Me encanta ver la felicidad en los rostros de las personas que rescatan animales de los refugios, lo cual solo es superado por la alegría en las caritas de estas mascotas.
Con mucha frecuencia las personas comentan que son aquellas mascotas las que en realidad los rescatan a ellos. Muchas de estas personas tienen el corazón quebrantado o un espíritu que ha sido lastimado, y son aquellas criaturas leales y amorosas los que los ayudan a sentirse valorados nuevamente.
Y la verdad es que todos necesitamos ser rescatados de vez en cuando.
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Grabamos en nuestros corazones los nombres de aquellos que se han acercado desinteresadamente a nosotros para sacarnos del lugar oscuro donde nos encontrábamos.
Puede que haya sido un obispo con un consejo inolvidable. Puede que haya sido uno de tus padres que intervino para prevenir que cayeras en una adicción.
Puede que haya sido una querida amiga que insistió en que salieras con su hermano, y él se convirtió en tu maravilloso esposo. Incluso puede que haya sido alguien que simplemente te escuchó y te hizo sentir visto y apoyado.
Todos experimentamos momentos donde nos sentimos perdidos o tomamos decisiones imprudentes o suceden cosas que están fuera de nuestro control.
Necesitamos que alguien nos saque del lugar en donde nos estancamos, que nos recargue de energía o que nos tome de la mano cuando estemos de duelo.
Los sentimientos de pérdida son parte de la vida mortal, y aprender a aceptar el cambio que causa no debe atravesarse solo. Debemos apoyarnos en otros, sacar fuerzas unos de otros y aceptar el servicio y la bondad de los que están a nuestro alrededor.
Muchos de nosotros somos personas independientes; queremos resolver nuestros problemas por nuestra propia cuenta. Pero, ¿acaso no sería más prudente hacerlo a la manera de nuestro Padre Celestial?
Su manera es acercarnos a Él.
Mediante la oración y la meditación podemos aprender lo que debemos hacer.
La respuesta que recibamos puede ser algo que nunca hemos considerado, por ejemplo, Dios definitivamente usa a otras personas para responder a nuestras oraciones. Debemos abrir nuestros corazones y nuestros brazos, y dejar que otros se acerquen lo suficiente como para elevarnos.
Camilla Kimball dijo una vez: “Nunca reprimas un pensamiento generoso”. Me gustaría agregar: “No lo rechaces porque podría ser la persona que Dios ha enviado para ayudarte”.
Debemos permitir que otros nos brinden servicio o los privaremos de ese sentimiento especial que viene de hacer el bien a los demás.
Parte de hacerlo a la manera del Padre Celestial es aceptar la asombrosa expiación de Cristo y ejercer ese poder aquí y ahora, para ayudarnos a superar los desafíos de la vida.
Nunca estuvimos destinados a ser individuos solitarios en un mundo de tribulaciones. El élder Dieter F. Uchtdorf dijo:
“Nuestro amado Salvador sabe dónde se encuentran; conoce el corazón de ustedes; Él quiere rescatarlos; Él les extenderá la mano; solo ábranle su corazón”.
Busca recibir una bendición del sacerdocio, esa también es una ayuda de los cielos. Esta es tu oportunidad de conocer literalmente la voluntad de Dios y recibir orientación personal.
Busca tu problema en la Guía de Estudios de las Escrituras, luego estudia los versículos sobre dicho tema. También puedes buscar citas de líderes sobre el tema y, si los deseas, puedas colocarlas en un lugar visible para ti.
Las citas pueden penetrar nuestro corazón y elevarnos a un lugar de mayor fe y coraje.
Puedes visitar el templo. Aunque la mayoría de los templos no están completamente abiertos, caminar por los jardines puede brindarte una sensación de paz y claridad.
El Espíritu puede hablarte y guiarte a través de cualquier calamidad que estés enfrentando.
Recuerda que tus antepasados también están cuidando de ti. El élder Jeffrey R. Holland expresó:
“En el evangelio de Jesucristo, contamos con ayuda de ambos lados del velo, y esto nunca deben olvidarlo. Cuando la decepción y el desánimo nos agobien, debemos recordar y nunca olvidar que si nuestros ojos fueran abiertos, veríamos, hasta donde llegara el alcance de nuestra vista, individuos a caballos y carrozas de fuego que vienen a nosotros a una velocidad vertiginosa para brindarnos su protección”.
Siempre he pensado en lo fascinante que sería enterarnos de todas las veces en que fuimos rescatados y ni siquiera lo sabíamos.
Debemos recordar que ya fuimos rescatados por nuestro Salvador Jesucristo. Él se ha sacrificado por cada uno de nosotros, ha pagado el precio con Su sangre, somos Suyos, y solo necesitamos arrepentirnos para alcanzar la exaltación. Qué regalo tan glorioso e incomparable.
Por otro lado, al otro lado de la moneda, también tenemos que estar dispuestos a rescatar a quienes lo necesitan. De hecho, son pasos que han sido probados y que garantizan nuestra felicidad y paz.
Cuando ayudamos a otros, incluso en medio de nuestras propias pruebas, nuestras almas se elevan. Y en ocasiones, adquirimos una mejor manera de ver nuestros problemas; también nos volvemos más capaces de resistir caer en una terrible desesperación; nos abrimos a recibir más impresiones.
Cuando actuamos de acuerdo con la impresión de llamar a alguien o pasar por su casa, podríamos estar respondiendo a las suplicas desesperadas de una persona. Nadie es inmune a una crisis.
Si piensas que aquella persona tal vez no te necesita, podrías estar totalmente equivocado.
Al igual que cuando descubrimos que el rescate de un animalito se convierte en realidad en una bendición para nosotros, el ayudar a otros puede brindarnos la misma experiencia.
El amor que sentimos por otros abre y fortalece nuestro corazón. El sacrificio purifica nuestros pensamientos. La caridad vence la ira. Un simple acto nos puede enseñar lo que es realmente importante en la vida.
Aprendemos a respetar por todos los seres humanos, aprendemos a amarlos como el Padre Celestial.
El servicio es algo común en el Evangelio de Cristo, cuando hacemos lo que Él haría, nos volvemos más como el Salvador.
Salvar, rescatar, tender la mano a alguien que se ha apartado: todas estas son formas de mostrarle a Cristo que estamos tratando de ser como Él. Y funciona.
Hay un brillo en los rostros de las personas que prestan servicio. No se puede comprar ni pedir prestado. Con cada pequeña porción, nos volvemos más como Él, nos olvidamos de nosotros mismos y empezamos a ver las bendiciones que abundan en nuestra vida.
Rescatar a otros no los pone en deuda con nosotros porque ganamos mucho más y de muchas maneras. Va más allá de lo terrenal. Tanto como para ellos como para nosotros.
Ese es el amor puro de Cristo.
Fuente: Meridian Magazine