Mis ojos leyeron el papel a una velocidad que probablemente era lo suficientemente rápida como para competir con la velocidad de la luz antes de que finalmente encontré lo que buscaba: Prestaría servicio en Denver, Colorado. En mi propio país.
Recibí mi llamamiento misional el 28 de marzo de 2013. Muchos de mis amigos estaban en mi departamento, mi familia estaba presente por video llamada, y todos ellos insistieron que sería llamada a servir fuera de los Estados Unidos.
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Cuando leí las palabras en voz alta, que serviría en la Misión Colorado Denver Norte, de habla inglesa, el tiempo se detuvo. No sabía cómo sentirme.
Sabía que eso estaba bien, pero instantáneamente sentí que todos estaban decepcionados por mí. Me pareció como si todos mis amigos estuvieran pensando: “¿No saldrá del país? ¡¿Y hablará solo inglés?!”.
Entré en mi habitación y me puse a llorar.
Después de un par de días las personas comenzaron a darme sus felicitaciones que parecían ser más condolencias. Me dijeron cosas que fueron desde “¡mi hermano mayor sirvió allí y le encantó!”, a “es bueno que solo sirvas en Denver”. Cuanto más escuchaba ese tipo de comentarios, y créeme, los escuché con mucha frecuencia, más angustiada me sentía.
¿Qué tenía de malo servir en mi propio país?
Empecé a hacer una lista mental de los pros y los contras de mi llamamiento. Podría regresar y visitar a las personas de mi misión después de que terminara mi servicio. Eso era bueno. No tendría que aprender un nuevo idioma.
Uf, no, eso va en la lista de los contra. ¿Qué genial hubiera sido tener que aprender un nuevo idioma? Envidié en silencio a mi mejor amiga, que había sido llamada a servir en Mozambique, África, donde enseñaría en portugués.
Después de pasar horas sintiendo alegría y frustración por mi llamamiento, decidí que necesitaba hablar con el hombre más sabio que conozco: mi papá.
Lo llamé y le expresé mis quejas por todo lo que había sucedido desde que recibí mi llamamiento misional. Le dije: “¿Por qué todos están tan decepcionados de que sirva en mi país?”
Como buen padre, me escuchó hablar, desahogarme y quejarme, y luego dijo algo que cambió totalmente la forma en que veía el servicio misional.
“La misión no son vacaciones”.
Me dejó pensar en ello por un minuto y luego continuó:
“Creo que a veces los jóvenes quieren ir al lugar más lejano o aprender un idioma diferente porque les parece genial. Pero ese tiempo de servicio no son vacaciones. No importa a dónde vayas. Los hijos de Dios están en todas partes y todos necesitan el evangelio”.
Durante las semanas previas a mi fecha de ingreso al CCM, reflexioné sobre ese consejo una y otra vez. Cuanto más lo pensaba, más comenzaba a entender.
¿Por qué debería importar el lugar en donde serviría? Ciertamente, a mi Padre Celestial no le importa si mi misión está fuera o no de mi país.
Me di cuenta de que a Él no le importa si hablamos árabe, español o finlandés. Lo que le importa a Él son las personas que nos necesitas; las personas que podemos encontrar. Se preocupa por que Sus hijos reciban el Evangelio y participen en las ordenanzas divinas.
Sabía que el Padre Celestial me conocía así como conocía a todos Sus hijos, y que me enviaría exactamente a dónde tenía que ir. Y lo hizo.
Mi misión en Colorado fue absolutamente perfecta para mí. A menudo incluso siento que tal vez Colorado no me necesitaba tanto como yo necesitaba a Colorado.
Necesitaba a mis dos presidentes de misión. Necesitaba aprender de las personas a las que enseñaba y de los miembros de los barrios en los que servía. Necesitaba conocer a cada una de mis increíbles compañeras y entablar lazos de amistad de por vida con ellas.
Los hijos de Dios están en todas partes. Están en Zimbabwe. Están en Inglaterra. Están en Australia, Estados Unidos y Perú. Y todos Sus hijos, no importa dónde estén, necesitan lo que tenemos. Necesitan el gozo y la paz que trae el evangelio.
Las personas a las que serví en Denver necesitaban saber que podían estar con sus familias para siempre tanto como las personas en la misión de mi amiga en África.
En su discurso de la Conferencia General de octubre de 2011, “Ustedes son importantes para Él”, el presidente Dieter F. Uchtdorf declaró:
“Al Señor no le importa si pasamos nuestros días trabajando en recintos de mármol, o en los cubículos de un establo. Él sabe dónde estamos, no importa cuán humildes sean nuestras circunstancias. Él usará, a Su propia manera y para Sus santos propósitos, a aquellos que inclinen su corazón hacia Él”.
En verdad, al Señor no le preocupa lo que piensen tus amigos de tu llamamiento misional. No le importa si prestas servicio en tu propio país o si tienes que hacer un viaje en avión de 16 horas solo para llegar a tu campo asignado.
Sospecho que un día, cuando estemos ante el Salvador, Él no preguntará: “¿En dónde serviste?” A cambio, pienso que Él nos preguntará: “¿Cómo serviste?”.
Fuente: thirdhour.org