Lo volví a hacer. Acababa de gritarle a mi esposa. Mientras trataba de disculparme y recoger los pedazos después de haber reaccionado exageradamente, me pregunté: “¿Qué acaba de pasar?”
No podía entender cómo mi ira había explotado tan rápido. De hecho, sucedió sin que antes procesara lo que mi esposa había dicho. Lo que se sumó a mi frustración fue que no tenía idea de cómo abordar esto de una manera sana.
Aunque pude mantener el enojo en secreto, la mayor parte del tiempo, fue un problema. Además, ser el obispo de mi barrio, solo aumentó la presión de poner mi vida y mi casa en orden (véase DyC 93:50).
Mientras buscaba soluciones para traer mayor paz a mi corazón y mi hogar, encontré respuestas en un lugar poco probable: un retiro para hombres. Esa experiencia cambió mi vida.
En esos pocos días, las palabras del Señor en las Escrituras cobraron vida para mí de maneras nuevas y muy reales.
Conceptos como la fraternidad, el albedrío, el poder de decisión y la fe, se iluminaron en mi mente. Asimismo, el poder habilitador de la expiación de Cristo se sintió más accesible que nunca.
El poder de la fraternidad y la vulnerabilidad
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Al integrar lo que aprendí en el retiro con mi estudio de las escrituras, pude entender de una forma más profunda el pasaje: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18).
Aunque este pasaje de las escrituras se refiere específicamente a la importancia del matrimonio, me di cuenta de que también necesitaba hermanos.
Necesitaba un grupo de hombres que pudieran desafiarme a superar mi mediocridad y hacerme responsable mientras yo también los ayudaba a ser responsables.
En el pasado, tenía muchos conocidos en mi barrio, trabajo y comunidades personales, pero muy pocas amistades.
En las escrituras y en la historia de la Iglesia, leemos sobre muchos ejemplos de fraternidad. Tal como, Alma y los hijos de Mosíah (véase Alma 27: 16-17) o los amigos leales de José Smith, cuyos lazos eran tan fuertes que los hombres estaban dispuestos a morir el uno por el otro.
En el mundo “conectado” de hoy, es difícil mantenerse aislado. Sin embargo, eso me sucedió a mí. Me sentía deprimido, ansioso y desconectado.
A los hombres se les enseña a ser independientes y “resistir”.
Mientras crecía, la influencia de mi grupo de compañeros me convenció de que los hombres no lloran y que mostrar debilidad era inaceptable.
Tomé esas ideas en serio y elegí cerrar mis emociones, protegerme y mantener a las personas a distancia para que nunca pudieran conocer mi verdadero yo.
Todo eso cambió cuando conocí a hombres que se sentían cómodos con quienes eran y estaban dispuestos a abrirse y compartir su dolor y pérdidas sin miedo ni disculpas.
Su vulnerabilidad me invitó a abrirme también porque sabía que era seguro bajar la guardia sin ser juzgado o rechazado.
Derribar las paredes detrás de las cuales me había estado escondiendo, me permitió sentir el amor del cual había estado huyendo.
En su libro Daring Greatly, Brené Brown, dice:
“La vulnerabilidad es el lugar de nacimiento del amor, la pertenencia, el gozo, el coraje, la empatía y la creatividad. Es la fuente de esperanza, empatía, responsabilidad y autenticidad.
Si queremos comprender mejor nuestro propósito o vidas espirituales de una forma más profunda y significativa, la vulnerabilidad es el camino”.
Descubrí que eso era verdad y, a lo largo del camino, descubrí la hermandad que no sabía que necesitaba.
Conciencia emocional
Como pueblo que hace y guarda convenios, sabemos que una parte del convenio que hacemos en el bautismo es estar dispuestos a “llevar las cargas los unos de los otros” (Mosíah 18: 8).
Me he dado cuenta de que las cargas emocionales pueden ser devastadoras. Incluso, a veces, más difíciles de soportar que el dolor físico.
Desafortunadamente, pocos de nosotros lo sabemos, y no estamos equipados para ayudar a nuestros seres queridos a sobrellevar las cargas emocionales.
Aprendí sobre la necesidad de tener conciencia emocional, me enseñaron habilidades para comenzar a tomar las riendas de mis propias emociones y cómo también puedo ayudar a los demás.
Siempre me han gustado las metáforas de las enseñanzas de Jesús sobre la paja y la viga (Mateo 7: 5). Antes creía que tenía un perfecto conocimiento de esta doctrina.
Sin embargo, con algo de conocimiento adicional, aprendí cómo aplicar activamente el consejo del Señor. Pude cambiar la forma en que reconozco mis emociones e interactúo con el mundo.
Es especial, aprendí a detectar cuando mi “viga” entraba en conflicto con la “paja” de otra persona. Asimismo, pude llegar a reconocer mis emociones, aprender de ellas y entregar mis juicios a Cristo.
Cuando me tomo el tiempo de trabajar en una emoción dolorosa, aprendo más sobre mí. Cuando aplico la expiación de Cristo, puedo dejar el dolor de esa emoción en Sus manos.
Cambiar creencias limitantes
Quizás el concepto más poderoso que me enseñaron es que tengo el poder de discernir y cambiar mis propias creencias limitantes.
Durante años, reconocí que a veces me autosaboteaba. Sin embargo, cuando se trataba de cambiar esos comportamientos, estaba perdido. Asimismo, luché con la baja autoestima y la inseguridad.
La ciencia nos dice que muchas de las creencias sobre nosotros mismos se forman muy temprano en la vida. Con frecuencia, en un esfuerzo por dar sentido a desafíos difíciles.
Por ejemplo, si alguien crece en un hogar abusivo, puede adoptar la creencia de que no es digno de ser amado en un esfuerzo por comprender lo que le está sucediendo.
Sin embargo, esta forma de pensar no solo es desgarradora, sino que también puede causar estragos en las relaciones más adelante en la vida.
Yo, como muchos de ustedes, tengo muchas creencias limitantes que me impiden ver mi propio potencial.
Sin embargo, desde que me enseñaron a descubrir estas creencias y entregarlas a Cristo, mi vida cambió en gran medida.
Cuando te abres con el Salvador acerca de tus creencias, Él te da lo que me gusta llamar una creencia “mejorada”. Esto es importante porque, como leemos en Proverbios 23: 7, “porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él”.
Podemos optar por cambiar las creencias desalentadoras, y así cambiar nuestro ser y acercarnos a nuestro potencial divino.
Somos llamados a edificar Sion y, como dijo nuestro profeta viviente, el presidente Nelson, estamos “preparando al mundo para la segunda venida del Salvador”.
Tenemos el sacerdocio y todas las ordenanzas sagradas para preparar al mundo para la Segunda Venida. Sin embargo, también necesitamos edificar Sion en cada uno de nuestros corazones.
A medida que ganemos conciencia emocional, cambiemos nuestras creencias limitantes y logremos una mayor unidad, realmente creo que Sion será nuestra realidad y estaremos listos para recibir al Señor cuando Él venga.
Fuente: LDS Living