Lo que pasó cuando una hermana compartió el único lugar al que no quería ser llamada a servir en la misión

“Mi presidente de estaca me preguntó por el lugar de servicio de mi misión: “¿A qué lugar no quisieras ir?” Sin dudarlo ni un momento, le respondí.”

El Presidente Oaks instruyó: 

“Toda autoridad del sacerdocio en la Iglesia se ejerce bajo la dirección de alguien que posee las llaves correspondientes del sacerdocio.”

La experiencia asociada con mi llamamiento misional y mi primera asignación como misionera ha sido una lección conmovedora para mí con respecto a este principio. Desde que tengo memoria, mi deseo siempre fue servir en una misión de tiempo completo para la Iglesia.

Cuando era una joven estudiante en BYU, mi deseo de servir se hizo aún más fuerte, especialmente cuando veía a mis amigos recibir sus llamamientos misionales. Durante un semestre, sin embargo, tuve una experiencia muy difícil con una compañera de cuarto. 

Hasta este momento, había sentido que, aunque no era perfecta, podía llevarme bien con la mayoría de las personas. Nunca pensé que tendría una compañera con la que no me llevaría bien.

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El lugar menos esperado

perdonar

Durante mi entrevista para la misión con mi presidente de estaca, que era mi padre, me preguntó en dónde quería servir. 

Sólo unos meses antes, una de mis compañeras de cuarto recibió su llamamiento y se iba a la Misión California Los Ángeles. Fue asignada para servir en el centro de visitantes y para proselitar y enseñar el evangelio en español. Aunque todavía éramos buenas amigas, nuestra experiencia como compañeras de cuarto había sido difícil, y quería estar lo más lejos posible de esos recuerdos. 

En respuesta a la pregunta de mi padre, como una joven adulta bien instruida, simplemente le respondí que iría a donde el Señor quisiera que fuera. Quizás de forma más personal, mi presidente de estaca me preguntó: “¿A dónde no quisieras ir?” Sin dudarlo ni un momento, respondí: “El único lugar al que no quiero que me asignen es al centro de visitantes del Templo de Los Ángeles, California hablando español.”

Hasta este día, mi padre todavía me asegura que él no escribió nada al respecto. De hecho, él me dijo que sugirió que fuera enviada a Gales, ya que me ayudaría a estar cerca de mis ancestros. Mis otros seis hermanos sirvieron una misión en el extranjero por lo que pensé que también serviría fuera de mi país.

Una gran sorpresa

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Unas semanas más tarde, en una charla fogonera de estaca, mis padres me entregaron el sobre con mi llamamiento en frente de todos los jóvenes y líderes. Lo abrí de inmediato, pero con ansiedad, tuve la sensación de que mi llamamiento probablemente no era en el extranjero. 

Después de leer muchos llamamientos misionales, supe exactamente a dónde dirigir mi atención. Antes de siquiera tener la oportunidad de leer la carta en voz alta, comencé a llorar. Todos los presentes pensaron que estaba derramando lágrimas de alegría, pero mis padres sabían que era lo contrario. De pie junto a mí, mi padre sabiamente me preguntó si estaba bien. Susurré: “¡Acabo de recibir mi peor pesadilla!”

“¿Los Ángeles?”, Preguntó. Mientras asentía, él continuó: “¿Al centro de visitantes?” Las lágrimas continuaron cayendo por mis mejillas. “¿En español?” ¡Me di cuenta de que estaba tan sorprendido como yo de angustiada! Asentí con la cabeza otra vez, y él me miró algo desconcertado. Recobré la compostura y leí la carta en voz alta. 

Después de muchas felicitaciones y abrazos por parte de jóvenes y líderes, encontré un lugar tranquilo y comencé a leer mi bendición patriarcal. El Espíritu me confirmó que, aunque no entendía el motivo de mi llamamiento, éste había sido asignado por un apóstol que tenía llaves apostólicas, y esta era la voluntad del Señor para mí.

Un nuevo comienzo

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Un par de meses después, mi padre, que aún se desempeñaba como presidente de estaca, se enfermó de gravedad y no iba a poder apartarme como misionera de tiempo completo. Con otras circunstancias personales, incluido el diagnóstico de cáncer de seno en etapa terminal de mi hermana, comencé a cuestionar mi decisión de servir una misión.

Con mi padre enfermo y sin poder apartarme o incluso darme la bendición de un padre, contacté a mi obispo. Hablamos sobre mi decisión brevemente. Luego, dándome la oportunidad de decidir, me dijo que sentía que el Señor deseaba que no pospusiera mi misión.

Me dio una bendición, donde declaró, entre otras cosas, que mientras estuviera sirviendo al Señor, Él bendeciría a mi familia y yo volvería a verlos, que Él haría milagros en nombre de mi familia como resultado de mi servicio, que el tiempo de mi llamamiento era clave para las compañeras que tendría y las personas a las que enseñaríamos.

Más tarde esa noche, el obispo regresó para darle una bendición a mi padre. Él bendijo a mi papá para que se curara lo suficiente como para apartarme como misionera de tiempo completo. Esa noche, mi padre, que era mi presidente de estaca y tenía las llaves del sacerdocio, se mantuvo sano y junto con mi obispo como su compañero, me apartaron como misionera de tiempo completo. 

A la mañana siguiente, mis padres me dejaron en el aeropuerto. Después de pasar seis semanas en el Centro de Capacitación Misional de Provo, me fui a la Misión California, Los Ángeles. 

Mi nueva compañera

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Recibidos por el presidente de la misión y su esposa, todos los nuevos misioneros y todos los futuros entrenadores se reunieron en una de las grandes salas del centro de visitantes. Nunca olvidaré cómo nuestro presidente de misión nos explicó que nunca antes había recibido una inspiración tan clara con respecto a los compañerismos. 

Luego comenzó a llamar a los nuevos misioneros y a sus entrenadores.

Mi nombre fue anunciado, y el nombre de mi antigua compañera de cuarto fue llamado como mi capacitadora. Nos saludamos y abrazamos, y durante el siguiente tiempo que nos tomó conducir a mi nueva área, hicimos las paces por las experiencias o sentimientos negativos que habíamos tenido anteriormente. 

El Señor, a través de un apóstol, presidente de estaca, obispo y presidente de misión, quienes tienen todas las llaves del sacerdocio, resolvió el único problema que tenía hasta ese momento.

Nos abrieron las dos primeras puertas que tocamos. Dos semanas después, las dos personas que nos recibieron en la puerta fueron bautizadas. Un año después, por la misma fecha, ambas personas y sus familias ingresaron al Templo de Los Ángeles, California, recibieron sus investiduras y fueron sellados a sus familias. 

Mi antigua compañera de cuarto, compañera de misión, mi querida amiga, y yo estuvimos allí para presenciar la experiencia.

Seis meses después regresé a casa y encontré a mi hermana sin cabello, pero todavía con vida, con su bebé recién nacido y su esposo. Encontré a mi papá fuerte y sano aunque ya no era presidente de estaca.

El hermano que había sido mi obispo cuando me fui ahora era mi presidente de estaca. Con las llaves que tenía en ese entonces me relevó de mi llamamiento. Regresé a BYU y volví a ser compañera de cuarto de mi compañera de misión, mi mentora y querida amiga.

Este artículo fue escrito originalmente por Barbara Morgan Gardner y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “What Happened After One Sister Shared the Only Place She Did Not Want to Serve a Mission

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