En mi último año de secundaria, aprendí una valiosa lección sobre el miedo, y lo aprendí de la manera más difícil.
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Al crecer en la costa este de los Estados Unidos, formé parte de la minoría como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Aunque muy raras veces me hacían bromas por ser miembro de la Iglesia de Jesucristo, por lo general era de buena manera y nadie parecía tener ningún problema con mis creencias. No tenía que defender mi religión con frecuencia, pero de pronto llegó ese día, el día en que necesitaba defender mi fe y compartir lo que creía.
Y no lo hice
Ese día es uno que nunca olvidaré. Puedo recordar claramente haber asistido a clase, cuando mi maestra nos ordenó sentarnos en un círculo. Como a menudo hacíamos esto para las discusiones en clase, probablemente no pensé demasiado en eso, pero la discusión que íbamos a tener no se parecía en nada que haya experimentado antes en la escuela.
“Vamos a hablar sobre religión vs. matrimonio gay”, anunció mi maestra.
Mi mente se pasó a mil por hora. No tenía ni idea de qué hacer o decir, y estaba aterrorizada. Era el año 2011, por lo que la Proposición 8 (Sobre el matrimonio gay) había sucedido recientemente y el matrimonio gay aún no se había legalizado. Para ser completamente honesta, el tema del matrimonio gay es un tema con el que siempre he luchado, lo que hizo que esto fuera aún más difícil.
No entiendo por completo por qué Dios se opone a las relaciones homosexuales, pero sí sé que Él entiende mucho de lo que yo no sé, y que por eso, incluso cuando no entiendo completamente ciertos mandamientos, lo seguiré.
El debate escaló rápidamente. Las personas que estaban a favor del matrimonio gay se enfrentaron por completo con aquellos que no lo eran, a sus ojos éramos fanáticos homofóbicos que no podíamos pensar por nosotros mismos. Hubo un comentario en particular que me molestó: “No puedes darme una razón para oponerme al matrimonio gay que no venga de la Biblia.”
Se dijo con tanto veneno, pero sólo recuerdo haber pensado: “Sí, ¿y?”. ¡Discúlpame por confiar en el Ser que sé que es la Persona más poderosa y sabia que existe!
En Isaías, leemos:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (Isaías 55: 8-9).
Confío en Él, y creo lo que Él dice.
Desesperadamente quería decir que confiar en Dios y seguir Su consejo no nos hace débiles. “¡No somos fanáticos!”, Quería gritar. Simplemente tratamos de hacer lo mejor que podemos con el conocimiento que tenemos y los mandamientos que nos han dado.
Pero yo no dije eso. De hecho, no dije nada en absoluto. Por el contrario, me senté allí durante 90 minutos, siendo reprendida y burlada por mis creencias. No traté ayudarles a comprender, no intenté compartir lo que creía o por qué, ni siquiera intenté expresar la importancia de ser amable, incluso cuando no estábamos de acuerdo. No hice nada.
No creo que me haya equivocado al no hacer una declaración sobre el matrimonio gay, y tampoco es eso lo que estoy tratando de hacer aquí. A decir verdad, mis propios puntos de vista sobre el matrimonio gay y las relaciones entre personas del mismo sexo son complejos. No tengo todas las respuestas, pero me complace hablar de mis opiniones con cualquier persona que pregunte. Pero ellos no me preguntan. Una vez que descubren que soy una Santa de los Últimos Días, comienzan a hablar de intolerancia y odio. Eso en sí mismo es intolerancia, pero no pueden verlo.
Donde siento que cometí un error, donde creo que estaba equivocada, fue cuando no dije nada. Pude haber defendido la importancia de la libertad de expresión, de adoración y de pensamiento. Pude haber explicado mi propio proceso de pensamiento, que creía en Dios y que Él sabía lo que estaba haciendo, y que aunque no entendía sus mandamientos, confiaba en Él y seguía Sus enseñanzas.
Supongo que, en realidad, todo se reduce a eso, creo que me equivoqué al no decir nada simplemente porque estaba demasiado asustada. No me abstuve de hablar porque no tenía una opinión; me abstuve de hablar porque tenía demasiado miedo de lo que otros pudieran pensar de mí.
Sinceramente, todavía me sentiría asustada si estuviera de nuevo en esa situación! No quiero ofender a nadie ni herir los sentimientos de nadie. Así mismo, la presión de grupo es algo aterrador, y es por eso que tanta gente (¡incluida yo!) ha sucumbido ante ella. Sin embargo el mismo Dios en el que profeso creer ha dicho:
“Pues he aquí, no debiste haber temido al hombre más que a Dios.” (DyC 3:7).
Y es verdad. ¡Confié en Él hasta el momento en el que contó! Luego, cuando tuve la oportunidad de compartir mis creencias, me importó mucho más lo que pensaban mis compañeros sobre mí que lo que Dios pensaba.
Lo que trato de decir es que sin importar el tema, Dios espera que nos mantengamos firmes y defendamos nuestras creencias. Hay una razón por la cual Él nos pide que hagamos eso. Él entiende que cuando defendemos Sus mandamientos y no dejamos que otros nos menosprecian, nos estamos volviendo más como Cristo. A Cristo no le interesaba ser popular; le importaba hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial, y yo quiero ser así.
Sobre todo, lo que llegué a entender ese día, es que nunca te arrepentirás de hacer lo correcto, pero siempre lamentarás hacer lo que está mal.
Este artículo fue escrito originalmente por Amy Keim y fue publicado por ldsliving.com bajo el título de “Discussing LGBTQ+: The Day I Let FEAR Shut My Mouth”