“La mansedumbre no es miedo ni cobardía. La mansedumbre, por el contrario, es un gran poder, se usa de forma suave, silenciosa y de manera humilde al servicio de los demás.”
Uno de los recuerdos más claros de mi infancia es ir con mi padre a inspeccionar una casa que él le había alquilado a una familia. Creo que tenía alrededor de 9 o 10 años. Mis padres habían comprado esa casa para traer un poco de dinero extra para su familia de nueve.
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Los inquilinos se habían mudado después de vivir allí durante varios años, y papá y yo íbamos a preparar el lugar para los nuevos inquilinos. Mi papá era bueno haciendo reparaciones y mantenimiento en el hogar, así que pasó mucho tiempo cuidando de la propiedad. A veces me llevaba para ayudarle.
Nunca olvidaré lo que vi cuando entramos a la casa ese día.
¡Era un desastre!
Todavía puedo verlo a pesar de todos estos años. Basura por todas partes, las alfombras y los pisos manchados, los baños sucios, las paredes incluso tenían agujeros y garabatos. Crecí en un hogar de siete hijos, así que estaba familiarizado con el desorden, ¡pero nunca había visto algo así! Lo que lo empeoró, en mi mente, fue el hecho de que mi padre, por la bondad de su corazón, había dejado que la familia viviera allí con una renta más baja.
Papá evaluó el desastre silenciosamente, tomó nota de lo que había que hacer y comenzó a trabajar. Mi ira adolescente hervía, tanto hacia la familia como a mi padre. “¿Por qué no los persigues?” Exigí con exasperación. “Ya sabes a dónde se mudaron. Ve tras ellos. ¡Haz que paguen por todo esto!”
Mi padre se mantuvo en silencio mientras caminaba por la casa y escuchaba mis quejas. Luego, con calma, me dijo: “Ellos sabían qué hacer. Ellos aceptaron cuidarla y limpiarla, pero tal vez algo ha sucedido en su familia. No voy a dejar que me arruinen el día.”
Estaba aturdido. Estaba molesto. Ya habían arruinado su día, sin mencionar el mío. Ahora teníamos que gastar nuestro propio tiempo y dinero en una reparación que no era culpa nuestra. Esto no fue justo. Yo quería justicia; quería ojo por ojo, diente por diente. Yo quería llamar a la policía. O, mejor aún, encontrar a esas personas y destruir su nuevo hogar y mostrarles cómo se sintió. ¡Hacer algo! Sin embargo mi padre simplemente se puso a trabajar con calma.
Ahora que he ganado algunos años y un poco más de experiencia y sabiduría, ahora que he trabajado para ser un mejor hombre, las palabras de mi padre resuenan en mis oídos con un poco más de claridad: “No voy a dejar que me arruinan el día.” No se estaba refiriendo a las reparaciones y la limpieza del hogar. Lo que hubiera arruinado el día para él era la ira, la actitud indignada y vengativa. Estoy asombrado por su comportamiento, su ecuanimidad, su autocontrol. Años más tarde, aún me siento avergonzado por mi infantilismo.
Mi padre era un hombre fuerte que tenía una bondad sobre él que irradiaba a los demás. Falleció hace más de 30 años, pero mis seis hermanos y yo nunca lo consideraríamos como alguien débil, cobarde o temeroso. Él confió en el Señor y nunca vaciló ante todos los altibajos y desafíos de la vida, él sabía quién era, y de ninguna manera era débil, pero él era manso.
Cuando pienso en la virtud de la mansedumbre, pienso en dos personas: el Salvador Jesucristo y mi padre. En verdad, tuve la bendición de criarme en un hogar con un padre que era manso.
Manso y humilde de corazón
Entonces, ¿qué significa ser manso? Considera este ejemplo del Salvador, en uno de los momentos más dulces y más hermosos de Su ministerio. El momento es la Última Cena, una reunión privada con las personas más cercanas a Jesús, sólo a unas horas antes de que Él entregara su vida como Sacrificio para salvar a la humanidad:
“Se levantó de la cena, y se quitó su manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.”(Juan 13:4-5).
Los discípulos deben haberse quedado asombrados. Su Señor y Maestro, el hombre a quien adoraban como el Hijo de Dios, estaba arrodillado ante ellos, realizando un servicio que, en su mente, le pertenecía a los humildes sirvientes. Tal vez sintiendo su asombro, Jesús preguntó:
“¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que así como yo os he hecho, vosotros también hagáis.” (Juan 13:12-15).
Este modelo simple dice mucho sobre lo que significa ser manso. La mansedumbre no es miedo ni cobardía. Jesús no era manso porque era intimidado o no tenía la fuerza suficiente. La mansedumbre, por el contrario, es un gran poder, se usa de forma suave, silenciosa y de manera humilde al servicio de los demás.
Eso es muy diferente de la forma en que el mundo ve y usa el poder; tal vez por eso la mansedumbre es una virtud tan poco apreciada y un principio tan incomprendido.
Tal como el Maestro le enseñó a Sus discípulos cuando fueron encontrados discutiendo sobre las posiciones en la sociedad y la prominencia:
“Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo.” (Mateo 20:25-27).
El mundo ejerce una gran presión sobre los hombres para que busquen poder e influencia. La mayoría de las culturas del mundo enseñan a los hombres, desde una edad temprana, a evaluar nuestra importancia y éxito por las posiciones de liderazgo que alcanzamos, y el liderazgo se define por la cantidad de personas que están bajo nuestro mando.
Sin embargo, el reino de Dios no es como los reinos del mundo en al menos un detalle importante, la grandeza no se mide por la cantidad de personas que nos sirven, sino por la cantidad de personas a las que servimos. Dicho de otra manera, la grandeza se mide por la mansedumbre.
Alma hijo, es uno de los que aprendió esta lección. Durante sus días de rebeldía, fue conocido como “un hombre de muchas palabras” que tuvo una poderosa influencia sobre las opiniones y acciones de los demás. Lamentablemente, usó sus habilidades e influencia para guiar “a muchos de los del pueblo a que imitaran sus iniquidades.” (Mosíah 27:8).
Después de su conversión, el corazón de Alma cambió, y también el espíritu de sus esfuerzos. Todavía era un hombre de muchas palabras, una buena parte de las palabras en el Libro de Mormón son de Alma, y todavía ejercía una poderosa influencia en otros. Sólo que después, él usó ese poder no para destruir a la Iglesia, sino para “impartir mucho consuelo a los de la iglesia, confirmando su fe y exhortándolos con longanimidad y mucho afán” (Mosíah 27:33). Alma aprendió a ser manso.
Ser manso es desear hacer lo justo y esforzarnos por ser más como Cristo en nuestro caminar y hablar; ser manso es pedir consejo al Señor en todas las cosas y recordarlo siempre; ser manso es ser bondadoso y elegir no ofenderse ni albergar resentimiento; ser manso es ser indulgente y compasivo; ser manso es ser humilde y enseñable; pero quizás lo más importante, ser manso es ejercer un completo autocontrol.
La mansedumbre cambia corazones y hogares. Imagina cómo la virtud de la mansedumbre bendeciría y fortalecería un matrimonio, una familia, y todas nuestras relaciones. Piensa en el poder espiritual en un hogar que está lleno de un espíritu de mansedumbre, gentileza y bondad. Piensa en cómo el convertirse cada vez más manso y dócil te dará mayor poder, confianza y paz.
Bienaventurados los mansos
Quizás lo que le da a la mansedumbre su particular poder espiritual es la influencia que tiene en nuestros corazones. La mansedumbre nos cambia. Como un arado que afloja la tierra espesa en preparación para la siembra, la mansedumbre nos prepara para adquirir los otros atributos de Cristo.
La mansedumbre nos permite ser enseñables. Rompe los muros de la terquedad y el orgullo que nos impiden progresar. La mansedumbre no es simplemente una buena cualidad que podamos tener; es crítico para nuestra salvación y exaltación. De hecho, Mormón enseñó que un hombre “no puede tener fe ni esperanza, a menos que sea manso y humilde de corazón.” y agregó que sin tales atributos “su fe y su esperanza son vanas, porque nadie es aceptable a Dios sino los mansos y humildes de corazón.”(Moroni 7:43-44).
Los mansos tienen un deseo de hacer lo justo a pesar de las susceptibilidades carnales y las seducciones que los rodean en este mundo caíd; sus ojos y corazones están en sintonía con la obra del Señor.
La mansedumbre consiste en saber que todo lo que hacemos bien es un regalo de Dios. Quizás en esto radica la verdad de esta declaración del Salvador, quien era conocido tanto por su mansedumbre como por su poder: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra como heredad.” (Mateo 5:5).
Los mansos están dispuestos a creer sin exigir más información o explicación del Señor. Su actitud es como la de Nefi: “Sé que [Dios] ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas.” (1 Nefi 11:17). Los mansos “confían en el Señor con todo [su] corazón; y no se apoyar en [su] propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas.” (Proverbios 3:5-6).
A pesar de que los mansos son lastimados y sufren malas acciones, porque la vida está llena de ofensas, incluso para aquellos que se esfuerzan por no hacer nada de eso, ellos eligen no albergar resentimiento ni alimentar heridas. Los mansos eligen seguir avanzado. Su amor en respuesta a la amargura y la ira crea círculos cada vez más amplios de bondad y compasión. Tienen la fuerza moral para no devolver el mal por el mal.
Ese es el poder silencioso que proviene de la mansedumbre.
Los mansos están en paz, parecen ser capaces de soportar palabras duras, incivilidad e injusticia. Los mansos no buscan tomar represalias, buscan entender y sanar.
El Elder Bruce R. McConkie explicó además:
“Los mansos son los temerosos de Dios y los justos. Ellos son los que voluntariamente se conforman a los estándares del Evangelio, y someten sus voluntades a la voluntad del Señor. No son temerosos, decaídos, tímidos, mas bien, es la personalidad más contundente y dinámica que jamás haya existido: Él que expulsó a los vendedores del templo… dijo de sí mismo: ‘Yo soy manso y humilde de corazón.’”
Este artículo fue escrito originalmente por Don H. Staheli y Lloyd D. Newell y es un extracto de libro “Habits of Holy Men” y fue publicado por living.com bajo el título: “What a Trashed Rental Home and My Father Taught Me About Where True Power Comes”