla! Y, con suerte, les quitaremos el tesoro a los piratas justo a tiempo.
Sí, hay espacio para la magia en este mundo.
Sin embargo, la magia no es lo mismo que los milagros. No puedes simplemente orar por algo y hacer que suceda. No puedes simplemente imaginar algo, apuntar tu fe a eso y hacerlo realidad. Orar por algo no significa que sucederá. Pero, eso no significa que los milagros no existan.
Un día, experimenté un milagro en la forma de un arcoíris.
Estaba parada en un estacionamiento, hace unos años. Recientemente, habíamos sufrido nuestra tercera pérdida de embarazo, solo tres semanas antes de que nuestro hijo hubiera sido considerado a término. Mientras guardaba víveres en mi auto, vi que este hermoso arcoíris apareció en el cielo.
Iba a tomarle una foto porque quería saber si mi familia podía verlo desde casa. Pero, el Espíritu me detuvo y me dijo, “este arcoíris solo es para ti”.
Así que me quedé ahí un momento bajo el sol, empapándome con la belleza del arcoíris y la luz dorada, intentando estar atenta y presente mientras disfrutaba de este regalo del cielo.
Unos días después, estaba sentada en mi oficina en BYU cuando no podía sacar ese arcoíris de mi mente. Tenía la sensación de que Dios tenía un mensaje para mí. Pero, no estaba segura de cuál era.
Revisé mentalmente la historia de Noé y el primer arcoíris, en busca del significado y nada vino.
“Lee las Escrituras”, dijo el Espíritu.
Así que busqué los versículos del arcoíris en mis Escrituras en línea y revisé Génesis 9: 12 – 15. Cuando leí las últimas palabras de esos versículos, la promesa de que “no habrá más aguas de diluvio para destruir toda carne”, las lágrimas corrieron por mi rostro.
Mi única oración, la única pregunta en ese tiempo de mi vida, era si podría o no tener más hijos. Después de cinco embarazos y solo dos partos, busqué la guía de mi Padre Celestial sobre cómo proceder.
Sabía que por este arcoíris y este versículo que mi Padre me estaba diciendo que si decidía tener otro bebé, no experimentaría otra pérdida. Mi bebé viviría.
“Eso no es todo”, susurró el Espíritu. “Hay más. Lee desde el principio”.
Y, ahí estaba, justo en el versículo 1:
“Y bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad, y multiplicaos y henchid la tierra”.
El milagro en esta historia no es que hubo un arcoíris, o incluso que las Escrituras que el Espíritu me inspiró a leer basándose en mi experiencia con ese arcoíris respondiera a mi pregunta sincera.
El milagro de esto fue la claridad con la que sentí el Espíritu. Él respondió mi oración. Mi mente estaba clara y me ardía el corazón.
Los milagros no son resultados que desafíen a la ciencia. No son trucos ni alucinaciones ni fantasías. Los milagros son las manifestaciones de la voluntad de Dios.
¿Estamos buscando magia cuando deberíamos buscar milagros?
Hace unos meses antes de participar del milagro del arcoíris en el estacionamiento, estuve en el hospital. Era hora de dar a luz a mi hijo que nació muerto.
Mis contracciones fueron muy dolorosas y un anestesiólogo puso una aguja en mi columna para administrarme una epidural. En ese momento, lo más natural era pensar en el hermoso bebé que llegaría al mundo y cómo haría que todo este dolor valiera la pena.
Luego, recordé que esto no era una alegría que nos esperaba.
Por supuesto, el milagro que quería en ese momento era recibir de alguna manera a un niño sano y vivo. Quería magia.
Sin duda alguna, este fue el momento más difícil y desgarrador de mi vida. Tenía dolor físico, emocional, mental y espiritual.
Este relato sobre todos estos tipos de dolor me recordó al Salvador y Su Expiación. En el momento en el que pensé en Cristo en su hora de expiación, fue como si Él estuviera ahí, era como una presencia de paz y amor en mi habitación.
Sabía que Él era la única persona que podía entender lo que sentía en ese momento. Y, no solo en ese momento, sino durante todos los otros momentos difíciles y dolorosos de mi vida.
“¿Por qué?” le pregunté. “¿Por qué atravesarías todo esto por nosotros? ¿Por qué te someterías a todos estos tipos de dolor por nosotros?”
Y, Él me respondió: “Por la misma razón por la que ahora atraviesas este dolor: Por la esperanza de la vida”.
Ese día no me fui del hospital con mi hijo, pero me fui con el Hijo de Dios. No hubo magia, solo milagros.
Más tarde, mi Padre Celestial me enviaría un arcoíris en el estacionamiento de una tienda. Y, casi un año después de eso, Él me envió un bebé sano como me lo prometió. No habría más pérdidas.
¿Sabes cómo les llaman a los hijos de las madres que tuvieron abortos involuntarios?
Les llaman bebés arcoíris.
Esta es una traducción del artículo que fue escrito originalmente por Eva Witesman y fue publicado en ldsliving.com con el título “Eva Witesman: Are We Looking for Magic When We Should Be Looking for Miracles?”.